Aída Quintero Dip
Quién mejor
que Rolando Beltrán Hurtado para figurar en la selecta lista de galardonados
con el Premio José de la Luz
y Caballero que se otorga, cada dos años, a pedagogos que presentan a concurso
enfoques y enjundiosos análisis sobre la vida y obra del célebre educador
cubano del siglo XX.
Quién mejor
que este discípulo suyo que, como muchos otros de sus coterráneos, ha hecho
realidad la profecía del insigne maestro: “Enseñar puede cualquiera, educar
solo quien sea un evangelio vivo”.
El concepto de
maestro es algo mágico para este hombre, le sugiere, le estimula, le emociona,
siempre le convida al compromiso y al trabajo sin límites, ante un empeño que
le ganó desde que era apenas un escolar.
Su apego al
magisterio le nació a Beltrán bajo la influencia de muy buenos profesores que
le dejaron huellas, al revelarle el encanto de las primeras letras y los
primeros números. “En el recuerdo guardo nombres imprescindibles en mi
formación como César Castellanos y Liliam Pascual”.
Al
responsable puesto de forjar nuevas generaciones se ha dedicado con tanto
amor que acumula más de 20 años consecutivos mereciendo la condición
de Vanguardia Nacional, además de ostentar la Orden Lázaro Peña de
III Grado, las medallas de Proeza Laboral y por la Educación Cubana.
También
exhibe con orgullo en su pecho de santiaguero nato la Orden Frank País,
entre otros reconocimientos y distinciones que lo honran.
Todo eso y
más le permite confesar: “Nada en mi vida tendría sentido sin la escuela, sin
la algarabía de más de mil niños y niñas que colman las aulas de saber y
alegría.
“El
seminternado Abel Santamaría de El Caney, en Santiago de Cuba, que dirijo desde
hace unos 30 años es la mayor motivación de mi existencia”.
Beltrán fue
de aquellos jóvenes que respondieron a la convocatoria de la Revolución, en 1963,
para hacerse maestro, que como dijo José Martí es hacerse creador.
Entonces pasó por la imprescindible escuela de Minas de
Frío, Topes de Collantes y Tarará, donde asimiló influencias de
paradigmas en el magisterio como Rafael María de Mendive y Raúl Ferrer.
“Esos hombres
también han marcado mi actuación; merecí el Premio Raúl Ferrer, en 1998, por mi
trayectoria laboral en el sector, así como la distinción que honra al maestro
de José Martí por mis años de servicios en un frente tan importante para el
progreso de la nación”.
No hay
secretos en esos logros, “sí consagración al trabajo, amor con que asumo las
tareas, el ejemplo personal como cuadro, cohesión en la labor de todas las
organizaciones, respaldo de los padres y de la comunidad y, esencialmente, por
contar con un colectivo de buenos maestros y auxiliares.
El desempeño
en la dirección del plantel no le ha limitado como maestro impartiendo
clases, siempre educando, forjando. De esto dan fe sus reiteradas
evaluaciones de MB como profesor y la condición de Educador Ejemplar desde 1982
hasta hoy, cuando ya es máster en Ciencias de la Educación.
Además de su
asidua participación en foros y eventos de pedagogía, en los cuales ha expuesto
experiencias de avanzada, aplicadas con resultados en el seminternado.
Pero más le
estimulan los éxitos de su escuela, modelo de la educación cubana, centro de
referencia y Vanguardia Nacional por varios años consecutivos, puntera
en el cuidado de la propiedad social y fomento de parcelas que apoyan la
formación integral del escolar, con un movimiento cultural competitivo, y
promociones de ensueños.
Un hecho sui
géneris es el desarrollo por iniciativa propia del movimiento Seguidores de
Abel que permite fomentar valores patrióticos y revolucionarios, y al cual
pueden aspirar todos los alumnos, pero merecer la condición únicamente los más
integrales en el estudio y cumplimiento de las tareas pioneriles.
Abundan
ejemplos de la simiente que van regando en el ámbito santiaguero y más allá.
Migdalia Escudero es una referencia; en el “Abel Santamaría” concluyó con
excelentes notas la
Enseñanza Primaria y después regresó con nuevos sueños a su
escuela: fue a defender allí su tesis de Doctora en Ciencias Pedagógicas.
Como Migdalia
hay muchos jóvenes profesionales que aportan en universidades, industrias,
hospitales, instituciones científicas, que no olvidan que allí adquirieron la
primera luz de las manos de buenos maestros que sintetiza Rolando Beltrán
Hurtado.
Esa es la
mayor recompensa, el más dulce premio, dice quien disfruta ahora los últimos lauros
a su centro escolar: El Premio Los zapaticos de rosa, el más alto galardón que
otorga la organización de Pioneros José Martí a personalidades e instituciones
cubanas; y la bandera de Proeza Laboral por el desempeño en la recuperación, tras los embates del huracán Sandy, en octubre
de 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario