Aída
Quintero Dip
A las
puertas del Primero de Mayo, Día
Internacional de los Trabajadores, es pertinente enaltecer la creación en su
sentido más abarcador; a los que asumen tareas de choque; realizan proezas laborales; o están en el
pelotón de vanguardia; pero la fecha constituye también motivos de reflexión y
análisis en busca de perfeccionar aristas relacionadas con el potencial humano,
por lo menos en naciones como Cuba donde esto puede ser posible.
Un asunto
que no es privativo únicamente de investigadores, tema de la academia o solo para debates en eventos, talleres
y reuniones, sino también propio de tertulias entre personas sencillas del
pueblo que tienen criterios en torno al empleo de la fuerza laboral.
Por eso no
me sorprendió presenciar hace pocos días una controversia, no precisamente
entre decimistas, con respecto a una situación neurálgica, que ocurre con más
frecuencia de lo que imaginamos en los colectivos, y cuya solución puede estar en dependencia de adquirir una conciencia
adecuada de su prioridad.
Varios
trabajadores debatían acerca de dónde la
magnitud del mal era mayor, si en el caso de uno, cuya jubilación pasó
inadvertida en su centro laboral, luego de más de 30 años de servicio; o en
otro, quien sentía relegada su presencia y su aporte por la llegada de los
nuevos, pese a su capacidad de desempeño, conocimientos y valiosa experiencia
en la rama en cuestión.
Cuestiones disímiles
se enfocan en ese frecuente problema de discusión, pero con puntos de
convergencia al poner sobre el tapete y enjuiciar la aplicación, a veces, de una incorrecta política en el tratamiento
del potencial humano, el más apreciable recurso con que cuenta el país para vencer desafíos y avanzar en el
importante campo del desarrollo socioeconómico.
Cuando un
trabajador no rinde lo suficiente o ni siquiera lo acostumbrado, por el paso de
los años; es justo, lógico e inteligente darle oportunidad a la juventud; mas
debemos evitar que ese proceso sea traumático, ofreciendo una adecuada atención
a quienes han hecho historia en el
trabajo y necesitan el merecido descanso.
En defensa
de lo nuevo, que generalmente es garantía de lo mejor, por el talento, empuje creador e iniciativas;
pueden cometerse errores al rechazar valores que encierran aún reservas laborales y tienen
todavía mucho que aportar en beneficio del progreso, aunque en honor a la
verdad, no es esa una práctica sistemática y generalizada en nuestro entorno.
Cada año
veteranos del trabajo se jubilan, luego de cumplir una fructífera etapa de su
vida signada por la entrega y el sacrificio en pos de la obra colectiva y, en
ocasiones, una equívoca e inadecuada interpretación de la necesaria renovación,
opaca un poco y, en el peor de los casos,
hasta daña la trascendencia de ese retiro. Así muchos me han confesado.
Si esto
ocurre a la hora de la despedida del contexto laboral, más perjudicial es aún
cuando se relega la acción de los más viejos trabajadores -no por la edad sino por los años de servicio-,
en plena capacidad creadora, a causa del solo hecho de recibir el relevo; se
vulnera de esta forma el principio de conjugar experiencia con talento
renovador, en beneficio de los intereses socioeconómicos de la nación.
Se ha
recalcado, con frecuencia, en los procesos de renovación o ratificación de
mandatos de las organizaciones políticas y de masas, la conveniencia de unir
experiencia con sangre joven en los cuadros de dirección para preservar la
continuidad, lo cual ha dado resultados. Sería provechoso contribuir a que la
aplicación de esa política estratégica, también
ofrezca frutos en los centros laborales.
Sin ánimo
de cuestionar problemas generacionales, pienso
que lo bueno siempre valdrá la pena tenerlo en cuenta, sea joven o
viejo; merece atención la sabiduría que otorgan los años en un oficio, técnica
o especialidad, aunque para ser sinceros hay ramas, como la industria
azucarera, y disciplina como la
Medicina, en las cuales un viejo profesional es respetado y
admirado toda la vida….Por qué en otras no puede lograrse lo mismo?
Una oda que
entonemos cada día con mayor fuerza, merece todo aquel que ha dejado parte de su
vida en el torno, en el surco, en la escuela, en el hospital, en la fábrica, en
la industria, en el puesto más sencillo y en el más encumbrado.
Que nunca
pase por alto la jubilación de un trabajador; que nunca deje de reconocerse
la entrega de un veterano del trabajo;
que nunca deje de emplearse a fondo la
experiencia y sapiencia de un consagrado junto a la de un novato, a quien
tenemos el deber de enseñar todo cuanto aprendimos; ese es un camino para
conquistar la eficiencia que buscamos.
Ese debe
ser el proceder que nos distinga, amén del reordenamiento laboral en que está empeñado el país, en aras de
actualizar el modelo de la economía cubana y ponerlo a tono con los cambios que
son necesarios también para cumplir los
Lineamientos de la
Política Económica y Social del Partido y la Revolución, aprobados
en el 6. Congreso del Partido.
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