jueves, 31 de octubre de 2013

He sentido bien cerca los efectos del bloqueo




Aída Quintero Dip
Este 29 de octubre volví a vivir la emoción de tantas veces, cuando vibró Cuba en la voz de su Canciller, Bruno Rodríguez, en la Asamblea General de la ONU,  y 188 países votaron a favor de la Resolución “Necesidad de poner fin al bloqueo económico, financiero y comercial de los Estados Unidos contra la Isla”.
   Con dos en contra, siempre los Estados Unidos, siempre Israel,  y tres abstenciones, la jornada volvió a renacer uno de los capítulos que con más fuerza demuestran el amplio apoyo internacional con el que cuenta mi Patria.
   Otra vez, como en 21 ocasiones anteriores, el mundo dijo No al bloqueo. Ya es hora de que Mrs. Obama respete a la mayoría.
   Ese canallesco cerco de Washington que acabará bloqueando a los bloqueadores y no es un trabalenguas, sino un hecho, como apuntó alguien.
   Debe cesar esa política tan inhumana, ilegal, injusta y reliquia de la guerra fría, que intenta rendir por hambre y enfermedades al pueblo cubano, y clasifica como crimen internacional de genocidio.
   Una violación del ejercicio de los derechos humanos de los cubanos, de ciudadanos de terceros países y de los propios norteamericanos, que asombra y se contradice con la civilización.
   El proyecto de resolución sometido a la Asamblea convocó al levantamiento de sanciones cuyos daños económicos la nación caribeña estima en un billón 157 mil 327 millones de dólares, mientras que califica de invaluables las afectaciones sociales, por su impacto en sectores como la salud.

   Una muestra: Cuba no puede comprar medicamentos en los Estados Unidos para rehabilitar la salud de niños con enfermedades oncológicas, triste realidad de la cual tengo vivencias dolorosas y muy cercanas en el Hospital Infantil Sur de Santiago de Cuba.
   Y de cerquita he sentido los dañinos efectos del bloqueo yanqui que perjudica, por ejemplo,  la fabricación de prótesis para amputados. Ahí está el caso del  profesor hasta hace poco de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Oriente, Jorge Jardines, quien lo sufre desde joven en carne propia.
   Esposo de Rebeca, una colega de trabajo desde que comencé mi vida laboral, y ahora jubilado, él goza de prestigio tanto por sus conocimientos y capacidad de enseñar, como por su entereza para superar la discapacidad en una de sus piernas, que requiere el uso de una prótesis artificial.
   A los 16 años Jorge se vio privado de hacer realidad sus tantos sueños, por un accidente al saltar un muro y quedar su pierna izquierda bajo los escombros. Eso sucedió el 22 de mayo de 1961 y al día siguiente le fue amputado el miembro inferior, por debajo de la rodilla.
   Desde entonces muchas vicisitudes ha sufrido con la prótesis transtibial, cuyos componentes Cuba debe importar como son la fibra, resina, plástico, espuma, tubo, adaptadores, media para el muñón y otros.
   Lo único de procedencia nacional es el yeso para tomar la muestra, aseguran especialistas del Laboratorio de Prótesis Ortopédica de Santiago de Cuba.
   Experimentados profesionales como Ismael Prat y Pedro Pérez, este último con colaboraciones en Venezuela y Haití, precisaron que los componentes de una prótesis transtibial fluctúan de mil a cinco mil dólares en el mercado internacional, según la tecnología, la materia prima y el país.
  Explicaron que en el caso de las prótesis transfemoral (por encima de la rodilla) su valor oscila entre nueve mil y 12 mil dólares, por ser más compleja.
  Sin embargo, los pacientes cubanos solo deben abonar 90.00 pesos en moneda nacional por la primera y 125.00 por la segunda. Generosa mi Revolución, virtud que no ha podido quebrar ni el más brutal bloqueo.

¿Se ha ido de paseo la generosidad?




María Elena Balán Sainz

   Cierto día, entre colegas departimos acerca de esa capacidad de compartir que siempre caracterizó al cubano, desde la taza de café a la cual le invitaba el vecino, o el poquito de sal cedido por la pareja de al lado de su casa para terminar la comida.
   Los abuelos y los padres antes enseñaban a los hijos en el cotidiano quehacer esa capacidad de dar y entender a los demás, de brindar con sinceridad a quien lo necesitara el vaso de agua fría si se le rompía el vehículo frente a la casa y hasta iban a auxiliarlo, sin que mediara interés en recompensa monetaria.
   ¿Quién no agradeció en la beca o en la etapa de la escuela al campo el potecito con comida, el trozo de dulce de guayaba con pan ofrecido por los padres de los compañeros? Porque aunque ese día la familia nuestra no estuviera presente, nunca faltaba la ayudaba generosa que tanto agradecíamos.
   En los pueblitos del interior, sobre todo, había que arrimarse a la mesa de quien convidaba, aunque fuera arroz blanco con huevo frito o una harina de maíz. La ofrecían con tanto afecto que aquello sabía a manjar de dioses griegos.
   Y así fue siempre, desde que los abuelos nos inculcaban ayudar al más desposeído y seleccionaban la ropita ya chiquita para nuestro cuerpecito y la cedían a los niños de otras amistades.
   No debemos dejar morir esa capacidad del corazón humano que nos despierta la necesidad de ayudar a los demás, de entregar parte de nuestro tiempo a causas nobles, de desprendernos de algunas cosas en beneficio de otros.
   Porque es cierto, los tiempos que corren no son como aquellos cuando Carlos Puebla escribió la canción cuyo estribillo repetía “Si no fuera por Emiliana/nos quedaríamos con las ganas/ de tomar café”.
   El músico se inspiró en una humilde mujer de Isla de Pinos, donde estaba con su grupo acompañante y extrañaba el aroma mañanero de la tacita de café hogareña.  Gracias a aquella señora recibían cada día la invitación a compartir el buchito calientito de la gustosa bebida.
   No puede decirse que sea algo generalizado, pero a muchos niños se les cría diciéndoles: No prestes esto, no des aquello, porque nos costó muy caro. O van a la escuela con meriendas suculentas  y las ostentan frente a los compañeritos, sin siquiera decir por educación ¿Gusta? antes de darle el primer mordisco.
   Recuerdo aquel refresco de sirope de fresa que colocábamos en un pomito y el pan con “algo” para la merienda y nuestro hijo salía tranquilo para la escuela. Pero ahora, muchas madres compiten en eso de ponerle en la lunchera el refresco de latica y el sándwich con “de todo” y hasta algunas acuden a la hora del receso para fiscalizar si le da algo al amiguito.
   ¿Se sentirán más felices esas familias que exaltan como valores supremos la comodidad, el éxito personal y la riqueza material?
   Para esos individuos se ha ido  de paseo la generosidad, al parecer. No interiorizan que hoy por ti y mañana por mí, como dice un dicho popular, porque quien menos crea puede ser el que le extienda la mano y le preste auxilio en una situación determinada, sin fijarse en imagen, rango social o relevancia personal.
   La generosidad constituye como especie de una llave que abre la puerta de la amistad,  una semilla de la cual germina el amor, y puede ser la luz que nos saque del oscurantismo materialista dentro del cual muchos se involucran en lugar de buscar la mejor convivencia.

sábado, 26 de octubre de 2013

El bálsamo para curar las heridas de “Sandy”



Aída Quintero Dip
No hay un habitante de la ciudad de Santiago de Cuba que no recuerde hoy las dolorosas huellas del huracán Sandy, tras su paso devastador por esta oriental tierra cubana, hace precisamente un año, este 25 de octubre.
Al contemplar la imagen que dejó el fenómeno meteorológico, en las primeras horas de ese día de 2012, se produjo un dolor inmenso en el corazón de sus moradores y muchos la calificaron como una urbe bombardeada. 
Pero en medio de la conmoción, asombro, nerviosismo, tristeza, añoranza y hasta las lágrimas por tanta pérdida y destrucción, la solidaridad entre vecinos se creció al amanecer, fue el bálsamo para curar las heridas de “Sandy”.
Las manos fueron entonces las mejores armas para desembarazar accesos a casas o calles, para vencer los grandes los obstáculos, como un árbol de mamoncillo de más de 60 años en una cuartería del Centro Histórico, que imposibilitaba salir a los residentes, cuyos techos estaban aplastados por sus ramas.
O aquellos vetustos árboles de la carretera de El Caney que cayeron como por arte de magia y la obstruían por completo, ante el asombro de los más ancianos de la localidad que nunca habían vivido un panorama semejante.
Colapsó la electricidad y quienes tenían reservas de gas licuado o kerosén apoyaron con un trago de café y palabras de aliento a mucha gente solidaria que brindó su modesta ayuda, hasta la llegada días después de equipos especializados para mover las montañas de escombros.
Me contó una colega que a María de Jesús Robert, con su madre postrada y el hijo adolescente, no le faltó la mano amiga en su barrio de la Ciudad Héroe para en los primeros momentos desmochar dos árboles, de yagruma y jagüey, que cayeron sobre su vivienda.
Historias como esta abundaron, y otras muchas muy conmovedoras.
Tengo la vivencia personal de  la casa de Rosa Montoya y Gerardo Silva, convertida en un hogar inmenso para varias familias de la comunidad de San Andrés, en El Caney, que hallaron allí abrigo para pasar la terrible madrugada del 25 de octubre del 2012.
Otra hermosa página de solidaridad se escribió cuando varias viviendas y centros de trabajo que resistieron los embates del huracán, acogieron a alumnos de numerosas escuelas afectadas para no perjudicar el proceso docente-educativo de los estudiantes.
Mas, pocas horas después de la desolación que trajo el meteoro, inundaron la ciudad linieros de todo el país, que en jornadas titánicas restablecieron el importante servicio eléctrico, al igual que lo hicieron trabajadores de ETECSA, constructores, Servicios Comunales…que unieron experiencias y consagración con sus homólogos de este territorio.
Si bien los primeros claros del día 25 de octubre develaron una ciudad devastada en sus cuatro puntos cardinales, los habitantes de esta tierra indómita  no se resignaron al lamento ni al dolor. Lo que siguió ha sido calificado por muchos, dentro y fuera de Cuba, como una proeza.
Quien vio a Santiago de Cuba un año atrás y lo mira hoy, puede valorar en su verdadera magnitud el esfuerzo del pueblo, las laboriosas jornadas de recuperación vividas que no dejaron  a nadie con los brazos cruzados.
La muestra de intrepidez, disposición y espiritualidad de los santiagueros, ante un suceso tan conmovedor para todos, tuvo su mejor expresión en los afanes de rehabilitación que no admitió espera.
También fue destacable el empeño de las autoridades de la provincia, el respaldo de otros territorios que no dudaron en compartir sus recursos, a la par de la ayuda internacional recibida por aire y mar. Y es que realmente amor con amor se paga.
La presencia del Presidente Cubano, General de Ejército Raúl Castro, en los primeros días del desastre para acompañar al pueblo y tomar decisiones imprescindibles ante el desastre, fue un gran aliento para laborar muy duro en esos difíciles momentos.
Hasta en la música llegó el gesto solidario, con la canción del reconocido compositor y cantante Cándido Fabré, quien la dedicó a su provincia natal con el pegajoso estribillo: \"Con el esfuerzo de todos, te vamos a levantar\", que convoca a la esperanza y trabajo unido, para recuperar las instituciones y viviendas dañadas.
Experiencias, relatos y sentimientos emocionaron otra vez al público santiaguero, durante el estreno del documental Amanecer sin mito, del realizador local Ray Milá que expone el proceso de formación del meteoro, su trayectoria por la provincia, las afectaciones más importantes, y las labores de recuperación.
A un año del huracán Sandy, sus huellas están latentes en el corazón del pueblo, pero Santiago de Cuba ha puesto de manifiesto lo que puede alcanzare con trabajo y empeño.