Marta Gómez Ferrals
En tiempos en que la
ofensiva de los ultraderechistas y los designios imperiales atenazan con hechos
violentos, políticas neoliberales y campañas mediáticas agresivas a varios
países de América Latina y fomentan guerras e intervencionismo por el mundo, el
pensamiento y la figura de Ernesto Che Guevara evidencian su cercanía y
necesidad, a punto de su 90 cumpleaños.
Ernesto Guevara de
la Serna nació el 14 de junio de 1928 en Rosario, Argentina, pero desde hace
más de 60 años se convirtió en el Che entrañable de los cubanos, cuando decidió
unirse en México a los expedicionarios del yate Granma que enrumbaron en 1956
hacia la Sierra Maestra, a luchar por la libertad de la Isla.
De allí bajó con
los grados de Comandante, ganados bravamente en julio de 1957 y demostrados
como jefe de una importante columna, cuando dirigió decisivos combates y en la
legendaria batalla final de Santa Clara.
El hombre que se
había incorporado como médico a la lucha de los cubanos bien pronto demostró que
estaba entre los primeros y más corajudos soldados y que era un inteligente estratega.
Los años que pasó
entre los cubanos hablaron de la confianza del máximo líder de la Revolución,
Fidel Castro, de los restantes cuadros del Ejército Rebelde y de su entrañable
hermandad con otro líder amado los cubanos, Camilo Cienfuegos.
Como ministro en
actividades de gran peso en los sectores de la industria y bancario, Guevara se
aplicó a fondo en el estudio y la consagración sin límites al trabajo, para
desempeñar con dignidad, creatividad y honradez sus funciones.
Aplicó nuevos
métodos de dirección, arrastraba y entusiasmaba a sus subordinados mediante su
entrega y ejemplo. Implantó un riguroso sistema de control que preconizaba ante
todo la exigencia por la disciplina y el laboreo consciente y aplicado. Su
austeridad y modestia fueron proverbiales.
Estimuló el estudio,
la calificación entre los obreros, trabajadores en general y sobre todo en los
jóvenes.
Junto a la
inauguración de nuevas entidades productoras, muchas de ellas en activo y
diseminadas por todo el país, se preocupó por la formación de cuadros y
revolucionarios, de un tipo de ser humano distinto, nuevo: altruista, solidario
y sin el extremo individualismo glorificado en el pasado.
Y qué decir de su
actuación efectiva y serena, para la defensa de la Isla, en los días luminosos
y tristes de la amenaza de una guerra nuclear de alcance mundial en la Crisis
de Octubre.
Ha pasado el tiempo
y el guerrillero que cayó en combate en Bolivia, por la libertad de esa nación,
el 9 de octubre de 1967, además del reconocimiento amoroso de ser ciudadano
argentino-cubano se había ganado tiempo antes también la condición de hijo de
la Patria Grande, consecuente con el espíritu bolivariano, de José Martí y
Fidel Castro, entre otros próceres.
El Che contactó y
sigue contactando hoy con la juventud por su espíritu rebelde, revolucionario,
que busca el cambio positivo, la justicia social, la libertad y la igualdad de
todos los seres humanos por humilde que sea su cuna, cualidades que se
expresaron en él casi desde la niñez y ganaron fuerza en su primera juventud.
Creyó en el modelo
socialista como el más justo y humano, y supo calar hondo en la deshumanización
y alienación esenciales del capitalismo.
Fustigó al imperialismo, como aparato e instrumento de dominación, explotación
y chantaje en el mundo y en el área de América Latina.
Ahora más que nunca sus alertas se cumplen.
No solo lo había
aprendido en los libros en que bebió para su formación política. Su viaje
iniciático en motocicleta junto a su amigo Alberto Granados, en 1952, le hizo
ver la cruenta realidad de los pobres y desamparados de América Latina y el
estado de las culturas originarias. Lo volvió a ver en el medio circundante a
la lucha guerrillera cubana.
Hoy, en su
cumpleaños 90 los pueblos, el cubano especialmente y los jóvenes agradecen al
Che su combate inclaudicable por la libertad y su vida tan tempranamente
entregada.
Está arropado por
los hijos de esta tierra en el Mausoleo de Santa Clara, junto a muchos
integrantes de su tropa. Era un sagrado compromiso de Fidel y sus compatriotas.
Pero también su
impronta acompaña a los cubanos en múltiples dimensiones. Y hay que seguir
acudiendo a él cada día, a la enorme e
imprescindible potencia moral de su obra y pensamiento político,
revolucionario, sí, y hasta el conocimiento del sencillo y generoso ser humano
que fue.
Como se ha dicho,
su voluntad de acero, su sentido del honor, dignidad, austeridad, su coraje que
le ayudó a conjurar y vencer los miedos juveniles de todo ser humano, fueron
sus cualidades cercanas y muy terrenales, no las de un santo desvaído en una
imagen, aunque algunos así quieren recordarlo, de buena fe, y tampoco está mal
que así sea.
De ahí la
importancia de no hacer una consigna vacía y repetitiva su invocación. Al Che
hay que acercarse y amarlo con profundidad. Los que se anonadan a primera vista
ante el tamaño y significado de su vida de hombre extraordinario, deben
decidirse a buscar inicialmente ante todo el ser humano. Un ser humano que les
dará lecciones y la llave para entrar en su corazón y pensamiento.
Maravillosa
experiencia para todo el que la ha vivido. Y es su legado de límpidos y buenos recuerdos sobre el Che
en su venerable cumpleaños. Jornadas en las que cabalga junto a los cubanos,
sintiendo bajo sus pies el costillar del viejo Rocinante, con la adarga al
brazo: más necesario que nunca. “Ni tantito así”!, Che Guevara.
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