sábado, 12 de agosto de 2017

Fidel sigue asaltando el cielo



Jorge Wejebe Cobo
  Este 13 de agosto será el cumpleaños 91, el primero del líder de la Revolución Fidel Castro que se celebra sin su presencia física, pero con su recuerdo sustentado  en un legado que solo es posible si se le concibe  en las inmensidades  de varios Fidel, consagrado a formidables tareas históricas, que parecían imposibles para generaciones enteras que lo antecedieron.
   Los relatos del poeta de que “El hombre se hizo siempre de todo material, de villas señoriales o barrio marginal” dedicado a otro grande  también lo explican en su Birán natal, en la casa  de la niñez perfumada por el olor a cedro, donde se involucra con los desheredados de antiguos barracones de esclavos, entre los cuales deambulaba  libre de prejuicios a buscar amigos de juegos y los primeros retos a la naturaleza del lugar.
   No fue su caso el de grandes personalidades de la historia  guiadas en sus primeros años por algún preceptor. Fidel fue su propio guía aunque sus cualidades no escaparon del presagio exacto del sacerdote jesuita y profesor del Colegio de Belén, el español Armando Llorente, quien lo consideró su mejor alumno y escribió en su valoración:   “Siempre vi en Fidel Castro madera de héroe y estaba convencido de que la historia de su patria algún día tendría que hablar de él.”
   No demoró en hacerse realidad la prefiguración del religioso y desde su entrada  a la Universidad de La Habana  se sumó a las luchas estudiantiles por la regeneración de la república como la soñó José Martí, del cual  estudió con fruición su obra y las ideas del marxismo leninismo, y lo demás lo hizo su vocación revolucionaria que lo llevó a sus primeras acciones al enrolarse en una expedición malograda para liberar a Santo Domingo de la dictadura de Leónidas Trujillo.
   Con  solo 22 años, al asistir en 1948 a un evento estudiantil en Bogotá, Colombia, las circunstancias lo ponen en el centro de una violenta revolución espontánea en la que  literalmente estalló la ciudad ante el asesinato del líder progresista Eliécer Gaitán y en vez de buscar la  seguridad en esas condiciones, se suma al pueblo y con el fusil al brazo trata de organizar el combate al frente de unos pocos sublevados.
  El golpe del 10 de marzo de 1952, por Fulgencio Batista con la luz verde de EE.UU. -muy complaciente con las dictaduras militares  del continente-, acaba con las formalidades democráticas burguesas de la Isla y mientras los partidos tradicionales burgueses no se  enfrentan al régimen de facto,  tampoco  los sectores de la izquierda pudieron desafiar al ejército.
   Para entonces aquel joven que en Bogotá tuvo su bautismo de fuego  comprendió claramente   que la lucha armada era la única solución y emergió como un líder diferente al frente de un destacamento de vanguardia de la llamada Generación del Centenario. Pulverizando prejuicios y miedos, organizó y dirigió los ataques a los cuarteles  Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, de Santiago de Cuba y Bayamo, respectivamente, el 26 de julio de 1953.
   Nadie mejor preparado que Fidel para enfrentar el duro revés militar de aquella epopeya en la que perdería a más de 50 compañeros asesinados por la soldadesca cumpliendo órdenes del tirano, quien repartió grados y privilegios a cambio de crímenes. Pero nada lo amedrentó y ante sus captores denunció aquella matanza y expuso su plan de Revolución en su  auto defensa conocida como La Historia Me Absolverá.
  Después vendría la prisión fecunda de Fidel y sus compañeros, la liberación por presión popular, el exilio en México, la preparación de la nueva etapa y el desembarco del yate Granma el dos de diciembre de 1956, y nuevamente otro supuesto fracaso, con la dispersión de los combatientes en Alegría de Pío y el reencuentro de solo 12 sobrevivientes, días después, en Cinco Palmas.
  En aquel encuentro aseguró la victoria y aquella profecía, casi locura, se hizo realidad poco más de dos años después de duros combates, reveses y finalmente victorias definitivas que hicieron posible el Primero de Enero de 1959.
   Fidel siempre supo adelantarse a su tiempo, y así en la alegría del triunfo del 59  advirtió  que en lo adelante todo sería más difícil y no se equivocó. Tuvo que dirigir a un pueblo durante más de 50 años, enfrentando todas las modalidades de agresiones militares, terrorismo, bloqueo, campañas mediáticas que no impidieron la consolidación de la Revolución cubana y del socialismo en el traspatio de EE.UU.,  que cambió para siempre la historia de América Latina y de los países oprimidos del orbe.
   Su existencia estuvo regida por la máxima martiana de que “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz” y  como deseo postrero pidió que su culto no se concretara en monumentos, ni su nombre honrara obra alguna. Aunque sería un acto de justicia, Fidel no necesita para seguir viviendo esos tributos, bastan  sus múltiples vidas de Comandante invicto, que no dejó de asaltar el cielo y lo seguirá intentando mientras quede un solo revolucionario que sueñe  con un mundo sin explotación, sin peligro de extinción del hombre por la codicia humana de los desatinos capitalistas.

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