Aída Quintero Dip
La historia de Cuba ofrece ejemplos elocuentes de lealtad a las convicciones, a los principios que son muy útiles hoy para la defensa de la Patria y la formación de las nuevas generaciones, crecidas bajo el influjo de un ancestral patriotismo.
Tan apreciable arsenal forma parte de la obra colectiva que alimenta la espiritualidad del pueblo, ese pueblo diferente en cada etapa de desarrollo, pero eternamente el mismo que ha demostrado cuán difícil será traicionar la gloria vivida.
Así en la memoria popular sobresalen acciones en el acontecer nacional como la del Cacique Hatuey, quien en la hoguera, donde lo pusieron los colonialistas españoles por su rebeldía, rechazó hacerse cristiano e ir al cielo, como le pidió el sacerdote, para no encontrarse allá con los esclavizadores de los suyos.
Carlos Manuel de Céspedes, quien dio el primer grito de independencia en La Demajagua, para darle libertad a sus esclavos, es considerado con justeza el Padre de la Patria, porque refutó dejar la lucha para salvar a su querido hijo Oscar, que había caído prisionero de las tropas enemigas, alegando que todos los cubanos eran sus hijos.
El digno camagüeyano Ignacio Agramante, al escuchar a un conspirador independentista quejosamente preguntar cómo íbamos a liberar a Cuba, siendo muy superior el poderío militar de los colonialistas españoles, sin vacilar, exclamó: “¡Con la vergüenza de los cubanos!”
Esa misma vergüenza y amor patrio multiplicado llevó a los valerosos bayameses a iluminar el cielo de la Isla, al quemar su amada ciudad, el 12 de enero de 1869, antes de rendirla a los pies del enemigo.
Mariana Grajales, nacida en la indómita tierra de Santiago de Cuba, mientras sus hijos Antonio y José daban un paso al frente para sumarse a la revolución, se dirigió al más pequeño de su prole y le indicó empinarse para que también respondiera al llamado del deber.
El guajiro matancero Secundino Alfonso, ordenanza del Brigadier Pedro Betancourt, al ver caer del caballo a su jefe, le cedió el machete y su propio caballo y lo protegió, hasta morir disparando contra el enemigo.
Otro ejemplo que vale la pena rememorar en la historia de Cuba es el de la madre de Calixto García Iñiguez, cuando supo con angustia que este había caído prisionero en manos de los peninsulares, dijo:
“¡Este no es mi hijo!”, pero al saber que se había dado un tiro, que no logró matarlo, expresó: "¡Ese sí es mi hijo!".
José Martí, siendo apenas un adolescente, cargado de cadenas y grilletes, le escribió a su madre, rogándole que, en vez de llorar, pensara que entre las espinas nacen las flores. De cara al Sol supo el Héroe caer en combate tras sembrar poderosas ideas que hoy son fuentes de inspiración en su Patria.
Pervive en la memoria un pasaje mucho más contemporáneo relacionado con Juan Almeida Bosque, con la frase que él pronunciara durante el combate frente a fuerzas de la tiranía de Fulgencio Batista en Alegría de Pío, al sur oriental, después del desembarco del Yate Granma, en diciembre de 1956, bautizo de fuego del futuro Ejército Rebelde con Fidel Castro a la cabeza.
En aquel instante de zozobra ante los inconvenientes afrontados por la corajuda expedición retumbó en los oídos de sus compañeros y de la manigua: ¡Aquí no se rinde nadie...!, como una lección para todos los tiempos.
Son apenas pasajes de la rica historia y del acervo patriótico que inspiran a la lealtad y alimentan el alma de la nación cubana.
jueves, 16 de febrero de 2017
viernes, 10 de febrero de 2017
Meida, entrega total a la Revolución
Aída Quintero Dip
Acto de verdadera
justicia es sacar a la luz historias de vida que permanecen en el anonimato,
como la de Meida Pineda Cueto, una mujer de la Revolución, como ella misma se
define, que vive en Santiago de Cuba e irradia tanto ejemplo y valores que
sería un sacrilegio no revelarla.
En la sencillez de
su existencia, que pareciera no tiene mucho que expresar a los demás, radica
seguramente su grandeza.
A los 13 años Meida
cocinaba y lavaba la ropa de los rebeldes que enfrentaban a la tiranía de Fulgencio Batista allá por
los montes de La Panchita, en Vega del Jobo, Baracoa, de la provincia de
Guantánamo, donde nació hace 72 años.
Recuerda que cuando
los “barbudos” iban a atacar algún sitio tenían que preparar comida a veces
para unos 80 hombres, ella ayudaba a su madrina, Blanca Leyva, en cuya casa la
acogieron, pues su familia era humilde y la miseria no alcanzaba para
alimentarla junto a sus 11 hermanos.
“Era costumbre del
lugar y de la época lavar en el río donde apenas podíamos tender la ropa, pues si los aviones enemigos
las detectaban era muy peligroso, ahí mismo empezaba el bombardeo”, rememora.
Aquellos tiempos
fueron duros, y ella se elevó sobre sus propios pies para desafiarlos, prefiere
olvidarlos pero sabe lo importante de que las nuevas generaciones conozcan bien
la historia para defenderla mejor.
“Cuando triunfó la
Revolución, con 14 años, me sentí la persona más feliz de la tierra, esa
primera sensación de libertad fue tremenda, después de estar en medio de una
guerra, sentir bien cerca las metrallas y la posibilidad de morir, si no de
hambre, de los ataques de la aviación.
“Me consideran una
colaboradora del Ejército Rebelde por mi respaldo concreto en los días de lucha
insurreccional, qué mayor orgullo puede
una cubana sentir en su vida”, dice sonriente, emocionada.
“En 1960 me
trasladé para Santiago de Cuba, donde fui empleada doméstica, cuidaba tres niños en una casa por solo ocho
pesos mensuales, pero empecé a ser otra cuando me incorporé al trabajo estatal
en el comercio y la gastronomía con
tanta devoción y entrega que fui elegida Vanguardia en varias ocasiones”.
Apenas lograda la
victoria de 1959, en aquellos años fundacionales, lo mismo se movilizó para el
corte de caña, la recogida de café y de algodón, o la defensa de la Patria,
cuando la participación de cada cual era vital para el progreso de la
incipiente Revolución, rodeada de peligros por todas partes.
“Me integré al
proceso por completo, milité en la Unión de Jóvenes Comunistas, entonces
Jóvenes Rebeldes, fui de las primeras en las Milicias Nacionales
Revolucionarias y reguladora del tránsito como auxiliar del Ministerio del
Interior, por lo que me escogieron para trabajar en la Primera Conferencia
Tricontinental, en 1966, en La Habana”, refiere.
Se califica ella
misma y lo confirman quienes la conocen bien como una mujer muy colaboradora,
servicial, que siente placer con prestar ayuda a todo el que la necesite;
amante de la justicia, no extraña saberla juez lego en el municipio de Santiago
de Cuba por más de 20 años.
Prestó servicios
cuando el ataque al aeropuerto santiaguero Antonio Maceo, como preludio de la
invasión mercenaria por Playa Girón, y cuando en 1963 el ciclón Flora azotó el
oriente cubano, pues ante cualquier contingencia ella siempre da el paso al frente.
“Lo único que he
hecho en mi vida es trabajar, ese es mi único premio, mi gran trofeo”, confiesa
esta baracoesa que ha echado raíces en Santiago de Cuba, una tierra que
aprendió a querer como suya.
Ahora jubilada, esta
mujer nunca temió a las faenas duras ni a las largas jornadas, como
dependienta, cajera, recaudadora,
administradora, entrega que ayudaron a forjar en ella un
carácter fuerte pero también un corazón bondadoso que derrocha simpatía en su
barriada del Centro Urbano Abel Santamaría.
Habla con orgullo de
lo que denomina “mis cuatro joyas”: sus hijas Eva María y Yelisa, y sus nietas
Carolina y Meilín Reina, quienes le dan una vitalidad increíble para seguir
adelante.
“Las amo
intensamente, siempre les enseñé a disfrutar lo que tienen y a no sufrir por lo
que les falta, esa postura les ayuda a vivir una existencia plena, buscar y hallar la parte positiva de cada
situación y fomentar valores en sus descendientes.
“Me sacrifiqué
mucho, no lo niego, para que ellas fueran personas de bien, quedé viuda cuando
eran pequeñas, me esforcé para que se prepararan, me dieron el mejor regalo,
ambas son licenciadas, una en Educación y la otra en Contabilidad, y excelentes
trabajadoras”.
Ahí está el otro
gran premio que enaltece la vida de Meida Pineda Cueto.
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