lunes, 18 de marzo de 2013

Mi madre es sabia y amorosa



Aída Quintero Dip
Este 11 de marzo mi madre, Artimia Dip Aranda, descendiente de árabe pero con una cubanía que le brota por los poros, cumplió 92 años. Es sorprendente su vitalidad   -todavía cocina- y la  prodigiosa memoria que conserva capaz de recordar los hechos más lejanos e increíbles. Es una mujer que se distingue por su bondad, siempre presta a servir a los demás, nunca se pone brava, mantiene su alegría y su sonrisa, solo le atormenta tener enfermos a alguna de sus cuatro hijas, ocho nietos o tres bisnietos.
Cada 11 de marzo nos reunimos y celebramos su cumpleaños con una fiesta de cariño, y mi primo Félix Oscar que la consiente como nadie, dice que ella es el horcón de la familia, y espera que integre el club de los 120 años. No está del todo errado, pues el círculo de abuelo del barrio al que pertenece la considera muy activa, de las primeras en  las actividades que organizan.
Es Artimia, pero muy bien podría llamarse maravilla;  parecía frágil, mas desde que mi padre murió, hace ya 24 años, asumió con una fortaleza que asombra las riendas de una familia forjada sobre la base del amor y el respeto. Mis hermanas y yo nos sentimos privilegiadas de tenerla, de mimarla; estamos orgullosas de nuestra madre, muy querida también entre sus vecinos en la barriada de El Caney en  Santiago de Cuba.
Félix, mi padre, fue su único novio, su único esposo, el gran amor de su vida que solo la muerte pudo separar, aunque no quebrarlo porque se mantuvo vivo, latente en su corazón. Cuarenta y un años de casados es un tiempo suficiente como para no olvidar la felicidad y avatares compartidos.
Su salud es envidiable,  no sabe de altanería  ni de  fastuosidades ni orgullo, es una mujer sencilla, feliz de lo que tiene, que no sufre por lo que le falta,  le basta el amor y respeto de sus semejantes para sentirse plena. Y esa fue la educación que fomentó en sus descendientes.
Su gran premio y  satisfacción que no puede ocultar: que sus cuatro hijas sean profesionales, aunque procedan de una familia muy humilde. Hilda es pedagoga en Química; Irma, en Cultura Física; Marelis, médica pediatra, y Aída, periodista. Sus nietos van por similar camino.
Ella tiene dones, pero hay uno muy especial que motiva curiosidad: cura empachos como por arte de magia, sencillamente pasa sus manos suavemente por el vientre de la persona en cuestión y  pasado unos 10 minutos una buena tisana de menta, mejorana, o cualquier planta similar y remedio santo, como dicen los abuelos. Hasta los médicos se la recomiendan a sus pacientes, sobre todo cuando son niños.
Cuenta que mi abuelo, su padre, vino de Siria con apenas 18 años, llegó hasta Cuba de polizonte en un barco en busca de fortuna y casi se hace “millonario”, pero de amor cuando al poco tiempo conoció a una linda guajira santiaguera llamada Juaquina, de la cual se enamoró a “lo árabe”, formaron un  matrimonio de 12 hijos, forjados en la rectitud y el apego al trabajo.
Mi madre Artimia es de alma noble y corazón de oro, ¿qué mayor premio podría darme la vida?

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