Aída Quintero Dip
En su vida de
excepcional revolucionario Fidel Castro libró muchas batallas: en la Sierra
Maestra, en Playa Girón, en las Naciones Unidas, pero pocas impactaron tanto
como la asumida, cual padre hacia un hijo, por la liberación del niño Elián
González, secuestrado en los Estados Unidos.
El estadística
brilló en esas jornadas por su profundo humanismo y conmovió al propio pueblo
norteamericano y al mundo entero ante el hecho inverosímil de un Jefe de Estado
ocuparse por completo del retorno del niño a su progenitor, Juan Miguel
González, y al seno de la familia y hogar en Cárdenas.
Ya un joven graduado
de ingeniería en la Universidad de Matanzas, Elián ponderó el gran humanismo y
sensibilidad de Fidel que él sintió en carne propia luego de su regreso a Cuba
en los frecuentes contactos que tuvo con el Comandante en Jefe, pendiente siempre
de sus estudios y de su vida.
La grandeza humana
de este hombre se puso de manifiesto ante los reveses y las victorias, como
estudiante universitario, organizador de la guerra de liberación, en su etapa
de jefe guerrillero, y en más de 50 años de Revolución en el poder, virtud que
le nació siendo niño allá en su natal Birán, en Holguín.
Cuentan que cuando
iba al río a bañarse con sus hermanos, les regalaba su ropa a los niños
necesitados de la comunidad, y después decía a los padres que la corriente del
río se la había llevado.
Esos valores
volvieron a germinar en los días de la guerra siempre atento al más mínimo
detalle, la comida de sus compañeros de armas, el estado de la ropa que
vestían, la medicina para los enfermos, situación de los heridos y los que
morían en combate, muy doloroso para su espíritu rebelde y sensible.
También se puso de
relieve en el tratamiento a los enemigos que eran prisioneros, jamás permitió
que alguien vejara a un soldado batistiano ni a un traidor, incluso después del
triunfo en 1959 se preocupó porque los huérfanos fueran tratados sin distinción
de quiénes habían sido sus padres.
La profesora de
Derecho de la Universidad de Oriente, Caridad García Rondón, recuerda aquel
enternecedor pasaje de la expedición del yate Granma cuando cayó un compañero
al agua y Fidel dijo que hasta que no lo rescataran no seguirían viaje, a pesar
del riesgo de ser descubiertos.
Uno de sus
entrañables hermanos de lucha, el Comandante de la Revolución Juan Almeida
Bosque, no se cansaba de repetir ese episodio de 1956 que le dio la medida de
quién era Fidel, un hombre capaz de cualquier sacrificio, capaz de todo por los
demás.
Su gran amigo el
escritor colombiano, Gabriel García Márquez, veía en él a un ser humano
increíble, que cuando hablaba con la gente en plena calle, el diálogo recobraba
expresividad y la franqueza de los afectos más sentidos.
Por eso, decía, lo
llaman sencillamente Fidel, como un amigo cercano, un padre, un hermano; lo
abrazan, le reclaman, le plantean problemas, le discuten, en un intercambio sui
géneris donde prevalece la verdad sin titubeos.
“Es entonces que se
descubre al ser humano insólito, que el resplandor de su propia imagen no deja
ver. Este es el Fidel Castro que creo conocer”, precisaba el Premio Nobel de
Literatura, ya fallecido.
Este cubano fue un
hombre extraordinario que supo cautivar a las mujeres y siempre las sintió
útiles; tuvo la osadía de crear el pelotón Mariana Grajales para el combate y,
después, las consideró una Revolución dentro de otra Revolución, mas
invariablemente las trató con exquisitez y delicadeza.
La pérdida de
entrañables compañeros lo laceró
profundamente: Abel Santamaría, Frank País, Camilo Cienfuegos, Ernesto Che
Guevara y tantos otros, pero visionario como era halló consuelo en quienes
seguirían su ejemplo, al expresar que en el pueblo había muchos Camilos y que
los pioneros serían como el Che.
Solo un alma como
la suya pudo idear la Operación Milagro en complicidad con el también fallecido
presidente venezolano, Hugo Chávez, iniciada en 2004 con el propósito de operar
a seis millones de latinoamericanos y caribeños en un plazo de 10 años.
Este programa
gratuito de rehabilitación oftalmológica ha cambiado la vida de muchas
personas, quienes agradecen tal altruismo que no puede describirse con
palabras, sino con el hecho de que ha posibilitado que los beneficiados tengan
una mejor calidad de vida y puedan incorporarse a la sociedad.
La Operación Milagro
es un ejemplo de esa preocupación sempiterna del líder histórico de la
Revolución cubana por los más pobres, olvidados y marginados, actitud que
mostró también en el propio año 1959 al entregar la tierra a los campesinos
mediante la Ley de Reforma Agraria.
Es una expresión del
humanismo y solidaridad que desde su triunfo mismo le inyectó Fidel al proceso
emancipador, que bajo su liderazgo ha repartido salud y esperanza a numerosas
regiones del mundo, sin importar distancias, ni diferencias políticas.
Porque él no solo
perteneció a Cuba. Ese por Viet Nam estamos dispuestos a dar hasta nuestra
propia sangre para convertirlo en mil veces más heroico, signó una época y una
generación bajo su hidalguía y magisterio.
Angola resultó
también un capítulo trascendente en el reflejo del ancestral humanismo de
Fidel, que se esparció por toda África;
a los 40 años de su primera visita a ese país, del 23 al 27 de marzo de
1977, angoleños y cubanos destacaron ese legado que dejó para las nuevas
generaciones.
“Quiero agradecer
por el apoyo que nos dio, que nos permite estar en esta sala ahora”, enunció el
general Antonio dos Santos Franza, quien llegó a Cuba en 1962 para formarse
como agrónomo y conoció al estadista en aquellos conversatorios con estudiantes
en la Universidad de La Habana.
“Fue una tremenda
alegría la llegada del Jefe de la Revolución cubana, porque era un humanista
por excelencia”, recordó Lucia Ingles, la secretaria general de la Organización
de Mujeres Angoleñas, quien en aquella época era la secretaria de
comunicaciones de la Presidencia.
Un mensaje sobre el
eterno líder dejó la destacada periodista y escritora Katiuska Blanco, en el
contexto de la Feria del Libro, en abril último, en Santiago de Cuba: “Hemos
leído y escuchado mucho a Fidel Castro, pero todavía no lo conocemos bien, hay
que estudiarlo más para hallarle todos los días un significado nuevo a la gran
obra que fue su vida”.
Cuba tuvo la fortuna
de tenerlo y compartir sus ideales con el mundo, y ahora asume el compromiso de
que el pensamiento y obra de este revolucionario íntegro perduren para siempre
entre nosotros.