jueves, 14 de marzo de 2013

Secretas ciencias del periodismo martiano

Aída Quintero Dip
El periodismo de José Martí es de predica y de combate, desde el concebido como pura pedagogía al estilo de La Edad de Oro, hasta el que aparece en el periódico Patria, que merece mención aparte porque resume el concepto martiano de que el periodista es un soldado de las ideas, y como tal ha de tener bien definida su estrategia y su táctica, pues  no todos los temas pueden tratarse de la misma manera en cada momento.
Un análisis sincero de una cuestión determinada hecho a destiempo, puede malograr el resultado de una acción ineludible para la consecución de un objetivo vital a la causa que se defiende. Se infiere que,  además de sabio y bueno, el buen periodista debe ser astuto, de lo contrario volverá contra sí mismo sus armas. Aquellas flaquezas de lo propio que es imprescindible ventilar entre los compatriotas -porque lo que ha de interesar al profesional  honrado es sanear el mal y no armar alharaca-, no han de sacarse innecesariamente a la vista del enemigo que las aprovechará sin dudas en su beneficio.
En el artículo Nuestra Prensa, publicado en Patria, Martí expresa: “una es la prensa, y mayor su libertad, cuando en la república segura se contiende, sin más escudo que ella, por defender las libertades de los que las invocan  para violarlas, de los que hacen de ella mercancía, y de los que las persiguen como enemigas de sus privilegios y de su autoridad.
“Pero la prensa es otra cuando se tiene  en frente al enemigo. Entonces en voz baja se pasa la señal. Lo que el enemigo ha de oír,  no es más que la voz de ataque.” Esta lección es permanente.
Muchas son las enseñanzas que de su vasta obra podemos asimilar los profesionales de la prensa revolucionaria a 160 años del natalicio de quien, el 8 de junio de 1875, en La Revista Universal de México, definía con inusitada profundidad el papel que debía asumir la prensa: “…Toca a la prensa encaminar, explicar, enseñar, guiar, dirigir; tócale examinar los conflictos, no irritarlos  con un juicio apasionado; no encarnizarlos con un alarde de adhesión  tal vez extemporánea, tócale proponer soluciones, madurarlas y hacerlas fáciles, someterlas a consulta y reformarlas según ella; tócale, en fin, establecer y fundamentar enseñanzas, si pretende que el país la respete, y que conforme a sus servicios y merecimientos, la proteja y la honre.”
Entonces tenía sólo 22 años, pero ya resumía con tal discernimiento y agudeza los objetivos y las misiones  del periodismo ético y revolucionario que predicó, revelándose como periodista de afilada pluma y acercándose a todos los temas con igual sabiduría, rapidez y seguridad.
Desde la perspectiva del Maestro, el periodista debía ser orgánicamente revolucionario, no sólo en política, sino en el más cabal sentido del término; o quedar reducido a la categoría de  simple repetidor o amplificador de acontecimientos. Debía conocer desde la nube hasta el microbio y estar atento a los signos de los tiempos.
Sólo a la enorme base cultural que cimentó y en la que se apoyaban sus juicios, unida a la capacidad excepcional de ver  -porque miraba con el corazón- donde otros no veían, por la comparación, por el análisis, se debe la magnitud de su legado periodístico; y a su indómita  voluntad de participar de manera activa en la construcción de un mundo nuevo en una época, donde debía cotejarse a la novedad de los sucesos, la novedad de la palabra y del estilo que debían describirlos y desentrañarlos.
Y es que Martí se expresó en un tono profundamente revolucionario, vitalidad ética y movilizadora de oyentes y lectores. A esto se debe, en esencia, que  sus textos fundadores sean totalmente contemporáneos.
Conocer y meditar, y viceversa, son dos factores imprescindibles a la hora de enfrentar el análisis de cualquier asunto, aunque sea el más trivial. He ahí una secreta ciencia del periodismo martiano.
El tamaño del periodista que fue no está dado por la poquedad de su época, que dio voces que aún hacen vibrar los claustros de las escuelas de letras; tampoco por el grado de desarrollo en que se encontraban las repúblicas americanas. La lectura de sus textos ruboriza el más exigente, pues él habló como un erudito de economía política, agricultura, arte, literatura, modas y costumbres, y de cuanto fue preciso y creyó útil al mejoramiento humano.
En su función formativa, el periodista debía tener claro su objetivo. No decir por la avidez de sentar cátedra en la prensa o en la lengua, ni hacer gala de una sapiencia estéril, sino decir con aquel elevado concepto ético de lo humano trascendente que lleva al individuo a ser su mayor crítico y su mejor preceptor.
No para exhibir desde una vitrina, Martí legó ese sentido de responsabilidad de la prensa y el periodista, cuando insistía en que el periódico: “Debe ser coqueta para seducir, catedrático para explicar, filósofo para mejorar, pilluelo para penetrar, guerrero para combatir. Debe ser útil, sano, elegante, oportuno y valiente”.
Por eso una labor como la nuestra no puede caer en el error de los esquemas, mucho menos si se trata de reflejar la propia esencia de la  Revolución, que es fruto de sus ideas,  y  es la constante renovación, y, por lo tanto,  el periodismo tiene que parecerse a la Revolución en ese sentido de cambio, de búsqueda.
En la medida en que asimilemos conscientemente la necesidad de elaborar un mensaje cada vez más integral, profundo, equilibrado, maduro; que estudiemos y profundicemos en función del papel político que nos corresponde, como hacedores de una prensa comprometida y militante, estaremos más en la avanzada de una nación que lideran Fidel y Raúl, con la presencia indiscutible de Martí en esa guerra mayor de pensamiento que se nos hace, la cual requiere dar prioridad al conocimiento abarcador, como estrategia vital.
Y no ser simples críticos, sino actuar y obrar con la certeza de que la Revolución es nuestra y en función de esto develamos errores, deficiencias, tendencias negativas, y proponemos alternativas, caminos, con la pasión de la verdad como premisa.
El papel de la prensa en general  debe proyectarse en tal sentido, no puede ser mero reproductor, sino debe partir de un ejercicio coherente de contrastar opiniones y profundizar en la investigación de temas neurálgicos o de gran incidencia en la vida nacional y de elevada repercusión pública.
No podemos ver a Martí como un personaje histórico anclado en los 42 años de su existencia física en la segunda mitad del siglo XIX. Es el patriota que nos acompaña en este siglo XXI, una fuente inagotable de espiritualidad y sabiduría no sólo por lo que sabe, que es mucho, sino por las ansias que transmite de aprender aquello que no se conoce, o se conoce mal. Es el guía que nos enrumba por el único camino que hará perdurable nuestra obra, y ese camino es la entrega sin límites al logro del mejoramiento humano, la confianza infinita en la vida futura y en la utilidad de la virtud.

















No hay comentarios:

Publicar un comentario