Aída Quintero
Dip
Cuna y fragua de la gesta libertadora, Santiago
de Cuba enalteció su gloria en el contexto del aniversario 25 del triunfo de la
Revolución, en 1984, con el Título Honorífico de Héroe de la República de Cuba
y la Orden Antonio Maceo, otorgadas por
el Consejo de Estado a propuesta del Comandante en Jefe Fidel Castro.
La más alta condecoración de la Patria,
conferida a esta tierra indómita, “donde no hay una piedra que no haya sido pedestal de un héroe”,
pertenece por extensión a Cuba, porque
Santiago refleja las virtudes, valentía,
raíces patrióticas y proezas de
todo el pueblo.
Merecido ese reconocimiento que obedece a
sus extraordinarios méritos históricos y
por su decisiva contribución a la definitiva independencia del país, la
que antes fue bautizada como Cuna de la Revolución, un calificativo que
resalta que por allí nació la epopeya.
En cada episodio de las centenarias luchas
libradas por la soberanía plena de la Patria han estado los santiagueros y su
rebelde ciudad, escenario en 1898 de la batalla final, con la cual el Ejército
Libertador propició la derrota del poder español en la Isla.
En Santiago de Cuba nacieron y se forjaron
hombres de la talla de los Maceo, Guillermón Moncada y más de 30 generales de
la Guerra de Independencia, quienes legaron firmeza y estoicismo en la batalla
por la dignidad y decoro nacionales.
Fue también cuna y forja del inolvidable
Frank País, combatiente de acrisoladas virtudes
y símbolo de los ideales más puros de la juventud de su época, junto a
Pepito Tey, Tony Alomá y Otto Parellada, y una legión de héroes venerados.
En esta ciudad se escuchó el llamado a
reiniciar la lucha, comenzada en Yara, con el sonar de los fusiles que el 26 de
julio de 1953 dispararon contra el Cuartel Moncada para que el Maestro y Autor
Intelectual del asalto, José Martí, no muriera en el año de su centenario.
Andar
por sus calles es transitar las mismas que conocieron a Abel Santamaría,
segundo jefe del ataque a la otrora fortaleza militar, hoy convertida en museo
y hermosa Ciudad Escolar; es rememorar a Boris Luis Santa Coloma, José Luis
Tassende, Mario Muñoz y tantos valiosos jóvenes inmolados.
En Santiago de Cuba se vistieron por primera
vez del glorioso uniforme verde olivo
los combatientes del levantamiento armado,
el 30 de noviembre de 1956, en apoyo al desembarco del yate Granma,
ocasión en que las casas se trocaron en
bastiones contra la dictadura batistiana.
Las
palabras que mejor definen la solidaridad con los intrépidos revolucionarios
las escribe el propio Frank, organizador y alma de esa acción: “Era hermoso el
espectáculo de un pueblo cooperando con toda valentía en los momentos más difíciles de la lucha”.
Sitio venerado en la ciudad lo constituye el
Cementerio Santa Ifigenia, Monumento Nacional, que atesora los restos del Héroe
Nacional José Martí, de veteranos de la guerra independentista, mártires del
Moncada, de la clandestinidad y de toda la etapa de lucha insurreccional e
internacionalistas.
Es que Santiago de Cuba, donde es difícil
descubrir una calle por la cual no haya pasado un héroe, es una ciudad épica en
el devenir histórico de la Patria.
La historia ya escribió su nombre en el
corazón de la tierra. Cantarle es poco, lo que hace falta es quererla siempre y
entregarle el sudor y la sangre cuando haga falta.
Porque Santiago no es solo museos y gloriosa
historia. Sushijos se mueven al compás del trabajo y la creación;
sus puertas siempre abiertas a la guitarra y sus casas nunca se cerraron para
dar abrigo a los jóvenes perseguidos por sus acciones insurrectas.
Motivos para
venerarla y para que alrededor de ella se haya tejido una leyenda, al ejercer cierto
hechizo entre nativos y visitantes, por
la hospitalidad e idiosincrasia de su gente llana y sincera, que le regala siempre
amor eterno e incondicional a su ciudad.
Abundan
testimonio de obra e historia como las famosas Crónicas a Santiago de
Cuba, de la autoría de EmiloBcardí, su
primer alcalde, que en una de sus más conocidas valoraciones la calificó de muy
noble y leal.
Aprieta también
el pecho esa célebre frase de rebelde ayer, hospitalaria hoy y heroica siempre,
que la simboliza para todos los tiempos ante los ojos de Cuba y del mundo. Cada
uno de los nacidos en esta tierra lo asume como un elogio a su persona.
Habría que
rememorar anécdotas de Haydée, Vilma, Celia, Frank, y de otros luchadores que
tuvieron una alta estima de los sentimientos solidarios de los santiagueros en los
días difíciles de la lucha, cuando como en una contraseña por la vida la ciudad
entera los protegía de los esbirros.
Gloria Cuadras
de la Cruz, una auténtica santiaguera y revolucionaria
a toda prueba, siempre decía que ella
quería tanto a Santiago, que nunca temía
dar la vida en las riesgosas misiones asumidas, pues ese amor estaba por
encima de todo y le acrecentaba las fuerzas.
Ese sentido de
la solidaridad nació de la necesidad de ser útil a los demás; no es una imposición ni una carga, es un don
manifiesto que cada santiaguero lleva con orgullo descubierto.
Un ser
jaranero y jovial, de espíritu emprendedor, alegre hasta en tiempos de
adversidad, con el chiste a flor de piel para hacer de la vida un
acontecimiento placentero y feliz, colaborador sin otra cosa a cambio que no
sea la felicidad de servir: así es el santiaguero de pura cepa.
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