miércoles, 15 de mayo de 2019

Marlene y el placer de dedicarse al mejor oficio del mundo



Aída Quintero Dip | Foto: Miguel Rubiera Jústiz

La Agencia de Información Nacional (AIN) hoy Agencia Cubana de Noticias (ACN), con el objetivo de redimensionar su alcance en el ámbito periodístico nacional e internacional, llega este 21 de mayo a su aniversario 45 como un órgano de prensa de gran prestigio, ganado sobre la base de su eficacia informativa y la consagración de profesionales de alta competencia.
Una de ellos es Marlene Montoya Maza, quien se desempeña en la corresponsalía de la ACN en Santiago de Cuba, su escuela, su segunda casa, porque allí hizo la inserción laboral desde el segundo año de la carrera y cuando se graduó en 1982, en la Universidad de Oriente, ese fue el centro donde la ubicaron para ejercer el periodismo.
Su sentido de pertenencia es reconocido, se ha mantenido incólume, mientras otros colegas llegan y se van, ella atesora el mérito de haber dedicado 37 años de su vida a la profesión en ese centro de la Agencia, a la cual agradece su formación,  enseñanzas y las habilidades adquiridas para realizar un mejor trabajo cada día.
“Tengo gratos recuerdos de mi vida profesional como aquel día de 1992, cuando Fidel se reunió, en el Teatro Heredia, con secretarios generales de los núcleos del Partido en Santiago de Cuba, y yo era uno de ellos; pero al finalizar quiso intercambiar con los periodistas que cubrían la activad y a mí, especialmente, me preguntó  dónde trabajaba.
“Me satisfizo decirle ´yo soy de la Agencia de Información Nacional´ (así se llamaba entonces), medio de prensa que se había ganado el respeto del pueblo y de los colegas y que él conocía bien, pues había sido creado el 21 de mayo de 1974 por su interés y el de la dirección de la Revolución para cumplir una importante misión informativa.
“Asumí otras coberturas de envergadura en aniversarios cerrados del 26 de Julio, en el antiguo cuartel Moncada, del Primero de Enero, en el Parque Céspedes,  inauguraciones de obras, recorridos, pero aquella la guardo en mi corazón y para mayor orgullo conservo una foto de ese momento”, confiesa Marlene con emoción.
“En estos años, añade, me he dedicado con pasión al trabajo, he atendido sectores diversos desde la construcción, el turismo, la industria, recursos hidráulicos, la historia, patrimonio  hasta cultura y deporte, hay que ingeniárselas para escribir de todo un poco y bien, ya que como decía el Maestro,  José Martí: “El periodista ha de saber, desde la nube hasta el microbio.”
Ella se ha ocupado de otras tareas, además de haber sido secretaria general del núcleo del Partido por varios años, preside  la delegación de base de la UPEC desde hace 30 años, con el aliciente de haber tenido en la membresía a Gloria Cuadras de la Cruz, destacada combatiente revolucionaria y periodista de pluma comprometida en los tiempos en que tomar partido representaba un peligro para la vida.
“Tuve el privilegio de beber de su sabiduría y de su ejemplo y tengo la satisfacción de tener el Premio Gloria Cuadras que, en su honor, otorga la Unión de Periodistas en Santiago de Cuba para reconocer la obra del año de los colegas que sobresalen por su integralidad profesional y aportes a la organización”.
Marlene resultó Vanguardia Nacional del sindicato de la Cultura en 1998 y delegada al VIII Congreso de la Upec; ha participado en concursos periodísticos, con premios incluidos, de la Upec-Anec y últimamente en los festivales integrales de la prensa, por ejemplo, en 2017 fue laureada por una crónica sobre Fidel y en 2018 por una entrevista a una profesora de Matemática que se dedica a la agroecología.
“Una experiencia que me marcó, recuerda,  fue cuando apenas graduada tuve que subir en mulo a Mar Verde del Turquino, en plena Sierra Maestra, a la declaración de modelo de un consultorio del médico de la familia, fue una sensación tremenda, pues nunca había montado ni en bicicleta.
“Pero el hecho que me conmovió hasta las lágrimas fue la muerte de Fidel y el paso de la urna de cedro con sus cenizas por la Plaza de Marte; lloré, lloré, y apenas podía escribir…después me motivé e hice varios trabajos de sitios con su huella y su presencia como la granjita Siboney, el cuartel Moncada, el Vivac, el Palacio de Justicia, en fin de Santiago de Cuba, la tierra que tanto lo inspiró en tiempos de lucha y de consolidación de la Revolución”.
Con todo ese aval no ha dejado de superarse, ha asistido a cursos en la Escuela Superior del Partido Ñico López y a diplomados en el Instituto Internacional de Periodismo, entre otros, “porque el periodismo es una carrera de aprendizaje y actualización permanentes, y si se ama y respeta exige esfuerzo por cumplir bien esa misión ante el pueblo al que nos debemos”.
No obstante, ella se las arregla también para atender a sus padres ya ancianos y con problemas de salud, además busca el tiempo para compartir con su hija Sailín y su nieto Magdiel, quienes le ofrecen nuevas motivaciones en la vida.
Marlene ha vivido instantes de felicidad, de alegrías, preocupaciones, zozobras y hasta estrés tras una noticia, una cobertura o un reportaje, pero nada le ha quitado ese deseo de entregarse a fondo al mejor oficio del mundo, según el célebre escritor y periodista colombiano Gabriel García Márquez, laureado en 1982 con el Premio Nobel de Literatura.


martes, 7 de mayo de 2019

Palabra eterna




Hace ya 13 años, en el quirófano, sentí que moría.
Resultaba una operación muy simple, pero por esas fragilidades y cobardías que atacan en momentos de peligro… me presentí el final.
En ese instante mi “último” pensamiento fue, espontáneamente, para la mujer que angustiada y con taquicardias, permanecía en el salón de espera. Era mi madre.
Acaso entonces, en el aparente trance postrero -rodeado de brumas que ahora no se pueden dibujar-, comprendí por primera vez que esa diosa terrenal nos acompaña toda la vida. Desde el primer respiro... hasta último.
Acaso entonces descubrí cuánto vale repetir la verdad tautológica: una madre es eterna. Es el lucero silencioso y ubicuo que todos miramos en la hora embarazosa o confusa, en el tiempo afortunado o feliz. Siempre anda dentro de nosotros... aunque ya no esté.
Lástima que tomemos verdadera conciencia de su mérito incomparable después de haber peregrinado bastante por el mundo. Lástima que hagamos juicio de sus hazañas cuando nuestras anatomías ya han alcanzando el esplendor.
Muchas mujeres solo descifran la grandeza de sus madres cuando ellas mismas experimentan los suplicios y alegrías previos y posteriores -sobre todo posteriores- al alumbramiento.
Y muchos no reparamos en la virtud de esas estrellas hasta que, en la plena madurez, nos lanzan el reto de definir a una madre. Y nos quedamos con el epíteto opacado y gris.
Antes, en la niñez, no valoramos el refugio de aquella que llamamos en la madrugada porque nos asaltó el miedo fantasmal en la penumbra o una imperiosa necesidad biológica. Antes, en la adolescencia, no ponderamos en realidad el sacrificio de aquella que, privándose de casi todo, acudió sin afeites un domingo a una beca lejana para curar nuestro apetito aun al precio de preparar el guiso entre el humo y el tizne.
Todo hijo recto debe vivir arrepentido de haberle causado lágrimas o dolores. Debe sentir que su mejilla arde cuando está mojada la de ella. Todo hijo justo ha de mirarse en sus ojos para salvarse del yerro, del glacial y del meandro.
Este domingo, latiéndome la mano por la dedicatoria en una tarjeta que siempre me parece vaporosa, viene a esta tinta José Martí, el más universal de los retoños de Cuba, quien sentenció que “los brazos de las madres son cestos floridos”. Y entiendo mejor por qué se dolía tanto de las penas que le causó a Leonor.
A ella escribió la primera carta, a los nueve años. A ella envió la foto conmovedora desde la prematura prisión en la cual le pedía al dorso: “…por tu amor no llores/ Si esclavo de mi edad y mis doctrinas/ Tu mártir corazón llené de espinas…”. A ella dedicó una de las últimas epístolas en vísperas de su viaje definitivo a esta tierra. “Yo sin cesar pienso en Usted”, decía con el alma en un hilo.
Este domingo, antes de los regalos, besos, postales o flores, esas letras del Maestro aletean pausadas en el amanecer. Palpita una palabra con todos sus significados e interpretaciones. A ella seguiremos viajando... cuando obtengamos la mejor victoria, cuando se nos venga el mundo encima, cuando en el peligro real o inventado presintamos el final.
Esa será la palabra omnipresente de nuestro vocabulario y nuestro pulso, no la primera ni la última. Será como invocar aquello que corre infinito sin menguar. La palabra eterna.

miércoles, 1 de mayo de 2019

Honor para quienes han dejado huellas en el trabajo


Aída Quintero Dip
   Siempre será pertinente enaltecer a quienes se dedican a la creación en su sentido más abarcador, a los que asumen tareas de choque, protagonizan proezas laborales o están en el pelotón de vanguardia, pero igualmente será meritorio reconocer a los veteranos del trabajo, a aquellos que han dado la vida en un puesto sencillo o en uno de mayor jerarquía.
   Desde las organizaciones de base de la Central de Trabajadores de Cuba, desde las secciones sindicales de los sindicatos donde dieron sus aportes, hay que empeñarse en aras de  perfeccionar aristas relacionadas con el potencial humano, mucho más en naciones como Cuba donde esto puede ser posible.
  Un asunto que no es privativo únicamente de investigadores, tema de la  academia o solo para debates en talleres y reuniones, sino también propio de tertulias entre personas sencillas del pueblo que tienen criterios en torno al empleo de la fuerza laboral.
  Hace pocos días  me sorprendió presenciar una controversia con respecto a una situación neurálgica, que ocurre con más frecuencia de lo que imaginamos en los colectivos, y cuya solución puede estar en dependencia de alcanzar una conciencia adecuada de su prioridad.
  Varios trabajadores debatían acerca de dónde la magnitud del mal era mayor, si en el caso de uno, cuya jubilación pasó inadvertida en su centro laboral, luego de casi 40 años de servicio; o en otro, quien sentía relegada su presencia y contribución por la llegada de los nuevos, pese a su capacidad de desempeño, conocimientos y experiencia.
  Cuestiones diversas se enfocan en ese frecuente problema de discusión, pero con puntos de convergencia al poner sobre el tapete y enjuiciar la aplicación, a veces, de una incorrecta política en el tratamiento del potencial humano, el más apreciable recurso con que cuenta  el país para vencer desafíos y avanzar en el desarrollo socioeconómico.
  Cuando un trabajador no rinde lo suficiente o ni siquiera lo acostumbrado, por el paso de los años; es justo, lógico e inteligente darle oportunidad a la juventud; mas debemos evitar que ese proceso sea traumático, ofreciendo una adecuada atención a quienes  han hecho historia en el trabajo y necesitan el merecido descanso.
  En defensa de lo nuevo, que generalmente es garantía de lo mejor, por el talento, empuje creador e iniciativas; pueden cometerse errores al rechazar valores  que encierran aún reservas laborales y tienen todavía mucho que aportar en beneficio del progreso, aunque en honor a la verdad, no es esa una práctica sistemática y generalizada en nuestro entorno.
  Cada año veteranos del trabajo se jubilan, luego de cumplir una fructífera etapa de su vida caracterizada por la entrega y el sacrificio en pos de la obra colectiva y, a veces, una equívoca e inadecuada interpretación de la necesaria renovación,  opaca un poco y, en el peor de los casos, hasta daña la trascendencia de ese retiro.
  Si esto sucede a la hora de la despedida del contexto laboral, más perjudicial es  todavía cuando se relega la acción de los más viejos trabajadores -no por la edad sino por los años de servicio-, en plena capacidad creadora, a causa del solo hecho de recibir el relevo; se vulnera de esta manera el principio de conjugar experiencia con talento renovador, en beneficio de los intereses socioeconómicos de la nación.
  Sin ánimo de cuestionar problemas generacionales, pienso  que lo bueno siempre valdrá la pena tenerlo en cuenta, sea joven o viejo; merece atención la sabiduría que otorgan los años en un oficio, técnica o especialidad, aunque para ser sinceros hay ramas, como la industria azucarera, y disciplina como la Medicina, en las cuales un viejo profesional es respetado y admirado toda la vida….Por qué en otras no puede lograrse lo mismo?
  Una oda merece todo aquel que ha dejado parte de su vida en el torno, en el surco, en la escuela, en el hospital, en la fábrica, en la industria, en el puesto más sencillo y en el más encumbrado.
 Que nunca pase por alto la jubilación de un trabajador; que nunca deje de reconocerse la  entrega de un veterano del trabajo; que nunca deje de emplearse a fondo la experiencia y sapiencia de un consagrado junto a la de un novato, a quien tenemos el deber de enseñar todo cuanto aprendimos; ese es un camino expedito para conquistar la eficiencia que buscamos.