Aída Quintero Dip
“Muchas veces, sin
que me hubiera olvidado de mi deber de hombre, habría vuelto a él con el
ejemplo de aquella mujer”, escribió José Martí acerca de la insigne patriota
Mariana Grajales.
Solo una persona de
la exquisita sensibilidad del Apóstol de la independencia de Cuba podría
reflejar con tanta sencillez y elocuencia la grandeza de quien consideró una de
las mujeres que más conmovieron su corazón.
En Santiago de
Cuba vio la luz primera Mariana Grajales, el 12 de julio de 1815, tierra que
fue testigo de su crecimiento con una educación ética en el seno de la familia
y también la vio elevarse en estoicismo, cuando con amor de madre y orgullo de
patriota, entregó sus hijos a la causa redentora.
Su gloria no se
ciñe únicamente a que gestara y pariera una legión de héroes; su estatura se
encumbra aún más al instruir a sus descendientes para que fueran hombres y
mujeres de bien, y forjar artífices en la lucha por la independencia de la
nación del colonialismo español.
Para Joel Mourlot
Mercaderes, estudioso de la familia Maceo-Grajales, es Mariana madre excepcional
de Cuba, la que parió, educó hijos virtuosos, y alcanzó la supervivencia a 11
vástagos en el ejercicio de las mejores cualidades humanas, un logro
extraordinario que la sociedad debe justipreciar siempre.
La periodista
cubana Argentina Jiménez, en uno de sus artículos, expresa que la nombran la
Madre de los Maceo, la Madre de todos los cubanos, la Madre de la Patria, y
Martí la llamó Mariana Maceo, apellido de hombres valientes, corajudos,
inscritos para siempre en la historia; mas, Mariana Grajales Cuello brilla con
luz propia.
Se las ingenió para
fraguar una familia sustentada en sólidos valores, bondadosa y tierna con sus
hijos, pero severa en la disciplina, les hizo jurar de rodillas libertar a la
Patria o morir por ella, aunque era innegable que su corazón de progenitora
palpitase ante la posibilidad de que alguno pudiera morir.
Mariana Castillo
Felicó, una santiaguera que lleva con orgullo su nombre, piensa que lo más
importante es honrarla siempre, haciendo
realidad su legado, para que las nuevas generaciones se formen con el espíritu
de ella como ser humano y en la formación y educación de sus descendientes.
Hay que recordarla
especialmente por sus virtudes que son fuente de inspiración constante, y sobre
todo por la capacidad para anteponer a sus sentimientos, los intereses de la
nación, los anhelos de independencia de la tierra esclava, resalta.
En las páginas que
ofrendó destaca ese grito heroico de
“fuera, fuera de aquí no aguanto lágrimas”, recreado por Navarro Luna en su poema,
un mensaje que la retrata y la inmortaliza al forjar valientes y fieles
defensores de la libertad, entre ellos hombres de la talla de Antonio y José
Maceo.
Huellas dejó su
vida en ese cuarto de siglo en combate sin tregua por la soberanía de Cuba desde
la pequeña hacienda de Majaguabo, en San Luis, el peregrinar de 10 años por la
manigua redentora hasta el obligado exilio en Jamaica.
Existencia azarosa,
pero edificante, conservó la dulzura propia de su fecunda maternidad, aun lejos
de su amada Patria, y en su casa en la calle Iglesia No. 34, en Kingston, halló
consuelo todo cubano patriota.
En tierra extraña
encontró la muerte el 27 de noviembre de 1893 a los 85 años, y a la tumba la
siguieron muchos compatriotas, quienes la recordarían con sus ojos de madre
amorosa y pañuelo en la cabeza, como si fuera una corona.
Alguien que la
conoció bien y admiró en los campamentos
y escenarios de batallas, el mayor general José María Rodríguez Rodríguez
(Mayía), enterado tarde de la triste noticia, subrayó meses después del suceso:
“Pobre Mariana,
murió sin ver a su Cuba libre, pero murió como mueren los buenos, después de
haber consagrado a su Patria todos sus servicios y la sangre de su esposo y de
sus hijos. Pocas matronas producirá Cuba de tanto mérito, y ninguna de más
virtudes.”
Ejemplo
excepcional de conducta humana desde el hogar en un medio y circunstancias muy
hostiles, lo que ensancha su mérito, Mariana Grajales ha devenido símbolo. Fue
de las mujeres que más conmovió el corazón de José Martí.
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