lunes, 26 de enero de 2015

¡Gracias por todo, Maestro!




María Elena Álvarez Ponce
  “Un misterio que nos acompaña”, escribió Lezama, y la frase, espléndida y no menos enigmática, es un traje hecho a medida de nuestro Martí, el de todos y ese otro personal, íntimo -ora real y tangible, ora ideal, casi sobrehumano-, que cada quien lleva consigo, algunos sin darse cuenta, otros cual preciado amuleto.
   Porque, definitivamente, misterio es, que inquieta, deslumbra y convida a ser develado, aunque no del todo, para poder volver a él, una y otra vez, siempre en busca de más.
   Pero, más allá del enigma, o quizá en su mismísima raíz, Martí es un amigo. Al encuentro de ese hombre que tanto amó a los niños, supo entenderlos y llegar a su corazón, hemos ido todos en la infancia, y ante su busto en la escuela o las páginas de “La Edad de Oro”, fueron entretejiéndose los hilos y sellada una amistad para toda la vida.
   A esa persona entrañable acudimos en las buenas y, más aún, en las malas, porque José Julián es remanso y es brío, oráculo y sortilegio, refugio en la tempestad, brújula en una encrucijada, confidente de alegrías y anhelos, consuelo para cualquier pena, fuerza para afrontar desafíos y rigores.
   Igual que al camarón del cuento, lo llamamos para que nos saque del apuro, y sea lo que fuere que buscamos, en ese pozo de sabiduría infinita nunca dejaremos de hallar respuestas: la frase perfecta, el argumento irrebatible, el consejo sensato, el verso enamorado…
   Claro que hay que leer -y mucho- a Martí: al político genial, al pensador visionario, al periodista y escritor, al pedagogo, al poeta, al dramaturgo y al crítico de arte, pero, por sobre todas las cosas, tenemos que aprender de Martí, pensarlo, sentirlo y vivir y obrar martianamente, hoy más que nunca.
   Verdad que otros son los tiempos, pero igual egoísmo, vanidad, codicia y tantas miserias siguen siendo los peores enemigos de la raza humana. Como entonces, se trata de elegir entre la bestia y el ángel, yugo y estrella, Goliat o David, la América de Monroe o la de Bolívar, el caos y la destrucción, o la razón y el equilibrio del mundo.
   En las ideas y actuar consecuente de ese hombre transido de amor, que antepuso siempre el deber al placer y la conveniencia, que pudiendo tener, prefirió ser y echó su suerte con los pobres de la Tierra, están las claves y esencias, y en la perenne apuesta martiana por la virtud, en su pasión inmensa, infinita, por Cuba.
   Símbolo de cubanidad tan firmemente enraizado como la palma real, Martí resume nuestro devenir como nación y señala nuestro destino. ¿Acompañarnos? Claro, pero ese ser humano terriblemente puro -al decir de Gabriela Mistral- no fue, es ni será jamás un simple compañero de viaje, sino luz de aurora que guía y alienta. No soltemos su mano familiar y
salvadora.

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