viernes, 10 de febrero de 2017

Meida, entrega total a la Revolución




Aída Quintero Dip
   Acto de verdadera justicia es sacar a la luz historias de vida que permanecen en el anonimato, como la de Meida Pineda Cueto, una mujer de la Revolución, como ella misma se define, que vive en Santiago de Cuba e irradia tanto ejemplo y valores que sería un sacrilegio no revelarla.
  En la sencillez de su existencia, que pareciera no tiene mucho que expresar a los demás, radica seguramente su grandeza.
  A los 13 años Meida cocinaba y lavaba la ropa de los rebeldes que enfrentaban  a la tiranía de Fulgencio Batista allá por los montes de La Panchita, en Vega del Jobo, Baracoa, de la provincia de Guantánamo, donde nació hace 72 años.
  Recuerda que cuando los “barbudos” iban a atacar algún sitio tenían que preparar comida a veces para unos 80 hombres, ella ayudaba a su madrina, Blanca Leyva, en cuya casa la acogieron, pues su familia era humilde y la miseria no alcanzaba para alimentarla junto a sus 11 hermanos.
   “Era costumbre del lugar y de la época lavar en el río donde apenas podíamos   tender la ropa, pues si los aviones enemigos las detectaban era muy peligroso, ahí mismo empezaba el bombardeo”, rememora.
   Aquellos tiempos fueron duros, y ella se elevó sobre sus propios pies para desafiarlos, prefiere olvidarlos pero sabe lo importante de que las nuevas generaciones conozcan bien la historia para defenderla mejor.
  “Cuando triunfó la Revolución, con 14 años, me sentí la persona más feliz de la tierra, esa primera sensación de libertad fue tremenda, después de estar en medio de una guerra, sentir bien cerca las metrallas y la posibilidad de morir, si no de hambre, de los ataques de la aviación.
  “Me consideran una colaboradora del Ejército Rebelde por mi respaldo concreto en los días de lucha insurreccional,  qué mayor orgullo puede una cubana sentir en su vida”, dice sonriente, emocionada.
   “En 1960 me trasladé para Santiago de Cuba, donde fui empleada doméstica,  cuidaba tres niños en una casa por solo ocho pesos mensuales, pero empecé a ser otra cuando me incorporé al trabajo estatal en el comercio y la gastronomía  con tanta devoción y entrega que fui elegida Vanguardia en varias ocasiones”.
  Apenas lograda la victoria de 1959, en aquellos años fundacionales, lo mismo se movilizó para el corte de caña, la recogida de café y de algodón, o la defensa de la Patria, cuando la participación de cada cual era vital para el progreso de la incipiente Revolución, rodeada de peligros por todas partes.
   “Me integré al proceso por completo, milité en la Unión de Jóvenes Comunistas, entonces Jóvenes Rebeldes, fui de las primeras en las Milicias Nacionales Revolucionarias y reguladora del tránsito como auxiliar del Ministerio del Interior, por lo que me escogieron para trabajar en la Primera Conferencia Tricontinental, en 1966, en La Habana”, refiere.
  Se califica ella misma y lo confirman quienes la conocen bien como una mujer muy colaboradora, servicial, que siente placer con prestar ayuda a todo el que la necesite; amante de la justicia, no extraña saberla juez lego en el municipio de Santiago de Cuba por más de 20 años.
  Prestó servicios cuando el ataque al aeropuerto santiaguero Antonio Maceo, como preludio de la invasión mercenaria por Playa Girón, y cuando en 1963 el ciclón Flora azotó el oriente cubano, pues ante cualquier contingencia ella  siempre da el paso al frente.
  “Lo único que he hecho en mi vida es trabajar, ese es mi único premio, mi gran trofeo”, confiesa esta baracoesa que ha echado raíces en Santiago de Cuba, una tierra que aprendió a querer como suya.
  Ahora jubilada, esta mujer nunca temió a las faenas duras ni a las largas jornadas, como dependienta, cajera, recaudadora,
administradora, entrega que ayudaron a forjar en ella un carácter fuerte pero también un corazón bondadoso que derrocha simpatía en su barriada del Centro Urbano Abel Santamaría.
  Habla con orgullo de lo que denomina “mis cuatro joyas”: sus hijas Eva María y Yelisa, y sus nietas Carolina y Meilín Reina, quienes le dan una vitalidad increíble para seguir adelante.
  “Las amo intensamente, siempre les enseñé a disfrutar lo que tienen y a no sufrir por lo que les falta, esa postura les ayuda a vivir una existencia plena,  buscar y hallar la parte positiva de cada situación y fomentar valores en sus descendientes.
  “Me sacrifiqué mucho, no lo niego, para que ellas fueran personas de bien, quedé viuda cuando eran pequeñas, me esforcé para que se prepararan, me dieron el mejor regalo, ambas son licenciadas, una en Educación y la otra en Contabilidad, y excelentes trabajadoras”.
  Ahí está el otro gran premio que enaltece la vida de Meida Pineda Cueto.

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