Aída Quintero Dip
Servicio Especial de la ACN
Mangos de Baraguá
trasciende y enaltece su gloria y su honra cada día, íntimamente relacionado
con un hecho político trascendental en la historia de Cuba, es mucho más que un
entrañable pedazo de suelo patrio.
Constituye la
expresión de un símbolo y del arraigado sentimiento patriótico del pueblo que
juró no ponerse nunca de rodillas, tras las huellas de Antonio Maceo Grajales,
quien supo erguirse y adoptar una posición que salvó moralmente a la
Revolución.
La voz del Titán de
Bronce, el insigne hijo de esta tierra que habló el 15 de marzo de 1878 por
todos los cubanos dignos, se ha multiplicado de siglo en siglo para mantener la
intransigencia revolucionaria enarbolada como bandera aquel día en que nació su
viril protesta.
Al entrevistarse el
Mayor General del Ejército Libertador con el general español Arsenio Martínez
Campos, máxima autoridad colonial en la Isla, le manifestó su inconformidad con
deponer las armas sin alcanzar la independencia y la erradicación de la
esclavitud, dos sagrados objetivos por
los que tanto se había luchado.
Gracias a ese
episodio valiente, oportuno y firme se consolidó el pensamiento revolucionario
cubano y reafirmó la decisión y el compromiso de volver al campo de batalla
para conquistar la libertad con el filo del machete.
Han pasado 139 años
de la Protesta de Baraguá, “lo más glorioso de la historia de Cuba”, como la
calificó José Martí, y su herencia tiene plena vigencia como única respuesta
posible ante el bochornoso Pacto del Zanjón.
No queremos paz sin
independencia, fue la sabia advertencia de Antonio Maceo que dejó un legado
imperecedero para las nuevas generaciones de cómo hay que defenderse para ser
verdaderamente dueños de su destino.
Una lección de
utilidad y validez para quienes se someten, socavan su soberanía, vulneran los
principios y claudican ante las presiones del imperio.
Por eso Mangos de
Baraguá volvió a ser protagonista en la historia el 19 de febrero del 2000,
cuando, en el mismo escenario escogido en el siglo XIX por Maceo y sus huestes mambisas,
miles de compatriotas exigieron la devolución al seno de su familia de un niño
secuestrado en las entrañas del monstruo.
Entonces volvió a
vibrar el clamor soberano en un lugar convertido en parte decisiva de la
Batalla de Ideas, que se hizo juramento para todos los tiempos como arma
invencible, contra la que no pueden las armas nucleares, tecnológicas, militares o científicas.
Allí los cubanos
prometieron defender, bajo cualquier circunstancia, su derecho a la paz, el
respeto a la soberanía y a sus intereses más sagrados, y por su cumplimiento
han obrado con inteligencia y sin tregua.
También han sido
consecuentes con el juramento de luchar contra las agresiones y amenazas a la seguridad del país, y los actos de terrorismo, el bloqueo y la
guerra económica, los planes de subversión, el diversionismo ideológico y la
desestabilización interna.
Como resultado de lo jurado ante la gloria
inmortal de Maceo, desde el mismo sitio de donde partió, el 22 de octubre de
1895, la invasión de Oriente a Occidente, se ha profundizado en una sólida
conciencia revolucionaria.
El juramento de
Baraguá es mucho más que deber y compromiso con el presente y el futuro, es
documento de alta prioridad y vigencia, por su valor estratégico y como texto
de perenne consulta, en correspondencia con la coyuntura actual que viven los cubanos.
Este 15 de
marzo de 2017 hay más razón, más motivaciones y voluntad de luchar cohesionados
los veteranos y los pinos nuevos para que Cuba sea un eterno Baraguá.
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