Madelín Ramírez
Raquel Enrique Cepero y su esposo
amanecieron aquel día como cada mañana, preparando la leña para ablandar los
frijoles y adobando la carne de cerdo para el asado. Debían además cocinar el
pollo, pelar los plátanos, escoger el arroz y lavar los vegetales para la
ensalada.
Sobre las once de la mañana, como de
costumbre, llegarían los visitantes. El
restaurante La Casa del Campesino, en Las Terrazas, hoy provincia de Artemisa, donde el matrimonio trabajaba y vivía desde
hacía algunos años, era ya conocido por la excelente comida criolla que aún
ofertan.
Raquel no sospechaba entonces quiénes serían
los comensales hasta que su esposo la alertó. La campechana cocinera empezó a
temblar cuando lo vio frente a sí y todavía hoy se emociona cuando rememora el
instante en que Fidel le preguntó qué estaba cocinando.
El Comandante no viajaba solo ese día de
marzo del año 2000, le acompañaban el dramaturgo y guionista estadounidense
Arthur Miller, la fotógrafa de origen austríaco Inge Morath, el novelista y
ensayista William Styron, y el escritor y periodista colombiano Gabriel García
Márquez.
En una pared de la sala cuelga el cuadro de
Fidel, abrazando a la pareja. Raquel sonríe y cuenta que ellos pidieron hacer
esa foto, pero fue el propio Fidel quien llamó a los demás para que también se
retrataran.
Casi 18 años después llegamos a su cocina y
ahí está ella. Mientras limpia el arroz para almuerzo accede a la entrevista.
Sus manos continúan la faena ininterrumpidamente como quien escoge entre los
granos los pedazos de recuerdo. Los ojos le brillan y la voz simpática y tierna
hipnotiza a los entrevistadores.
Ante la pregunta de cuál fue el secreto del
menú aquella tarde, confiesa que la
comida criolla necesita ese sabor peculiar que da el fogón de leña, algo
imposible de atrapar con la modernidad.
Sin haber pasado jamás un curso de cocina,
la encantadora guajira insiste en que la magia está en ponerle amor a todo lo
que se hace.
Está segura de que aquella delegación de
grandes artistas que acompañaron a Fidel percibió ese ingrediente y hasta la
propia naturaleza se sumó al festejo.
Nos acababan de poner la luz eléctrica y
hacía como seis meses que no llovía, pero ese día llovió, Fidel y sus amigos
estuvieron aquí desde la una hasta las
cinco de la tarde y nosotros no lo podíamos creer, concluyó.