Aída Quintero Dip
Había dudas de si podríamos ver de nuevo el amanecer, después
de una madrugada de zozobra e incertidumbre -este 25 de octubre- nunca antes
vivida por los santiagueros que no habían sentido un huracán de tal envergadura
ensañado contra su entorno, ni siquiera el famoso Flora que azotó también el
oriente cubano en 1963.
Tal fue la furia con que “Sandy” arremetió contra mi ciudad
de Santiago de Cuba que el pánico se apoderó de casi todos: techos y ventanas
de las casas volando, árboles arrancados de raíz, niños llorando, ancianos
temblorosos, fue la primera impresión grabada en la memoria.
Ante el dilema de salvar la vida o las pertenencias, la
mayoría obró con inteligencia para preservar lo primero. No obstante, los menos precavidos, quienes siempre
creen que el ciclón no les va a afectar, buscaron esa protección cuando las
fuertes ráfagas les anunciaban la gravedad de la situación.
Ahora un poco más calmados, con más capacidad de reflexionar
sobre la terrible experiencia provocada
por el fenómeno meteorológico, es tiempo
para el homenaje a los santiagueros solidarios que tendieron su mano, dieron
aliento y, sobre todo, su casa para
guarecer a sus vecinos más necesitados.
Quiero con este tributo levantar un nuevo monumento a la Ciudad Héroe, esa que se
distingue por ser rebelde, hospitalaria y heroica, que no asombra a nadie porque
es ancestral la generosidad, el altruismo y franqueza de su gente.
La
solidaridad entre vecinos y el gesto hermoso de acoger a los damnificados en
sus hogares, son la expresión de virtudes que enaltecen a nuestro pueblo y que
lejos de ser rotas por tragedias como
estas, se fortalecen y multiplican.
Abundan las vivencias:el vecino que te decía trae para mi
casa el refrigerador, el televisor, todo lo que pueda romperse, y hasta ayudaba
a cargarlos; volvía a tu vivienda exigiendo
que te fueras para la suya con celeridad y aconsejaba llevar primero a la abuelita
o al niño, siempre más vulnerables ante estas contingencias.
Hay tantos ejemplos de desinterés y desprendimiento total en
esas horas difíciles, pero quiero en el nombre de Rosa Montoya y Gerardo Silva,
sencillamente Tito y Rosa, residentes en El Caney, reconocer a todas esas familias que abrigaron no solo a los
suyos, sino también a vecinos cercanos u
otros apenas conocidos, que brindaron además de su techo, su cama y hasta una
taza de té o café para calmar los nervios en tensión por la ferocidad de los
vientos.
Gracias a esa solidaridad, a ese calor humano en los instantes
más adversos, sobrevivimos a la gran
furia con que “Sandy” golpeó mi hermosa ciudad y mi barrio; y gracias ahora a un poderoso huracán de
solidaridad que recorre el oriente cubano, y, sobre todo, a Santiago de Cuba, con
la misión de borrar todas las huellas
que dejó “Sandy”, podremos reconstruir un Santiago de Cuba mil veces más
hermoso e igual de hospitalario y generoso.
Se augura que ese será el mejor ciclón de la temporada, trae las manos
llenas de cariño, consuelo y amor; alimentos, luz eléctrica, tejas, cemento,
ventanas, puertas; restañan las heridas de las casas, de las calles, de las
instituciones emblemáticas de la urbe, y
de los corazones de su gente.
Duele mucho, mucho ver a Santiago de Cuba desolado,
irreconocible, devastado, sin árboles, con los postes del tendido eléctrico en
el suelo, destruidos parques, escuelas, pero ese dolor ya se transforma en trabajo, en una
fuerza superior a la que nos azotó el huracán para reconstruirla, recuperarla y
levantarla tan erguida y gallarda como siempre.
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