Celia, imprescindible en la Revolución
Aída Quintero Dip
De Celia Sánchez Manduley, una de las
cubanas imprescindibles de la
Revolución, nunca podrá hablarse en pasado. Tal es la
impronta de una mujer que conjugó su condición de heroína, madre adoptiva de
muchos compatriotas y figura inseparable de Fidel.
Este 9 de mayo en el aniversario 97 de su
natalicio a Celia se le sigue recordando con especial cariño, ella sigue siendo una leyenda, pero tan real, tan viva que se multiplica
en su pueblo para el que consagró cada minuto de su fértil y apasionada
existencia.
Amante de las bromas, osada, con gran imaginación, sorprendía, sobre
todo, por su ternura y vehemente forma de querer a los demás. Tal mezcla de
intranquilidad y pasión, de sensibilidad e intrepidez tenían que convertirla en
una de las personalidades más seductoras de la historia de Cuba.
En opinión del investigador Ricardo Vázquez, “Si Celia fue tan virtuosa
lo debió en gran medida a su padre,
hombre de vasta cultura, profundamente martiano y que se desarrolló no solo en
la medicina sino también en la estomatología, la política, la espeleología, la
historia.
Fue él quien señalizó el lugar exacto donde cayó el prócer Carlos Manuel
de Céspedes, guió la expedición que situó el primer busto de José Martí en el
Pico Turquino, en 1953. Se carteaba con el científico Núñez Jiménez, era
conocido del pintor Carlos Enríquez, seguidor de las ideas del líder ortodoxo
Eduardo Chibás…”.
Capítulo aparte en su vida, merece su vínculo con Santiago de Cuba; desde muy joven se integró al Movimiento 26 de Julio, fue
decisiva como luchadora clandestina de la ciudad, cuando se convirtió en Norma
y era inseparable de Fran País y Vilma Espín, vital en el envío de combatientes
para engrosar las filas rebeldes.
En esa tierra indómita dejó sus huellas de muchas maneras, pues
tuvo que ver desde el diseño de los
uniformes escolares, hasta con el
decorado y concepción de sitios tan importantes como la Comandancia General
de la Plata, en
plena Sierra Maestra.
Se dice que el mito de la guerrillera ha empañado a veces un tanto a la
mujer humana, de carne y hueso. Y Celia fue mucho más que la valerosa heroína;
era la persona en quien confiaban los campesinos para plantearle sus más
íntimos y peliagudos problemas, con la certeza de que haría todo por
resolverlos.
Otro aspecto que la distinguía era el apego a la naturaleza. “Adoraba el
paisaje de Pilón, esa combinación de mar y lomas, donde vivió desde 1940 a 1956, constituía su
lugar predilecto para descansar”, apunta la historiadora de Media Luna, Maritza
Acuña.
Resulta inconcebible pensar que no se enamorara: Sí tuvo novios y varios
pretendientes. “Lo que hay que entender y subrayar es que el gran amor de su
existencia fue la Revolución. Por ella, lo antepuso todo, se
desveló, dio el alma y la vida”, comentó Ricardo Vázquez.
“Era una mujer de verdad; se daba a querer por todo el mundo. Organizaba
su trabajo secreto sin que nadie se diera cuenta, despistaba a cualquiera. Tú
la veías salir a pescar y andaba mirando por donde era mejor el desembarco.
Recuerdo que cuando vino para lo del Granma el jefe nacional de Acción y
Sabotaje del Movimiento 26 de Julio, Frank País, ella me dijo: Hoy hay visita,
ordeña temprano las vacas, dejas la leche en la mesa y después te vas. Yo ni
sospeché‚ de quién se trataba”.
Al incorporarse a la guerrilla en la Sierra Maestra, su
misión consistió en asegurar las comunicaciones, proveer los alimentos, atender
las necesidades del campesinado. Nunca se le vio disgustada o cansada: sacaba
fuerzas de su gran corazón para atender con infinita paciencia a todo aquel que
reclamaba su ayuda.
La historiadora Maritza Acuña opina que la última gran prueba
demostrativa de la excepcionalidad de Celia fue su propio deceso, cuando le faltaban
cuatro meses para cumplir 60 años.
“Sabía que padecía una enfermedad penosa; ya la habían operado de un
pulmón y, sin embargo, en vez de cuidarse, se consagró más al trabajo, a ayudar
con todas sus energías a Fidel. Y lo más llamativo: ni en esos momentos perdió
la sonrisa y su manera alegre de mirar la vida; eso puede comprobarse en la
foto tomada el 30 de noviembre de 1979 en Santiago de Cuba, 42 días antes de
morir”.
Por otro lado Julio César Sánchez cree que no siempre el epíteto de La Flor más autóctona de la Revolución se ha
interpretado bien: “Celia expresa lo autóctono por su criollez, su cubanía;
siendo diputada, del Consejo de Estado, del Comité Central, nunca dejó de
comportarse con su gracia y acento campesinos, de gente del pueblo.
“Ni
miró jamás por encima del hombro a alguien.
Y expresa lo autóctono, también, porque era esa cubana bromista, jaranera, pero a la vez responsable, exigente, comprometida, anónima y modesta”.
Y expresa lo autóctono, también, porque era esa cubana bromista, jaranera, pero a la vez responsable, exigente, comprometida, anónima y modesta”.
Quienes la conocieron todavía sienten un
vacío grande por haberla perdido. "Para medir
quién fue esta hermana nuestra, baste subrayar que será imposible escribir la
historia de Fidel Castro sin reflejar a la vez la vida de Celia Sánchez
Manduley...", expresó Armando Hart Dávalos, en la despedida de duelo de
esta singular revolucionaria.
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