Aída Quintero Dip
Ni la discapacidad que sobrevino a su vida ha podido tronchar el magisterio que anida en el corazón de Adaibis Reyes Muñoz, porque ella es la estampa viva de la maestra, cuando está despierta, durmiendo, frente al aula, ante sus hijos, siempre forjando, dejando huellas.
Atesora 30 años de ejercicio en la profesión y desde el 2009 en que se tituló como máster en Educación ha ido perfeccionando su desempeño ante sus escolares de quinto grado en la escuela Hermes Leyva Iglesia, del municipio de San Luis, en la provincia de Santiago de Cuba. Una pasión que se alimenta del conocimiento, la superación constante y la práctica como criterio de la verdad.
En los tiempos de estreno, Adaibis iba todos los días camino a la escuela en el intrincado paraje sanluisero de Chaveco, donde revitalizaba su espíritu emprendedor e inquieto, en complicidad con los alumnos, a quienes dedicaba horas y horas para el aprendizaje y las alegrías mutuas.
Pero un viaje tan maravillosa, que le hacía falta como el aire a la vida, iniciado 17 años antes, quedó interrumpido aquel fatídico 27 de agosto de 1998, cuando un accidente le arrebató cuatro dedos de su mano derecha, y con esto gran parte de sus sueños.
“Entonces el mundo se me acabó -recuerda- , qué iba a hacer con mi pasión de maestra, y mi vocación por el magisterio porque tenía ilusión desde niña de enseñar y dejar alguna huella en las generaciones que me sucedieran”.
En verdad ese trabajo que era más bien placer, quedaba postergado y ella intuía que para siempre. “Yo no tenía valor para enfrentarme así a un aula, lloraba sin consuelo, sufría, me aislé, no quería ver a nadie, nada me estimulaba”.
Su mutismo comenzó a desaparecer cuando tocó a su puerta Alfredo Ramos Tassé, presidente de la Asociación Cubana de Limitados Físico-Motores de San Luis, quien le contó su historia de profesor devenido trabajador de Contabilidad de la dirección de Educación en el municipio, donde volvió a sentirse útil, pese a la falta de una pierna.
“La lección me sirvió de mucho para romper las barreras sicológicas y primero aceptarme a mí misma, elevar mi autoestima porque todavía yo podía ser útil aun en Educación. Aprendí a escribir con la mano izquierda, me acerqué a las actividades de la asociación y hice descubrí que eran personas normales, felices como cualquiera.
“Entonces me animé, empecé a trabajar de nuevo pero en la escuela primaria Hermes Leyva, porque la mía, la Rafael Millán, me quedaba muy lejos, y volví a encontrarme con los alumnos y a experimentar el hermoso placer de enseñarles, ir corrigiendo conductas y moldeando carácteres como un orfebre”.
Después del primer encuentro con Alfredo, la ACLIFIM también la ganó para sus filas, a tal punto se dedicó a la incorporación de los discapacitados a las tareas que fue elegida vicepresidenta en San Luis y en estos años ha ocupado diversas responsabilidades hasta integrar en la actualidad el Consejo Provincial, haber asistido al 4 Congreso y ser delegada al próximo, “pero lo único que he hecho para merecerlo es estimular a quienes un día se sintieron como yo”.
Adaibis ha mostrado ser muy buena educadora, pero también ha aprovechado sus dotes en cuestiones de índole organizativa y movilizativa, sobre todo, por su carácter alegre, jovial, que sabe cómo integrar, convencer y persuadir.
“No me canso, más bien me reconforta ir de casa en casa de los discapacitados, movilizándolos para que participen en las actividades y se conviertan en personas útiles, pues les hago comprender que la sociedad necesita y espera también por sus aportes.
La última faceta de esta luchadora mujer, descubierta por ella misma y sus compañeros, es la de escritora de sus vivencias en tan humano trabajo, para transmitirlas a sus congéneres y darlas a conocer en eventos, con el fin de sensibilizar al prójimo, para que no haya indiferentes y sí mucha solidaridad.
Ese afán empezó en el consejo popular donde reside, el día que se atrevió a presentar una ponencia sobre la atención social a la mujer discapacitada en el que refleja su experiencia en el trabajo comunitario realizado en beneficio de esas personas.
Siguió por ese camino, y de qué manera, no hay un taller, evento que prescinda de sus aportes, ha perdido la cuenta desde que estimulada por la ACLIFIM y la FMC, junto a otras tres santiagueras estuvo en el Primer Encuentro Nacional de Mujeres Discapacitadas, en el 2001, en La Habana, con un trabajo que versaba acerca del derecho de la mujer discapacitada físico-motora al empleo.
La entrega sin miramientos es su divisa, “’como una forma de responder a las atenciones y oportunidades que nos ofrece la Revolución”, expresa.
Para Adaibis fue un reto aprender a escribir con la mano izquierda, pero fue, sobre todo, una necesidad espiritual de ser nuevamente útil y reencontrarse con sus alumnos.
Su vecina Dunia lo corrobora: Posee un don especial para acometer las tareas y movilizar a las mujeres. Además supo vencer tabúes y complejos, y crecerse ante la adversidad para continuar aportando desde un puesto tan responsable como el de maestra”.
Pero para ella “no todo ha sido color de rosa, se requiere perseverancia, porque a veces tenemos trabas; hay empresas que no quieren ubicar a un discapacitado pero, después, cuando conocen que son responsables, disciplinados y muy cumplidores en sus puestos, no lo quieren perder.
Adaibis ahora no se amilana fácilmente, se siente rehabilitada por completo, le fascina utilizar cualquier tribuna para hablar de un tema tan sensible como el de la integración a la sociedad de los discapacitados. “En los temas que escribo hago énfasis en el aspecto psicológico, pues son muchos los trastornos psíquicos que nos afectan, mi experiencia personal me dice que en ellos y en ellas hay tendencia a la timidez, al aislamiento por temor, a hacer el ridículo”.
Su elección reiterada como delegada a congresos de la FMC y la ACLIFIM premia su tenacidad y entereza lo que la impulsa a seguir haciendo desde una manera tan singular y humana.
Cuenta con una familia que lo comporte todo: trabajo, responsabilidades, alegrías y tristezas; con sus tres hijos Félix y Adiannis, estudiantes universitarios, y Juan José, técnico de nivel medio, y hasta con la nieta Lien Milagros; y el consejo de su profesora, al recalcarle que había perdido una parte de la mano, pero no su intelecto y tenía la vida para luchar y crear.
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