Aída Quintero Dip
Acto de verdadera
justicia es sacar a la luz historias de vida que permanecen en el anonimato,
como la de Meida Pineda Cueto, una mujer de la Revolución, como ella misma se
define, que vive en Santiago de Cuba e irradia tanto ejemplo y valores que
sería un sacrilegio no revelarla.
En la sencillez de
su existencia, que pareciera no tiene mucho que expresar a los demás, radica
seguramente su grandeza.
A los 13 años Meida
cocinaba y lavaba la ropa de los rebeldes que enfrentaban a la tiranía de Fulgencio Batista allá por
los montes de La Panchita, en Vega del Jobo, Baracoa, de la provincia de
Guantánamo, donde nació hace 72 años.
Recuerda que cuando
los “barbudos” iban a atacar algún sitio tenían que preparar comida a veces
para unos 80 hombres, ella ayudaba a su madrina, Blanca Leyva, en cuya casa la
acogieron, pues su familia era humilde y la miseria no alcanzaba para
alimentarla junto a sus 11 hermanos.
“Era costumbre del
lugar y de la época lavar en el río donde apenas podíamos tender la ropa, pues si los aviones enemigos
las detectaban era muy peligroso, ahí mismo empezaba el bombardeo”, rememora.
Aquellos tiempos
fueron duros, y ella se elevó sobre sus propios pies para desafiarlos, prefiere
olvidarlos pero sabe lo importante de que las nuevas generaciones conozcan bien
la historia para defenderla mejor.
“Cuando triunfó la
Revolución, con 14 años, me sentí la persona más feliz de la tierra, esa
primera sensación de libertad fue tremenda, después de estar en medio de una
guerra, sentir bien cerca las metrallas y la posibilidad de morir, si no de
hambre, de los ataques de la aviación.
“Me consideran una
colaboradora del Ejército Rebelde por mi respaldo concreto en los días de lucha
insurreccional, qué mayor orgullo puede
una cubana sentir en su vida”, dice sonriente, emocionada.
“En 1960 me
trasladé para Santiago de Cuba, donde fui empleada doméstica, cuidaba tres niños en una casa por solo ocho
pesos mensuales, pero empecé a ser otra cuando me incorporé al trabajo estatal
en el comercio y la gastronomía con
tanta devoción y entrega que fui elegida Vanguardia en varias ocasiones”.
Apenas lograda la
victoria de 1959, en aquellos años fundacionales, lo mismo se movilizó para el
corte de caña, la recogida de café y de algodón, o la defensa de la Patria,
cuando la participación de cada cual era vital para el progreso de la
incipiente Revolución, rodeada de peligros por todas partes.
“Me integré al
proceso por completo, milité en la Unión de Jóvenes Comunistas, entonces
Jóvenes Rebeldes, fui de las primeras en las Milicias Nacionales
Revolucionarias y reguladora del tránsito como auxiliar del Ministerio del
Interior, por lo que me escogieron para trabajar en la Primera Conferencia
Tricontinental, en 1966, en La Habana”, refiere.
Se califica ella
misma y lo confirman quienes la conocen bien como una mujer muy colaboradora,
servicial, que siente placer con prestar ayuda a todo el que la necesite;
amante de la justicia, no extraña saberla juez lego en el municipio de Santiago
de Cuba por más de 20 años.
Prestó servicios
cuando el ataque al aeropuerto santiaguero Antonio Maceo, como preludio de la
invasión mercenaria por Playa Girón, y cuando en 1963 el ciclón Flora azotó el
oriente cubano, pues ante cualquier contingencia ella siempre da el paso al frente.
“Lo único que he
hecho en mi vida es trabajar, ese es mi único premio, mi gran trofeo”, confiesa
esta baracoesa que ha echado raíces en Santiago de Cuba, una tierra que
aprendió a querer como suya.
Ahora jubilada, esta
mujer nunca temió a las faenas duras ni a las largas jornadas, como
dependienta, cajera, recaudadora,
administradora, entrega que ayudaron a forjar en ella un
carácter fuerte pero también un corazón bondadoso que derrocha simpatía en su
barriada del Centro Urbano Abel Santamaría.
Habla con orgullo de
lo que denomina “mis cuatro joyas”: sus hijas Eva María y Yelisa, y sus nietas
Carolina y Meilín Reina, quienes le dan una vitalidad increíble para seguir
adelante.
“Las amo
intensamente, siempre les enseñé a disfrutar lo que tienen y a no sufrir por lo
que les falta, esa postura les ayuda a vivir una existencia plena, buscar y hallar la parte positiva de cada
situación y fomentar valores en sus descendientes.
“Me sacrifiqué
mucho, no lo niego, para que ellas fueran personas de bien, quedé viuda cuando
eran pequeñas, me esforcé para que se prepararan, me dieron el mejor regalo,
ambas son licenciadas, una en Educación y la otra en Contabilidad, y excelentes
trabajadoras”.
Ahí está el otro
gran premio que enaltece la vida de Meida Pineda Cueto.
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