lunes, 20 de mayo de 2013

La impronta de Celia


De Celia Sánchez Manduley -de las cubanas imprescindibles de la Revolución- nunca podrá hablarse en pasado. Tal es la impronta de una mujer que conjugó su condición de heroína, madre adoptiva de muchos compatriotas y figura inseparable de Fidel.
Este 9 de mayo cuando cumpliría 93 años, Celia sigue siendo una leyenda, pero tan real, tan viva que se multiplica en su pueblo para el que consagró cada minuto de su fértil y apasionada existencia.
Amante de las bromas, osada, con gran imaginación, sorprendía, sobre todo, por su ternura y vehemente forma de querer a los demás. Tal mezcla de intranquilidad y pasión, de sensibilidad e intrepidez tenían que convertirla en una de las personalidades más seductoras de la historia de Cuba.
En opinión del investigador Ricardo Vázquez Mestre “Si Celia fue tan virtuosa lo debió en gran medida a su padre, hombre de vasta cultura, profundamente martiano y que se desarrolló no sólo en la medicina sino también en la estomatología, la política, la espeleología, la historia. Fue él quien señalizó el lugar exacto donde cayó el prócer Carlos Manuel de Céspedes, guió la expedición que situó el primer busto de José Martí en el Pico Turquino, en 1953. Se carteaba con el científico Núñez Jiménez, era conocido del pintor Carlos Enríquez, seguidor de las ideas del líder ortodoxo Eduardo Chibás…”.
Capítulo aparte en su vida, merece su vínculo con Santiago de Cuba; desde muy joven se integró al Movimiento 26 de Julio, fue decisiva como luchadora clandestina de la ciudad, cuando se convirtió en Norma y era inseparable de Fran País y Vilma Espín, vital en el envío de combatientes para engrosar las filas rebeldes en la Sierra Maestra.
En esa tierra indómita dejó sus huellas de muchas maneras, pues tuvo que ver desde el diseño de los uniformes escolares, hasta con el decorado y concepción de sitios tan importantes como la Comandancia General de la Plata, en plena Sierra Maestra.

Se dice que el mito de la guerrillera ha empañado a veces un tanto a la mujer humana, de carne y hueso. Y Celia fue mucho más que la valerosa heroína; era la persona en quien confiaban los campesinos para plantearle sus más íntimos y peliagudos problemas, con la certeza de que haría todo por resolverlos.
Otro aspecto que la distinguía era el apego a la naturaleza. “Adoraba el paisaje de Pilón, esa combinación de mar y lomas, donde vivió desde 1940 a 1956. Constituía su lugar predilecto para descansar”, apunta la historiadora de Media Luna, Maritza Acuña.
Resulta inconcebible pensar que no se enamorara: Sí tuvo novios y varios pretendientes. “Lo que hay que entender y subrayar es que el gran amor de su existencia fue la Revolución. Por ella, lo antepuso todo, se desveló, dio el alma y la vida”, comenta Ricardo Vázquez.
“Era una mujer de verdad; se daba a querer por todo el mundo. Organizaba su trabajo secreto sin que nadie se diera cuenta, despistaba a cualquiera. Tú la veías salir a pescar y andaba mirando por donde era mejor el desembarco. Recuerdo que cuando vino para lo del Granma el Jefe nacional de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio, Frank País, ella me dijo: Hoy hay visita, ordeña temprano las vacas, dejas la leche en la mesa y después te vas. Yo ni sospeché‚ de quién se trataba”.
Al incorporarse a la guerrilla en la Sierra Maestra, su misión consistió en asegurar las comunicaciones, proveer los alimentos, atender las necesidades del campesinado. Nunca se le vio disgustada o cansada: sacaba fuerzas de su gran corazón para atender con infinita paciencia a todo aquel que reclamaba su ayuda.
La historiadora Maritza Acuña opina que la última gran prueba demostrativa de la excepcionalidad de Celia fue su propio deceso, cuando le faltaban cuatro meses para cumplir 60 años:
“Sabía que padecía una enfermedad penosa; ya la habían operado de un pulmón y, sin embargo, en vez de cuidarse, se consagró más al trabajo, a ayudar con todas sus energías a Fidel. Y lo más llamativo: ni en esos momentos perdió la sonrisa y su manera alegre de mirar la vida; eso puede comprobarse en la foto tomada el 30 de noviembre de 1979 en Santiago de Cuba, 42 días antes de morir”.
Por otro lado Julio César Sánchez cree que no siempre el epíteto de La Flor más autóctona de la Revolución se ha interpretado bien: “Celia expresa lo autóctono por su criollez, su cubanía; siendo diputada, del Consejo de Estado, del Comité Central, nunca dejó de comportarse con su gracia y acento campesinos, de gente del pueblo. Ni miró jamás por encima del hombro a alguien.
“Y expresa lo autóctono, también, porque era esa cubana bromista, jaranera, pero a la vez responsable, exigente, comprometida, anónima y modesta”.
Quienes la conocieron todavía sienten un vacío grande por haberla perdido. "Para medir quién fue esta hermana nuestra, baste subrayar que será imposible escribir la historia de Fidel Castro sin reflejar a la vez la vida de Celia Sánchez Manduley...", expresó Armando Hart Dávalos, presidente del Centro de los Estudios Martianos, en la despedida de duelo de esta singular revolucionaria.

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