Aída Quintero Dip
Santiago de Cuba y
sus valientes hijos habían dado sólidas muestras de heroísmo en el devenir
histórico de la Patria, pero la manifestación popular del 31 de julio de 1957
por el vil asesinato de Frank País García, jefe nacional de Acción y Sabotaje
del Movimiento 26 de Julio, un día antes, impactó a su pueblo, a la opinión
pública y a la tiranía de Fulgencio Batista.
Los más veteranos
tienen grabada en la memoria aquella multitud compacta y enardecida por la
muerte de Frank y su compañero de armas, Raúl Pujol Arencibia, hace 60 años,
cuando las calles del centro de la ciudad latían bravas y rebeldes como
expresión de repudio al régimen.
Juan Grau Durán,
uno de los combatientes que estuvo bajo las órdenes del avezado jefe
clandestino, retrató así esa jornada de dolor y patriotismo: “Hombre inmenso,
revolucionario cabal, capaz de levantar en vida a Santiago de Cuba y de
levantarla también en la muerte”.
Pasadas las cuatro
de la tarde del aciago martes 30 de julio de 1957 la noticia del asesinato del
ejemplar luchador se regó como pólvora, muchos no lo creían pero en el Callejón
del Muro caía baleado por los sicarios de la dictadura, con el teniente coronel
José María Salas Cañizares a la cabeza.
Muy cerca del lugar,
en la calle San Germán, el cadáver de Pujol inundaba con su sangre generosa el
borde de la acera tras ser ultimado a balazos por las crueles manos de Salas
Cañizares.
La respuesta del
pueblo fue contundente, no hubo órdenes, solo el tácito llamado de la Patria y
el corazón; la heroica y rebelde ciudad estalló de ira como si hubiese sido
herida en el medio del pecho y cientos de personas acudieron a la casa de San
Bartolomé 226 donde velaban el cuerpo de Frank.
Con el permiso de Doña Rosario, la amantísima madre,
y a propuesta del Movimiento 26 de Julio, los restos del joven héroe fueron
trasladados a Heredia y Clarín, donde vivía la novia, América Domitro, mejor
sitio para rendirle tributo.
Allí lo vistieron
con el uniforme verde olivo, sobre el pecho una
boina negra, una rosa blanca y la bandera rojinegra del 26,
para
honrar al profundo martiano, el alma del levantamiento
armado de Santiago de Cuba, el 30 de noviembre de 1956, quien radicalizó sus
ideas aún más tras el asalto al Cuartel
Moncada.
Otro tanto sucedía
en la funeraria de la Colonia Española, en la conocida calle Trocha, de la
urbe, donde fueron velados los restos del combatiente Raúl Pujol.
El propio
sanguinario Salas Cañizares mostró temor ante la determinación popular, no se
imaginó nunca que aquel joven asesinado por él de apenas 22 años, se
convirtiera en una bandera de lucha en manos de todo un pueblo enérgico que
desafiada el poder del régimen.
Al siguiente día, 31
de julio, una huelga general espontánea paralizó a Santiago de Cuba y a la hora
del entierro las calles Heredia, Clarín, San Agustín, Reloj y Aguilera
ampararon a una multitud impresionante dispuesta a acompañar a toda costa y a
todo costo al joven revolucionario hasta su última morada, en el cementerio
Santa Ifigenia.
Los comercios, las
fábricas, las empresas, los centros de trabajo se cerraron en protesta por el
cruel asesinato de esos hijos tan queridos, en un hecho devenido verdaderamente
extraordinario.
Se fue extendiendo
la huelga a otros pueblos y ciudades de la provincia oriental y se propagó
hasta llegar a las mismas puertas de la capital cubana, a pesar de la represión
desatada por las Fuerzas Armadas de la dictadura.
La ciudad hizo gala
de su ancestral rebeldía, el pueblo llevó en brazos de la Patria agradecida a
sus valientes hijos, mientras los esbirros se refugiaron en sus cuarteles,
quietos porque temían a la ira de los santiagueros.
También la
Resistencia Cívica y el Frente Cívico de Mujeres Martianas habían convocado una
manifestación para el 31 de julio por la anunciada visita del nuevo embajador
de los Estados Unidos a Santiago de Cuba, y con la caída de Frank y Pujol, se
transformó en una combativa demostración de condena a la dictadura de Batista,
una batalla campal contra Salas Cañizares.
Quienes vivieron
ese día de 1957 no olvidan el desafío de la gran manifestación en el Parque
Céspedes y las calles, donde personas de
todas las capas sociales, credos religiosos, militancia revolucionaria y
política, sexo, color y edades, alzaban sus voces con gritos de condena a la
tiranía.
En el recuerdo de
muchos pervive el panorama de más de veinte cuadras de compacta multitud con
banderas cubanas y del 26 de Julio,
flores desde los balcones, los vibrantes
¡Abajo Batista!, ¡Viva la Revolución!, y el Himno Nacional en la
garganta de todo un pueblo que gritaba: ¡Revolución!, ¡Revolución!
Se hizo realidad la
idea de Vilma Espín, Taras Domitro, René Ramos Latour y otros, de movilizar al
pueblo y convertir el sepelio en una vigorosa demostración de repudio a la
tiranía, y expresión de respeto y amor a quien tanto había luchado contra la
dictadura desde el mismo 10 de marzo de 1952.
Hombres, mujeres,
jóvenes, niños y ancianos marcharon
honrando a Frank y a Pujol y pasadas las cinco de la tarde los cortejos
fúnebres llegaron a la necrópolis, aunque en esa jornada no se efectuó el
enterramiento que se pospuso para el primero de agosto, en ceremonia íntima y
familiar.
Por eso los santiagueros tienen una cita sagrada cada
30 de julio, a las cuatro y 30 de la tarde, en la peregrinación en honor a
Frank y a Pujol, evocando aquella manifestación de duelo de 1957; no importa si hay sol ardiente o si llueve,
esa conmovedora marcha es parte de la vida de su tierra natal.
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