Bárbara Vasallo
Mis muchachos, como
cariñosamente digo a los jóvenes periodistas que me acompañan, nunca antes compartieron
experiencias en la cobertura de un huracán.
En horas tempranas
de la tarde del sábado ocho de septiembre cuando les dije: Nos vamos que hay
que reportar, me miraron con caras de pocos amigos, y los entiendo.
No es fácil
enfrentarse por primera vez a un fenómeno meteorológico a riesgo de la vida,
cumplir con el sacerdocio de informar a la gente, captar las imágenes de las
grandes olas cuando llegan al litoral, buscar el ángulo perfecto para dejar
para la historia la fuerza de los vientos, estar pendiente de los partes que la
Defensa Civil emite, y hasta bromear con otros colegas, a pesar de percibir el
riesgo.
Salimos a recorrer
el litoral antes de que Irma impidiera el movimiento, estuvimos trasmitiendo
desde una oficina cercana que tenía fluido eléctrico para actualizar a los
receptores sobre la situación del territorio amenazado en sus más de 270
kilómetros de costa, nos tomamos un café apurados y vimos volar los gajos de
los árboles del parque de La Libertad.
Mis muchachos
mojaron y secaron sus ropas, dictaron por teléfono sus notas a los editores.
Supimos que el
municipio de Martí, bien al norte, quedó prácticamente incomunicado a causa de
los vientos, que en Cárdenas el mar estaba bravo y penetraba calles adentro,
Varadero ponía a buen resguardo a turistas, constructores y población, y en
Matanzas la cifra de evacuados ascendía a más de 62 mil.
En estas coberturas
los periodistas compartimos datos, imágenes, no pensamos en quién tiene la
última, también entre los que llevamos varios ciclones en la mochila, surgieron
anécdotas, de la noche en que bajo vientos de casi 200 kilómetros por hora,
llegó Fidel y siguió para Varadero a conversar con los turistas, porque él
siempre lo hizo, porque cruzaba el puente de Bacunayagua de 112 metros de
altura y preguntaba por los evacuados, y llamaba a preservar las vidas primero
que todo...
Son jornadas de
agotamiento físico, de preocupación por los que quedaron en casa, a la
retaguardia, clavando ventanas, asegurando tanques y poniendo de alta faroles
de antaño, por los que están más lejos y las comunicaciones se dificultan, por
otros colegas que están también trabajando poniendo por delante el pellejo.
Trabajar codo a codo
con los principales dirigentes del Consejo de Defensa de la provincia de
Matanzas, apreciar la constante
preocupación por la gente, para que no se arriesguen durante
el paso del meteoro, los que viven en casas frágiles, en las márgenes de los
ríos, los que tienen familiares encamados, todo es muestra fehaciente de la
bondad de un sistema social donde el ser humano es lo primero.
Mis muchachos, junto a otros jóvenes
periodistas de la radio, el periódico y la televisión locales, vivieron la
experiencia de este huracán con nombre de mujer que ya se inscribió en la
historia de los más potentes de cuantos se formaron en el Atlántico, conocieron
de estas dinámicas informativas, del trasnochar detrás del último detalle.
Irma dejó a su paso
por el Caribe destrucción, árboles en el suelo, edificios desolados, un mar
embravecido, cables desprendidos y teléfonos silenciados; pero para mis muchachos
y los otros fortaleció la labor en equipo, la solidaridad de compartir un
caramelo, la necesidad de la síntesis y la inmediatez, la voluntad de vencer el
sueño y el amor infinito por seguir siendo periodistas...
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