miércoles, 28 de marzo de 2012

La segunda casa de mi hija

AÍDA QUINTERO DIP
Con cuánta razón, en la dedicatoria de su tesis, mi hija Celia ponderaba a la facultad de Derecho de la Universidad de Oriente como "mi segunda casa". En el acto de graduación, ese inolvidable 6 de julio del 2011, comprendí la magnitud de esa frase, de ese amor manifiesto hacia el sitio vital de su vida estudiantil...
Ese día se reveló ante mis ojos el sentido de su valoración, sintetizado en un pensamiento: "Educar no es llenar la olla, sino prender el fuego"; evidentemente en los cinco años de la carrera los 73 jóvenes que se diplomaban habían crecido como profesionales hasta alcanzar su sueño y, sobre todo, como personas en el afán de ser mejores ciudadanos para hacer un mejor país.
Busqué causas y las hallé; la primera estaba en la mesa académica de consagrados juristas y profesores de sobresaliente currículo que entregaron el título a los egresados, pero antes en las aulas habían sembrado el amor hacia el Derecho y la vocación por la justicia, a la vez que cultivaron valores y fomentaron acciones altruistas, convirtiendo lo trascendente en cotidiano.
Una carrera que en ese curso escolar ratificó la acreditación de Excelencia, era expresión de la calidad de la enseñanza superior impartida. Y el detalle de acentuar el nivel de aprovechamiento, las potencialidades y hasta la nobleza que anida en el corazón de cada uno de los nuevos licenciados, al recibir su título, demostraba que los pedagogos, cual orfebres, habían delineado bien su obra, porque tal vez pensaron en la utilidad de la virtud, que advertía José Martí.
El acto de graduación fue de emoción en emoción: desde su nombre "Promoción 50 años conquistando sueños", dedicada a la victoria de Girón; inspirada y bebiendo de la savia de juristas de la talla de Ignacio Agramonte, Raúl Roa o Fidel; 19 Títulos de Oro, ocho alumnos más integrales, reflejo de sólidos conocimientos y saberes...
Mas, los rostros felices de muchachas y muchachos revelaban que habían crecido no solo en conocimientos, porque disfrutaron en la universidad el regalo de una vida sana, con alta dosis de amor, creando amistades verdaderas, venciendo retos, compartiendo sueños, sin egoísmos ni mezquindades, con la plenitud de pisar tierra firme.
Como colofón el reconocimiento de la doctora Josefina Méndez López, decana de la facultad de Derecho, que más allá de títulos y responsabilidades fue confesora, guía, madre; con su dulzura peculiar ella los convocó al desafío cognoscitivo para convertir la cultura jurídica en parte indisoluble de la sociedad cubana.

Nota: Retomo este tema que escribí a raíz de la graduación de Celia, porque en esos días una colega me decía que no solo era la segunda casa de mi hija, sino que pronto ella sería dueña y anfitriona aboluta, ya que estaba propuesta para ser profesora de la facultad de Derecho de la Universidad de Oriente. Así ha sido, está feliz en esos trajines y le va muy bien, ya empezó a amar su nueva vida frente a un aula enseñando lo que ayer aprendió.

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