Aída Quintero Dip
Siempre será pertinente enaltecer
a quienes se dedican a la creación en su sentido más abarcador, a los que
asumen tareas de choque, protagonizan proezas laborales o están en el pelotón
de vanguardia, pero igualmente será meritorio reconocer a los veteranos del
trabajo, a aquellos que han dado la vida en un puesto sencillo o en uno de
mayor jerarquía.
Desde las organizaciones de base
de la Central de Trabajadores de Cuba, desde las secciones sindicales de los
sindicatos donde dieron sus aportes, hay que empeñarse en aras de perfeccionar aristas relacionadas con el
potencial humano, mucho más en naciones como Cuba donde esto puede ser posible.
Un asunto que no es privativo
únicamente de investigadores, tema de la academia o solo para debates en
talleres y reuniones, sino también propio de tertulias entre personas sencillas
del pueblo que tienen criterios en torno al empleo de la fuerza laboral.
Hace pocos días me sorprendió presenciar una controversia con
respecto a una situación neurálgica, que ocurre con más frecuencia de lo que
imaginamos en los colectivos, y cuya solución puede estar en dependencia de
alcanzar una conciencia adecuada de su prioridad.
Varios trabajadores debatían acerca de
dónde la magnitud del mal era mayor, si en el caso de uno, cuya jubilación pasó
inadvertida en su centro laboral, luego de casi 40 años de servicio; o en otro,
quien sentía relegada su presencia y contribución por la llegada de los nuevos,
pese a su capacidad de desempeño, conocimientos y experiencia.
Cuestiones diversas se enfocan en
ese frecuente problema de discusión, pero con puntos de convergencia al poner
sobre el tapete y enjuiciar la aplicación, a veces, de una incorrecta
política en el tratamiento del potencial humano, el más apreciable recurso con
que cuenta el país para vencer desafíos y avanzar en el desarrollo
socioeconómico.
Cuando un trabajador no rinde lo
suficiente o ni siquiera lo acostumbrado, por el paso de los años; es justo,
lógico e inteligente darle oportunidad a la juventud; mas debemos evitar que
ese proceso sea traumático, ofreciendo una adecuada atención a quienes
han hecho historia en el trabajo y necesitan el merecido descanso.
En defensa de lo nuevo, que
generalmente es garantía de lo mejor, por el talento, empuje creador e
iniciativas; pueden cometerse errores al rechazar valores que encierran
aún reservas laborales y tienen todavía mucho que aportar en beneficio del
progreso, aunque en honor a la verdad, no es esa una práctica sistemática y
generalizada en nuestro entorno.
Cada año veteranos del trabajo se
jubilan, luego de cumplir una fructífera etapa de su vida caracterizada por la
entrega y el sacrificio en pos de la obra colectiva y, a veces, una equívoca e
inadecuada interpretación de la necesaria renovación, opaca un poco y, en
el peor de los casos, hasta daña la trascendencia de ese retiro.
Si esto sucede a la hora de la
despedida del contexto laboral, más perjudicial es todavía cuando se
relega la acción de los más viejos trabajadores -no por la edad sino por los
años de servicio-, en plena capacidad creadora, a causa del solo hecho de
recibir el relevo; se vulnera de esta manera el principio de conjugar
experiencia con talento renovador, en beneficio de los intereses
socioeconómicos de la nación.
Sin ánimo de cuestionar problemas
generacionales, pienso que lo bueno siempre valdrá la pena tenerlo en
cuenta, sea joven o viejo; merece atención la sabiduría que otorgan los años en
un oficio, técnica o especialidad, aunque para ser sinceros hay ramas, como la
industria azucarera, y disciplina como la Medicina, en las cuales un viejo
profesional es respetado y admirado toda la vida….Por qué en otras no puede
lograrse lo mismo?
Una oda merece todo aquel que ha
dejado parte de su vida en el torno, en el surco, en la escuela, en el
hospital, en la fábrica, en la industria, en el puesto más sencillo y en el más
encumbrado.
Que nunca pase por alto la
jubilación de un trabajador; que nunca deje de reconocerse la entrega de
un veterano del trabajo; que nunca deje de emplearse a fondo la experiencia y
sapiencia de un consagrado junto a la de un novato, a quien tenemos el deber de
enseñar todo cuanto aprendimos; ese es un camino expedito para conquistar la
eficiencia que buscamos.
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