Aída Quintero Dip
Dos líderes y revolucionarios excepcionales
que pusieron luces en el corazón de América e iluminaron también el mundo, como
Fidel Castro y Hugo Chávez, vivieron
experiencias únicas en defensa de sus ideales y cultivaron una amistad
entrañable, de afectos y sincero cariño.
Historias recopiladas en el libro Cuentos
del Arañero, de los periodistas cubanos Orlando Oramas y Jorge Legañoa -
publicado en 2012- hablan del vínculo de padre e hijo entre estos dos hombres
de talla universal.
Por
ejemplo, en una que tituló ¡El colmo de los colmos! el Comandante bolivariano revela detalles del
día que tuvo deseos de lanzar a Fidel al agua y lo evoca como un hombre interrogador insaciable que no
se queda con ninguna duda y trata de ir más allá de la respuesta que se le
pueda dar porque como muchos han subrayado, Fidel es Fidel.
Resulta que estaban en el lago navegando en
canoa en el estado de Bolívar cuando cumplió 75 años y lo volvió loco a preguntas
me dijo: “Chávez, ¿qué velocidad tú crees que trae el agua allá en la
cascada?”. Me dieron ganas de empujarlo al agua. ¿Qué voy yo a saber?
“Calcula, echa un cálculo allí de cuando
viene cayendo el agua, no es muy difícil, tú haces así y más o menos calculas.
Calcula tú”, me dijo: “Debe venir como a 300 kilómetros por hora y cuando está
llegando abajo 350”, respondí.
Pero después me dice: “¿Y qué profundidad
tendrá este lago?”. “Tendrá como 15 metros”, yo inventando. “¿Y la temperatura
del agua?”.
“Bueno, no sé, chico, será como 20 grados”.
Entonces, mete el dedo en el agua y dice: “No, 17,5 grados”. ¡El colmo de los
colmos! ¡El preguntador sin fin!
Comandantes,
anécdotas de Hugo Chávez y Fidel Castro.
Es una parte jocosa de una relación muy
especial en la vida de quienes dieron voz, oportunidades y derechos, como
gestores y artífices de verdaderas revoluciones con el mérito indiscutible de
la inclusión y atención a todos los sectores de la sociedad.
Fue mucho el amor que cimentaron en su pueblo hacia el prójimo, la justicia y la paz. Por su carisma y estirpe guerrera se crecieron ante la adversidad, garantía de que continuarán siendo bandera de lucha al paso de los siglos.
Hoy se honra a dos hombres
de corazón bueno, de mirada profunda, analítica, que supieron ser como Simón
Bolívar, gigantes de nuestro continente
para unirnos, robustecernos y dar luz al Alba y a la Celac como inspiradores e
impulsores de la integración latinoamericana
para hacer realidad los sueños del Libertador.
Como líderes
brillaron en las batallas internacionales frente al
imperialismo, persistiendo en los ideales de unidad de las fuerzas
revolucionarias; amaron, protegieron,
alertaron, denunciaron, defendieron y salvaron a su pueblo con la misma pasión
y firmeza que en tribunas de la ONU desafiaron las más
insospechadas barreras y afianzaron la fe en el futuro.
Los
sentimientos de lealtad y responsabilidad que sembraron ante la Revolución Bolivariana de
Chávez y la Revolución cubana de Fidel y sus pueblos seguirán fructificando en
Venezuela y Cuba, donde el compromiso de llevar a la práctica su legado y
ensanchar su concepto de Patria Grande crece por minuto.
Es que Hugo Chávez y Fidel Castro son pueblo,
Patria, leyenda; continuarán haciendo lo que falta por hacer en América
todavía, construyendo sueños junto al Libertador.
Ícono de afanes por el mejoramiento humano, con un discurso creíble
en defensa de los más necesitados, legaron una obra invicta que trascenderá la
época como sembradores de ideas que acercan los amaneceres y los nuevos
caminos.
Venezuela es el techo de América Latina y no el patio trasero de los Estados
Unidos, como siempre reiteró Chávez, y Cuba es esa tierra que hizo una
Revolución más grande que nosotros mismos con Fidel a la cabeza que se ha
mantenido erguida, sin vulnerar un solo principio en más de 50 años de genocida
e ilegal bloqueo económico, comercial y financiero.
Y sus continuadores que son muchos, asumirán
su herencia, sus retos y los proyectos de quienes protagonizaron una extraordinaria
batalla durante su fecunda vida y que ya hicieron su entrada
en la historia como próceres de la América nuestra.
En los testimonios de sus compatriotas, paradójicamente el criterio más
repetido es que Chávez vive y vivirá en el alma de la Patria, mientras Yo soy
Fidel dicen los cubanos en presente porque ya lo dijo el cantor venezolano Alí
Primera: “Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos”.
Se les recuerda enardecidos,
persuasivos, elocuentes; amorosos, dialogando con la gente; con la sonrisa
franca, alegría y optimismo ante la vida; ingeniosos y felices jugando pelota en La Habana; hablando desde
las raíces de los Andes.
Para
estadistas, religiosos e intelectuales son referentes históricos ineludibles
para los pueblos del mundo, en tanto eligieron el rumbo bajo la estrella que
ilumina y mata, como diría el poeta, consciente de que: “Es la hora de los hornos y no se ha de ver más que la
luz”.
Inspiran los más
hermosos sentimientos, lo lloran y rwecuerdan como un padre o un hijo, lo
veneran como libertadores a quienes regalaron su pasión
por una sociedad más justa, donde los
humildes también tuvieran su lugar y sus derechos, porque en cada obra de
beneficio social para su país y la América, laten y pulsarán siempre sus nobles
corazones.
Ícono
de afanes por el mejoramiento humano, con un discurso creíble en defensa de los
más necesitados, dejó una obra invicta que trascenderá la época como sembrador
de ideas que acercan los amaneceres y los nuevos caminos.
Este elogio de José Martí al venezolano Cecilio Acosta, bien podría ser
dedicado tanto a Chávez como a Fidel:
“Amó, supo y
creó. Limpió de obstáculos la vía. Puso luces. Vio por sí mismo. Señaló nuevos
rumbos. Le sedujo lo bello; le enamoró lo perfecto; se consagró a lo útil.
Habló con singular maestría, gracia y decoro; pensó con singular viveza, fuerza
y justicia. Sirvió a la Tierra y amó al Cielo. Quiso a los hombres, y a su
honra. Se hermanó con los pueblos y se hizo amar de ellos…
“Abrió vías, que habrán de
seguirse; profeta nuevo, anunció la fuerza por la virtud y la redención por el
trabajo…Los que le vieron en vida, le veneran; los que asistieron a su muerte,
se estremecen. Su patria, como su hija, debe estar sin consuelo…”