lunes, 23 de febrero de 2015

Los novios del 24 de febrero de 1895



Jorge Wejebe Cobo
   Amanecía el domingo 24 de febrero de 1895 en la ciudad de Matanzas  y  Amparo Orbe salió    sola a la calle  ante la mirada maliciosa de los carretilleros, quienes iniciaban su jornada pregonando  productos  frente a la puerta de los probables compradores.
   Tenía 17 años, era menuda, de piel  trigueña y llevaba su  cabello negro largo y libre y este contrastaba con el corpiño azul ajustado que llevaba. Sus grandes ojos color café reflejaban la   alegría que solo  se atisba en  una mujer cuando  va al encuentro de su amor.
   Cerca de la estación de trenes de la urbe la esperaba  su novio, Antonio López Coloma, de 35 años,  un colono  interesado en ampliar sus propiedades y casarse con Amparo, pero en realidad esas apariencias ocultaban al colaborador cercano de Juan Gualberto Gómez, agente secreto de José Martí encargado de dirigir y coordinar los alzamientos para iniciar la Guerra Necesaria.
   Ella compartía, además del amor,  las ideas independentistas de López Coloma y su compromiso con la causa iban más allá de los estrechos márgenes que tenía la mujer de su época, por lo cual decidió correr la misma suerte que su pareja  al alzarse  ambos en armas en el pueblo matancero de  Ibarra, para ser una de las pocas féminas,  o quizás  la única,  combatiente directa  en ese histórico día.
   El inicio de la insurrección en la cual se implicaría la pareja  obedecía a un plan preparado con minuciosidad por el fundador el Partido Revolucionario Cubano (PRC), para establecer los objetivos políticos de la gesta, unir voluntades de los núcleos de patriotas dentro o fuera de Cuba y recabar recursos para la adquisición de armas y medios. 
   No escapó a la atención del Apóstol  la organización  en enero de 1895 de una red de inteligencia mambisa en La Habana llamada Agencia General Revolucionaria de Comunicaciones y Auxilios, dirigida por  el patriota santaclareño José Pons Naranjo: “el “Agente Luis”.
   La agencia  contó en sus filas con periodistas, intelectuales, curas, comerciantes y patriotas simples, quienes aportaron a la dirección revolucionaria durante todo el conflicto, sin ser detectados,  informaciones  que incluyeron hasta planes  del propio Capitán General Valeriano Weyler.
   El 29 de enero,   Martí  y altos dirigentes del PRC  acordaron enviar la orden  a Juan Gualberto Gómez, que autorizaba “el alzamiento simultáneo, o con la mayor simultaneidad posible, de las regiones comprometidas (…) durante la segunda quincena, no antes del mes de febrero”.
   Según varias fuentes, unas 35 localidades  en distintas partes del país  se levantaron en armas contra el colonialismo español aquel 24 de febrero,  pero  principalmente en  la región oriental  pudieron consolidarse los focos insurgentes encabezados por los   veteranos combatientes Bartolomé Masó, Quintín Banderas y Guillermón Moncada, entre otros.
  Una cadena de circunstancias, en las que no puede excluirse la muy probable acción del espionaje español, frustró el alzamiento en las cercanías del mencionado  poblado de Ibarra y selló trágicamente la suerte de  Antonio López Coloma, Amparo Orbe y el resto de los complotados de esa región, incluido el propio Juan Gualberto Gómez.
   El general Julio Sanguily, quien iba a encabezar ese  alzamiento, fue detenido en La Habana inexplicablemente, mientras Manuel García, el famoso prófugo de la justicia ibérica, conocido como el Robin Hood cubano, conocedor al detalle del teatro de operaciones de la región y con experiencia militar  resultó misteriosamente asesinado ese  día por la espalda.
   Además, un tren de tropas llegó muy oportunamente para neutralizar al pequeño grupo de revolucionarios, quienes fueron dispersados.   Según versiones de la época, López Coloma y su novia iban en un caballo y al romperse la montura se cayeron y fueron detenidos. Igual destino   corrió Juan Gualberto Gómez, posteriormente.
  La pareja quedó recluida en  el Castillo de San Severino en Matanzas,  junto a algunos de sus compañeros y   enviados después a la Fortaleza  San Carlos de La Cabaña, donde López Coloma debió ser juzgado y condenado a muerte.
  Ni esa terrible circunstancia, ni la crueldad de las cárceles colonialistas  mermó el amor de la pareja y mucho menos la entereza e ideales revolucionarios de la casi adolescente  Amparo Orbe durante 22 meses hasta que en noviembre de 1896, López Coloma fue informado que sería fusilado,  ante lo cual ambos amantes decidieron contraer matrimonio.
  En la propia Cabaña se casaron y poco después el joven revolucionario bajaba las escaleras hacia el Foso de los Laureles para enfrentar el pelotón de fusilamiento con el grito de ¡Viva Cuba Libre!
  De la vida posterior de Amparo Orbe se conoce que se mantuvo fiel a su  extraordinaria historia de amor  y patriotismo, no divulgada lo suficiente para las generaciones presentes y venideras.

miércoles, 18 de febrero de 2015

La Cabaña, una fortaleza que guarda libros




Yeneily García García
  Quizá una de las anécdotas más famosas que se cuenten todavía de la Fortaleza San Carlos de La Cabaña es una que involucra a Carlos III, Rey de España, con un catalejo y una queja en los labios.
  Se dice que el famoso soberano -inmortalizado en La Habana con una populosa avenida-   se asomó a su balcón en actitud de escudriñar el horizonte, preguntándose por qué no se veía desde Madrid la Fortaleza, si en nombre de su construcción se había vaciado varias arcas reales.
   Quizá Carlos III nunca imaginó que tanto derroche y tanta previsión para evitar que la rica llave del golfo cayera en manos enemigas sería inútil, y su mayor bastión fortificado en América sería conocido, siglos después, por resguardar otro bien preciado: la palabra escrita.
   Desde su construcción en 1774 por Silvestre de Abarca, tras el desastre del Morro y la Toma de La Habana por los ingleses, La Cabaña se destacó por el privilegio de ser la más moderna y la mayor de sus hermanas mayores en territorio colonial español. Más tarde, cuando perdió su utilidad original, sirvió para retener a los rebeldes, castigar a los atrevidos y terminar con la vida de los más peligrosos.
    Hasta ella llegó el Che en 1959, cuando enero saludó a la Revolución naciente y las baterías, por las que una vez caminaron soldados con libreas y pelucas, se llenaron con hirsutos hombres de verde, que voltearon hacia ellos la mirada del mundo.
   Luego, el cierre, la restauración y el maquillaje, para que los 200 años no se le noten a esta dama,  altiva y a la misma vez tan cercana.
   Desde hace ya más de una década, La Cabaña, como se la llama por esa costumbre del cubano de simplificarlo todo; sirve de refugio y sede principal al suceso cultural más multitudinario y esperado del año: la Feria del Libro, que todos los febreros transforma la entrada de la Bahía de La Habana en un hervidero de lectores y paseantes, que buscan en esta fiesta un espacio para descansar, estar en familia y de paso aligerar el bolsillo, esto último sin mucho entusiasmo, se entiende.
   Despojada ya de su macabro propósito, la antigua cárcel y lugar de fusilamientos se limpia de a poquito el karma, cuando año tras año recibe a grandes y pequeños, que recorren, casi hombro con hombro, las añejas naves abovedadas, los adoquines de las plazas, y hasta pacíficamente trotan imaginariamente  -como si el frío hierro se transmutara en lomo de corcel - en los magníficos cañones que impasibles observan cómo han cambiado los tiempos en la Fortaleza.
   Sería bueno saber qué pensarían si no fueran negras masas de metal. Quizá se rían de antiguos almidonamientos, o comenten ya de noche  -cuando su vecino, el del fogonazo diario; se queje del maltrato al que lo someten sin descanso- que esto sí es una fiesta, que así se está mejor, que ojalá no durara sólo 10 días, que quizá si dormimos hasta el próximo febrero el tiempo pase más rápido y que la niña que se sentó hoy en la base del de la izquierda se parecía a aquella que le atendía la mano en cabestrillo a aquel comandante de mirada penetrante y boina negra.
   Lo cierto es que parte de la magia de la Feria radica en que precisamente La Cabaña es ya su hogar natural, una sede de la que ojalá nunca se separe.

martes, 17 de febrero de 2015

Accidentes de tránsito: sin excusas



 Aída Quintero Dip
  Todo accidente de tráfico  es lamentable, aunque no se registren pérdidas humanas ni materiales; la mayoría puede evitarse, con más  precaución en la vía, con choferes y peatones cautelosos y  cumplidores de lo establecido, pero excusa no tiene ninguno.
  El  asunto es recurrente por estos días cuando los medios de comunicación se hicieron eco de trágicas colisiones de tránsito en Sancti Spíritus y Pinar del Río, que siguen enlutando los hogares y perjudicando el desarrollo normal de la vida de los lesionados.
  Cuba, una de las naciones que tiene mejor gestión de seguridad vial, registró al término de 2014 más de 11 mil 200 accidentes de tránsito,   lo cual indica menor número de tales hechos, pero mucho más violentos por su secuela de dolor y muerte con respecto al año precedente.
   Lo más lamentable fue que 746 familias sufrieron la pérdida de seres queridos, hubo 59 fallecidos más que en 2013, y unos ocho mil 800 lesionados que representan 594 más en relación con el año anterior.
  Cuando en estos hechos estuvieron involucrados discapacitados, niños, embarazadas y ancianos, aumentó el riesgo  y también  la culpabilidad del infractor, porque somos humanos por  naturaleza y sensibles ante cualquier desgracia de nuestros semejantes, sobre todo en los casos más vulnerables.
   En esa misma medida deben redoblarse las acciones de precaución y también la severidad de las sanciones a los transgresores de las leyes del tránsito.
  Predominaron en 2014 accidentes masivos de ómnibus y camiones,   que aportaron 102 muertos y mil 008 lesionados, reflejo de la gravedad de un asunto que requiere el consenso de todas las instituciones de la sociedad civil cubana, con un trabajo bien dirigido  y el énfasis en la prevención.
  No son pocas las veces que los choferes asumen conductas temerarias por el exceso de velocidad, irrespeto al derecho de vía,   distracción por disímiles motivos, así como también  ingieren bebidas alcohólicas cuando están manejando, lo que sigue siendo una situación frecuente, aunque no la causa directa sino la condicionante.
  Tales sucesos igualmente ocasionaron detrimentos de recursos materiales, por lo cual el perjuicio a la economía resultó considerable, en momentos en que se actualiza el modelo económico cubano con el objetivo de que prevalezca el orden, la disciplina y la eficiencia.
  Con el propósito de reflexionar y, sobre todo, transformar esas    realidades se desarrollan asambleas de balance 2014 de las comisiones provinciales y municipales de Seguridad Vial en Cuba, donde el año pasado los muertos y heridos fueron equivalentes a 9,5 víctimas por cada 10 accidentes.
  Para evaluar los resultados de la accidentalidad y en particular trazar los objetivos del 2015 se reúnen por estos días en las provincias, donde entre las prioridades examinan el estado de la red, proyecciones de bacheo, funcionamiento de las plantas de revisión técnica automotriz, análisis de la accidentalidad ferroviaria y la señalización. 
  Se inserta en el noble empeño de darle siempre paso a la vida, el programa de educación en general que incluye la promoción de las mejores prácticas, y los círculos de interés y sociedades científicas, todo lo cual tributa a la observancia de la seguridad vial.
  Particular interés centran los planes de acción para la prevención de contingencias en el verano y fin de año, el rol de los agentes de tránsito y órganos de inspección, multas y notificaciones preventivas, licencias suspendidas y canceladas.
  En cuestiones de tránsito lo esencial estriba en evitar accidentes e inclinar siempre la balanza hacia la protección de la vida de las personas, y para ello aplicar con rigor todas las medidas nunca será suficiente.

Tierra de épica y gente llana


 

Aída Quintero Dip
   Cuna y fragua de la gesta libertadora, Santiago de Cuba enalteció su gloria en el contexto del aniversario 25 del triunfo de la Revolución, en 1984, con el Título Honorífico de Héroe de la República de Cuba y la Orden Antonio Maceo, otorgadas  por el Consejo de Estado a propuesta del Comandante en Jefe Fidel Castro.
   La más alta condecoración de la Patria, conferida a esta tierra indómita, “donde no hay una piedra  que no haya sido pedestal de un héroe”, pertenece por extensión a Cuba, porque  Santiago refleja las virtudes, valentía,  raíces  patrióticas y proezas de todo el pueblo.
   Merecido ese reconocimiento que obedece a sus extraordinarios méritos históricos y  por su decisiva contribución a la definitiva independencia del país, la que antes fue bautizada como Cuna de la Revolución, un calificativo que resalta que por allí nació la epopeya.
  En cada episodio de las centenarias luchas libradas por la soberanía plena de la Patria han estado los santiagueros y su rebelde ciudad, escenario en 1898 de la batalla final, con la cual el Ejército Libertador propició la derrota del poder español en la Isla.
  En Santiago de Cuba nacieron y se forjaron hombres de la talla de los Maceo, Guillermón Moncada y más de 30 generales de la Guerra de Independencia, quienes legaron firmeza y estoicismo en la batalla por la dignidad y decoro nacionales.
  Fue también cuna y forja del inolvidable Frank País, combatiente de acrisoladas virtudes  y símbolo de los ideales más puros de la juventud de su época, junto a Pepito Tey, Tony Alomá y Otto Parellada, y una legión de héroes venerados.
  En esta ciudad se escuchó el llamado a reiniciar la lucha, comenzada en Yara, con el sonar de los fusiles que el 26 de julio de 1953 dispararon contra el Cuartel Moncada para que el Maestro y Autor Intelectual del asalto, José Martí, no muriera en el año de su centenario.
  Andar por sus calles es transitar las mismas que conocieron a Abel Santamaría, segundo jefe del ataque a la otrora fortaleza militar, hoy convertida en museo y hermosa Ciudad Escolar; es rememorar a Boris Luis Santa Coloma, José Luis Tassende, Mario Muñoz y tantos valiosos jóvenes inmolados.
  En Santiago de Cuba se vistieron por primera vez  del glorioso uniforme verde olivo los combatientes del levantamiento armado,  el 30 de noviembre de 1956, en apoyo al desembarco del yate Granma, ocasión en que las casas  se trocaron en bastiones contra la dictadura batistiana.
   Las palabras que mejor definen la solidaridad con los intrépidos revolucionarios las escribe el propio Frank, organizador y alma de esa acción: “Era hermoso el espectáculo de un pueblo cooperando con toda valentía  en los momentos más difíciles de la lucha”.
  Sitio venerado en la ciudad lo constituye el Cementerio Santa Ifigenia, Monumento Nacional, que atesora los restos del Héroe Nacional José Martí, de veteranos de la guerra independentista, mártires del Moncada, de la clandestinidad y de toda la etapa de lucha insurreccional e internacionalistas.
  Es que Santiago de Cuba, donde es difícil descubrir una calle por la cual no haya pasado un héroe, es una ciudad épica en el devenir histórico de la Patria.
  La historia ya escribió su nombre en el corazón de la tierra. Cantarle es poco, lo que hace falta es quererla siempre y entregarle el sudor y la sangre cuando haga falta.
  Porque Santiago no es solo museos y gloriosa historia. Sushijos se mueven al compás del trabajo y la creación; sus puertas siempre abiertas a la guitarra y sus casas nunca se cerraron para dar abrigo a los jóvenes perseguidos por sus acciones insurrectas.
  Motivos para venerarla y para que alrededor de ella se haya tejido una leyenda, al ejercer cierto hechizo  entre nativos y visitantes, por la hospitalidad e idiosincrasia de su gente llana y sincera, que le regala siempre  amor eterno e incondicional a su ciudad.
  Abundan testimonio de obra e historia como las famosas Crónicas a Santiago de Cuba,  de la autoría de EmiloBcardí, su primer alcalde, que en una de sus más conocidas valoraciones la calificó de muy noble y leal.
  Aprieta también el pecho esa célebre frase de rebelde ayer, hospitalaria hoy y heroica siempre, que la simboliza para todos los tiempos ante los ojos de Cuba y del mundo. Cada uno de los nacidos en esta tierra lo asume como un elogio a su persona.
  Habría que rememorar anécdotas de Haydée, Vilma, Celia, Frank, y de otros luchadores que tuvieron una alta estima de los sentimientos solidarios de los santiagueros en los días difíciles de la lucha, cuando como en una contraseña por la vida la ciudad entera los protegía de los esbirros.
  Gloria Cuadras de la Cruz, una auténtica santiaguera y  revolucionaria a toda prueba, siempre decía  que ella quería tanto a Santiago, que nunca temía  dar la vida en las riesgosas misiones asumidas, pues ese amor estaba por encima de todo y le acrecentaba las fuerzas.
  Ese sentido de la solidaridad nació de la necesidad de ser útil a los demás;  no es una imposición ni una carga, es un don manifiesto que cada santiaguero lleva con orgullo descubierto.
  Un ser jaranero y jovial, de espíritu emprendedor, alegre hasta en tiempos de adversidad, con el chiste a flor de piel para hacer de la vida un acontecimiento placentero y feliz, colaborador sin otra cosa a cambio que no sea la felicidad de servir: así es el santiaguero de pura cepa.