miércoles, 2 de mayo de 2018

Los Cangrejitos, donde se une la tierra con el mar

Lian Morales Heredia
  Si un sitio puede sintetizar a Santiago de Cuba, ese lugar es el barrio Los Cangrejitos. De cara a la bahía, muy cerca de Carretera del Morro, deviene  “termómetro” de la música popular, y flanqueado por La Trocha, segmento de la avenida 24 de Febrero famoso en carnavales y por “cerrarse” cuando la otrora Aplanadora ganaba la Serie Nacional de Béisbol.
  Cuando se llega al corazón de "Los Cangrejitos", en un muelle pintoresco como el que más, enseguida se descubren unos cuantos hombres desperdigados entre artes de pesca y embarcaciones de todos los colores y formas, sobre puentes largos y estrechos que parecen sostenerse de puro milagro.
  Son hombres de mar, y mujeres -en menor medida-, personas de vestimenta rudimentaria. Allí la vanidad se traduce en el asomo de las pieles curtidas, orgullosas de tanto sol y salitre recibido.
  Gente de hablar bajito y parsimonioso, con el oído en algún lugar lejano, como si estuviera pendiente a una antigua conversación, en una lengua solo conocida por ellos y el mar.
  Individuos de andar desgarbado, con una torpeza casi graciosa cuando están en tierra, pero muy sospechosos de transformarse en raudos “lobos de mar” encima de sus botes, donde toman a las presas a mano limpia, por sus aguijones dentados o sus hirientes agallas, según el caso.
  Otrora barrio marginal, desde el triunfo de la Revolución el panorama ha cambiado allí ostensiblemente. En 2017, el mejoramiento de las condiciones de vida y la imagen de la población cobraron renovado auge, con disímiles iniciativas dentro del proyecto socioeconómico y cultural Santiago Arde.
  Sobresalen el Centro Tecnológico, con una treintena de servicios informáticos, construcción y reparación de viviendas y fachadas, restauración de la base de pesca deportiva y el local recreativo El Ranchón,  y cubrimiento del canal que atraviesa la barriada.
  Además, la rehabilitación de la avenida 24 de Febrero hasta el límite con el agua y la creación de un paseo peatonal, embellecido con grandes macetas y jardineras, con una vista al mar favorable al romanceo y la meditación.
  Hoy, a los que se dirigen al muelle, los recibe una estatua, un pescador sobre un ancla, sencillo pero digno monumento a los hijos de este pedazo de tierra casi mar, quienes han contado entre sus filas a náufragos y héroes de proezas cotidianas frente a los designios de la inmensidad azul y sus criaturas, gente que no dice mar sino “la mar”, como si fuese una madre y, a la vez, una mujer fatal.

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