jueves, 27 de octubre de 2011

Un palco desde la TV de mi casa


Como buena cubana disfruto a plenitud del deporte, puede ser pelota, voleibol, nado sincronizado, gimnasia artística, clavado  o atletismo, y con mucha más pasión cuando nuestros atletas miden fuerzas en competencias internacionales.
En estos días de los Juegos Panamericanos Guadalajara 2011, tengo el estadio en mi propia casa, he reservado un puesto frente a la TV, y también mis hijos y mis vecinos hacen lo mismo porque este entusiasmo es contagioso.
Lo que más me ha impresionado hasta ahora de estos juegos  -amén del desempeño de los varones- es la magnífica actuación de las muchachas de la delegación cubana, muchas de las cuales exhiben la medalla de oro en el pecho, tras romper records, destronar a favoritas o reeditar hazañas precedentes.
Así ya están en mi lista de celebridades la tricampeona Yipsi Moreno, que me conmovió con su alegría tras un martillazo que tal vez resonó hasta en Camagüey;  y el título de Arlenis Sierra, la manzanillera de apenas 19 años, con un resultado inédito en el ciclismo al llegar a la meta escoltada por otras dos cubanas.
Y  el salto con pértiga de Yarisley Silva parecía competir con el cielo; la muchacha sorprendió gratamente  al destronar a la titular del orbe con la certeza propia de los grandes; mientras en la carrera de los 800 metros, sin ser favorita se tituló la santiaguera Adriana Muñoz para rendir tributo a esa estelar atleta de todos los tiempos:  Ana Fidelia Quirós.
La lucha femenina aportó las dos primeras preseas doradas en estas lides por intermedio de Lisset y Katherine, y  la yudoca Idalis Ortiz protagonizó muy buen combate frente a una boricua para sumar  la medalla de oro 30 de la delegación cubana y acercarnos un poquito más al segundo lugar que ocupa Brasil.
La ciclista Lisandra Guerra dio batalla como su apellido para coronarse con un sprint de leyenda en la prueba de velocidad pura, frente a la colombiana  Diana María García que la había derrotado en Río2007; y en el taekwondo se lució la habanera Glenhis Hernández.
Hay más nombres de mujeres de oro, y otras de plata y de bronce que merecen reverencia por lo que han hecho y por lo que todavía seguramente harán para que Cuba siga brillando en el deporte.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Manuel combatió bajo las órdenes de El Che

No me cansaba de mirarlo y de admirarlo también. Sus remembranzas tenían el timbre de la emoción y la fuerza de lo inédito; y yo sentía una envidia amorosa por este hombre  de extrema humildad, que  con palabras sencillas dejaba entrever la grandeza de haber luchado junto al Che.
Privilegiado por ser escogido para integrar la columna invasora No. 8 Ciro Redondo que, al mando del Comandante del Ejército Rebelde Ernesto Che Guevara, hizo hazañas por el centro de Cuba,  Manuel Rodríguez Rojas no se conforma con la ausencia de un combatiente de su talla, pero se consuela por haber bebido de su savia, y  contado con la amistad y estimación de su jefe.
Él es de los tantos santiagueros que han hecho historia, no para vivir de esta, sino para enaltecerla con su aporte cotidiano. “Yo era de la columna de Fidel  y cuando me enteré de que había una nueva misión en el llano, quería que me tuvieran en cuenta, pero después de la ofensiva de Batista me mandaron a cumplir otra tarea,  pensé que ya no podría ir, que era tarde”.
Pero cual no fue la sorpresa  de Manuel cuando  regresa y le dan la grata noticia de que  estaba entre los seleccionados por Fidel para lo que sería después la invasión, una de las acciones más audaces del Ejército Rebelde en la ofensiva final contra el tirano Batista.
“Tuvimos varios días en  Las Mercedes, hasta que llegó el Che y nos informó que estaba designado por el Comandante en Jefe  para estar al frente de una de las columnas, mas no dio ningún otro detalle, solo que era muy  difícil, que muchos quedarían en el camino, pues era muy peligrosa,  pero nadie se arrepintió.
“En agosto de 1958 salimos de la Sierra Maestra  145 hombres, integrados a la vanguardia, la retaguardia o a la Comandancia. Al llegar a Camagüey cruzamos el río, y  tuvimos el primer encuentro con el ejército de Batista,  allí murieron dos compañeros nuestros.
“El Che siempre mostró su calidad humana, su sensibilidad, a pesar de ser recto y exigente, y de cumplir su responsabilidad como jefe.  Recuerdo que en un combate hieren a un soldado, hubo que llevarlo para una casa y él trató de operarlo para evitar  la hemorragia,  pero desgraciadamente murió.
“De momento  -prosigue su relato-  siento a alguien tirando a mi derecha, sin parar un momento. Era el Che, y varios allí intercedimos para que dejara esa posición tan peligrosa,  porque el  ejército tiraba  plomo  de plano y podía hacerle  blanco”.
El columnista invasor recuerda que después de esa acción se encontraron con Camilo, “fue muy reconfortante  volver a ver a los compañeros,  y Camilo y el Che se abrazaron contentos, pues les unía una linda amistad,  pero ahí mismo reflexionaron y decidieron separarse porque ambas columnas no podían estar juntas.
“La orden de Fidel era dividir al país en dos, cortar la línea de la carretera, y que si por cualquier circunstancia quedaba uno solo, ese debía organizarse de nuevo, y  terminar la tarea encomendada”, recalca el combatiente.
Siguieron la marcha en condiciones adversas, la tropa  apenas tenía comida, las ropas rotas, sin  zapatos,  el camino extremadamente mojado por la lluvia, y los proyectiles pesaban cada vez más, pero el fusil y las balas siempre a las manos porque el enemigo nunca los podía coger  desprevenidos.
“En la antigua provincia de Las Villas, hoy Villa Clara, la campaña rebelde fue  muy difícil”, confiesa este veterano luchador que no se vanagloria por la obra que ayudó a forjar.
“Hoy puedo asegurar una cosa -dice Manuel convencido-, Fidel no se equivocó al seleccionar a Camilo y el Che para comandar la invasión de Oriente a Occidente, ellos tenían la audacia y el temple necesarios para imprimirle a la tropa una fortaleza y convicción de la victoria muy grande,  que no es fácil describirla, pero yo la viví.
“Después del triunfo cada vez que el Comandante Guevara viajó  a Santiago de Cuba me mandaba a buscar, se preocupaba por mí, por mi familia, y por los demás combatientes también. En una ocasión me presentó a su mamá, fue un momento inolvidable para mí. Cuando se despidió de nosotros en La Habana, yo sabía que él se iría para otra misión importante en su vida de guerrillero.
“Su muerte en Bolivia, la sentí como si fuera un ser querido…Ahora me honro con haber combatido bajo sus órdenes y haber conocido a este revolucionario íntegro.”
Su esposa falleció,  pero cuenta con el afecto de su hija y nietos