miércoles, 1 de mayo de 2019

Honor para quienes han dejado huellas en el trabajo


Aída Quintero Dip
   Siempre será pertinente enaltecer a quienes se dedican a la creación en su sentido más abarcador, a los que asumen tareas de choque, protagonizan proezas laborales o están en el pelotón de vanguardia, pero igualmente será meritorio reconocer a los veteranos del trabajo, a aquellos que han dado la vida en un puesto sencillo o en uno de mayor jerarquía.
   Desde las organizaciones de base de la Central de Trabajadores de Cuba, desde las secciones sindicales de los sindicatos donde dieron sus aportes, hay que empeñarse en aras de  perfeccionar aristas relacionadas con el potencial humano, mucho más en naciones como Cuba donde esto puede ser posible.
  Un asunto que no es privativo únicamente de investigadores, tema de la  academia o solo para debates en talleres y reuniones, sino también propio de tertulias entre personas sencillas del pueblo que tienen criterios en torno al empleo de la fuerza laboral.
  Hace pocos días  me sorprendió presenciar una controversia con respecto a una situación neurálgica, que ocurre con más frecuencia de lo que imaginamos en los colectivos, y cuya solución puede estar en dependencia de alcanzar una conciencia adecuada de su prioridad.
  Varios trabajadores debatían acerca de dónde la magnitud del mal era mayor, si en el caso de uno, cuya jubilación pasó inadvertida en su centro laboral, luego de casi 40 años de servicio; o en otro, quien sentía relegada su presencia y contribución por la llegada de los nuevos, pese a su capacidad de desempeño, conocimientos y experiencia.
  Cuestiones diversas se enfocan en ese frecuente problema de discusión, pero con puntos de convergencia al poner sobre el tapete y enjuiciar la aplicación, a veces, de una incorrecta política en el tratamiento del potencial humano, el más apreciable recurso con que cuenta  el país para vencer desafíos y avanzar en el desarrollo socioeconómico.
  Cuando un trabajador no rinde lo suficiente o ni siquiera lo acostumbrado, por el paso de los años; es justo, lógico e inteligente darle oportunidad a la juventud; mas debemos evitar que ese proceso sea traumático, ofreciendo una adecuada atención a quienes  han hecho historia en el trabajo y necesitan el merecido descanso.
  En defensa de lo nuevo, que generalmente es garantía de lo mejor, por el talento, empuje creador e iniciativas; pueden cometerse errores al rechazar valores  que encierran aún reservas laborales y tienen todavía mucho que aportar en beneficio del progreso, aunque en honor a la verdad, no es esa una práctica sistemática y generalizada en nuestro entorno.
  Cada año veteranos del trabajo se jubilan, luego de cumplir una fructífera etapa de su vida caracterizada por la entrega y el sacrificio en pos de la obra colectiva y, a veces, una equívoca e inadecuada interpretación de la necesaria renovación,  opaca un poco y, en el peor de los casos, hasta daña la trascendencia de ese retiro.
  Si esto sucede a la hora de la despedida del contexto laboral, más perjudicial es  todavía cuando se relega la acción de los más viejos trabajadores -no por la edad sino por los años de servicio-, en plena capacidad creadora, a causa del solo hecho de recibir el relevo; se vulnera de esta manera el principio de conjugar experiencia con talento renovador, en beneficio de los intereses socioeconómicos de la nación.
  Sin ánimo de cuestionar problemas generacionales, pienso  que lo bueno siempre valdrá la pena tenerlo en cuenta, sea joven o viejo; merece atención la sabiduría que otorgan los años en un oficio, técnica o especialidad, aunque para ser sinceros hay ramas, como la industria azucarera, y disciplina como la Medicina, en las cuales un viejo profesional es respetado y admirado toda la vida….Por qué en otras no puede lograrse lo mismo?
  Una oda merece todo aquel que ha dejado parte de su vida en el torno, en el surco, en la escuela, en el hospital, en la fábrica, en la industria, en el puesto más sencillo y en el más encumbrado.
 Que nunca pase por alto la jubilación de un trabajador; que nunca deje de reconocerse la  entrega de un veterano del trabajo; que nunca deje de emplearse a fondo la experiencia y sapiencia de un consagrado junto a la de un novato, a quien tenemos el deber de enseñar todo cuanto aprendimos; ese es un camino expedito para conquistar la eficiencia que buscamos.

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