Con varios ensayos sobre el devenir histórico de Santiago de Cuba, el
profesor e investigador Rafael Duharte Jiménez se ha convertido en un singular cronista
y defensor de la ciudad y sus pobladores
Aída Quintero Dip
No fue difícil provocarlo a revelar aspectos de un tópico apasionante en
el que hace gala de perseverancia, cristalizada en una enjundiosa obra de 12
libros publicados, en algunos de los cuales enfatiza en los rasgos que definen al santiaguero: un hombre a quien la geografía, el clima y la
historia regional han delineado una identidad que desde el siglo pasado se
destaca con contornos muy firmes dentro del contexto de la cultura cubana.
Él mismo me animó a descubrir el misterio y a enfrentar el desafío, dada
su disposición de hurgar respecto a un asunto del que se confiesa en deuda, en
el sentido de que el hombre o la mujer común tal vez no se percata, no tiene
conciencia de que es fruto de esa mezcla y circunstancia, de interés más bien
de investigadores y especialistas en el ámbito académico e intelectual.
Si más dilación, comenzó el fuego graneado y su primera respuesta: “La
peculiar geografía local ha influido sobre el santiaguero, pues la extraña
circulación del mar y la montaña ha determinado ciertas especificidades en un
hombre que resulta ser mitad montañez y mitad marinero; acostumbrado a
caminar por calles empinadas que
terminan en montañas cubiertas de verde vegetación o en el mar Caribe; un
hombre urbano que pasa el tiempo subiendo y bajando lomas, ejercicio que quizás
ha desarrollado en él una fuerte voluntad de vencer obstáculos; que cuando el
verano se torna irresistible, se va a los balnearios de la bahía o a las playas
de Siboney, Daiquirí, Juraguá o Caletón a sumergirse en el mar”.
Duharte Jiménez argumenta su criterio explicando que el hecho de que
Santiago de Cuba, con casi 500 años de fundada, se formara entre mar y montañas
la dotan de una extraña combinación y a la vez de un encanto muy especial, influyendo
en la idiosincrasia de sus pobladores.
El abrasador calor del verano sobre sus habitantes también tiene su
cuota en esa definición, de acuerdo con la consideración del Máster en Estudios
Cubanos y del Caribe. “Tal vez, una
temperatura promedio de 35-36 grados centígrados a la sombra no ha estimulado
su laboriosidad, constancia y disciplina. Cuando llega la sofocación de la
etapa estival se sumergen en una larga
siesta y se abre paso una fuerte tendencia al relajamiento, que permean todas
las esferas de su vida cotidiana”.
Otro elemento que definitivamente ha marcado la identidad del
santiaguero es el carácter sísmico de la región. La inestabilidad del suelo
quizás ponga un cierto tono de inseguridad en personas que han sentido los
quejidos que brotan de tarde en tarde de la Fosa de Batler y nunca se han acostumbrado a ver
temblar sus viviendas, y que solo recientemente, y no sin esfuerzo, se han
habituado a vivir en edificios altos.
“La sociedad santiaguera ha vivido siempre atrapada entre la libertad
que le ofrece el mar y la inmovilidad a que la condenan las montañas; entre el
miedo a los terremotos, a los ciclones y el calor. De suerte, que cada año, en
el mes de julio, cuando Santiago de Cuba parece que está a punto de estallar,
rompe el carnaval, que exorciza los demonios locales, y luego retorna la
armonía a la ciudad”.
Realmente su fiesta emblemática con fama nacional, el carnaval, en sus
orígenes del siglo XVII y todo el siglo XVIII es de blancos y predomina la
música española, luego la guitarra española es sustituida por el tambor
africano a finales del XVIII y primera mitad
del XIX hasta nuestros días, pues toda la percusión todavía hoy es
africana, el ritmo, la conga como elementos definitivos de la cultura.
“El ‘ajiaco santiaguero’ siguió
las pautas generales que el etnólogo, antropólogo, jurista y periodista Fernando
Ortiz Fernández observó para toda la
cultura cubana, pero aquí incluyó algunos ingredientes específicos que lo
distinguen, mientras otros estuvieron en proporciones diferentes en relación
con estos mismos procesos en el centro y occidente de la isla.
”Las culturas indígenas asentadas en esta región de Cuba durante miles
de años antes del arribo de Diego Velázquez, dejaron su impronta en la
toponimia, la dieta, la música y las creencias religiosas locales; hasta la Virgen de la Caridad de El Cobre pudo
tener su primera versión aborigen antes de españolizarse y finalmente
amulatarse. El poblado de El Caney, reserva indígena desde principios del siglo
XVII, mantuvo un intenso intercambio cultural con Santiago durante más de 200
años, que aún está por estudiarse”.
Duharte Jiménez asevera que el peso de la cultura indígena es más alto
en Santiago de Cuba y en general en el oriente que lo que puede apreciarse en
el occidente. Siguiendo la expresión de Fernando Ortiz la “vianda indígena”
está en una proporción mayor que en otras regiones cubanas, confirmado con más
de 130 sitios arqueológicos y muestras de sentamientos hasta en el reparto Sueño
y en el Caso Histórico de la urbe.
“El ‘ajiaco santiaguero’ absorbió
el legado extraordinariamente rico de
las culturas ibéricas. El núcleo hispano fundacional sentó las bases de una
ciudad española que en cuanto pudo se
deshizo de las tablas de palma, el guano y el casabe; una ciudad abierta al mestizaje, pero con una clara
voluntad, demostrada a lo largo de su historia, de no africanizarse ni
afrancesarse. La naturaleza hispana de Santiago solo cedió ante el empuje de lo
criollo”, destaca el investigador.
“Cuando la ciudad recibió en las primeras décadas del siglo XX una gran
oleada de inmigrantes hispanos, los acogió con hospitalidad, pero sin
añoranzas. Los bodegueros españoles animaron el comercio, y se llenó de boinas
la industria y el transporte; mientras, los vendedores ambulantes gallegos, con
sus pregones cargados de zetas, ponían una nota pintoresca en las calles. La
herencia de Santiago es irreversible y apenas si hay alguna zona de su
patrimonio material y espiritual donde no esté esa huella”.
Apunta asimismo Duharte Jiménez que la emigración catalana fue
predominante, con una gran influencia en la música coral de cuyas raíces
bebieron nuestros maestros y de mucho
arraigo aquí.
“África, por otra parte, hizo un aporte definitivo, desde Juan Cortés,
el negro esclavo de Hernán Cortés, que posiblemente haya participado en la
fundación de la villa, hasta los miles de africanos que introdujeron los dueños
de hatos, corrales y trapiches; los concesionarios de la mina de cobre de
Santiago del Prado y los dueños de las plantaciones de café y azúcar. Este
diálogo entre África y Santiago durante aproximadamente 358 años, explica la
existencia en la ciudad de una significativa población negra y mulata; así como
el aliento africano de su folclor, el carnaval y las religiones populares”.
Valdría la pena preguntarse, sin embargo, qué es lo específico de la contribución de esa área geográfica a la
identidad cultural santiaguera, y el profesor acota: “Algunos estudios sobre
las etnias africanas introducidas en la localidad muestran un porcentaje significativo de los
esclavos traídos para laborar en el café, el azúcar y el cobre, que pertenecían
a la familia bantú, y dentro de esta a los congos, negros que tuvieron fama en
el Caribe colonial por ser muy alegres y joviales. De suerte que quizás del congo nos llegó un poco de la alegría de vivir que
caracteriza al santiaguero, de lo proclive que es a hacer de la existencia una
fiesta. La herencia conga también marca el río de misterio y magia que desde
hace siglos circula por las arterias de los barrios del Santiago de Cuba profundo”.
La alegría un poco irresponsable, la escasa inquietud por el porvenir
del congo, se mezcló aquí con la laboriosidad catalana y su proverbial
“tacañería”, expresión de una sobredimensionada preocupación por el futuro. Esta
curiosa fusión pudiera ser garante de algunos rasgos importantes de la
personalidad cultural del santiaguero, según subraya quien ha dedicado parte de
su vida a desentrañar estos asuntos y ha
impartido conferencias y seminarios en universidades de México, España,
Alemania, Estados Unidos, Francia, Puerto Rico y Surinán.
“Con el tiempo otros ingredientes fueron enriqueciendo el caldo cultural
local. Los franceses, que arrojaron la gran
cimarronada haitiana de fines del siglo XVIII, impactaron fuertemente a
Santiago de Cuba, acelerando el tránsito
de la economía hacendística a la de plantaciones, y dando un vuelco
total a la región. Ellos modernizaron la ciudad e inundaron la región de
esclavos africanos para trabajar en los cafetales; de hecho, puede hablarse en
rigor en Santiago antes y después de su llegada”.
¿Influyeron los franceses en la personalidad del santiaguero? “La
respuesta a esa pregunta no ha sido ni siquiera intentada, pero lo real es que
si hubiesen arribado cien años antes o
cien años después, no podrían haber tenido una señal tan profunda en la
comunidad. Penetraron precisamente en el momento en que estaba en proceso de
cristalización la identidad local, lo cual hace probable que exista alguna
nota francesa en la sinfonía santiaguera.
“Su presencia es prácticamente
única; ocuparon barrios como El Tivolí y desarrollaron un papel importante en
la cultura hasta en la manera de vestir,
introdujeron por primera vez el teatro y nuevas formas de recreación con el
café concert, influyeron en los modales, en la educación, en la alimentación”.
Otras circunstancias específicas de la historia local pudieran haber
influido en la concreción de ciertos rasgos de la personalidad del santiaguero:
La legendaria imagen de este como valiente luchador, que muchos suponen en las hazañas de la División Cuba, las glorias de
la familia Maceo-Grajales o la célebre invasión a occidente.
Ese sentimiento alcanzaría su expresión política con las guerras contra el colonialismo español, de las cuales Santiago de Cuba fue un decisivo escenario y los santiagueros actores protagónicos. Obviamente, la leyenda de la tierra rebelde y heroica continuó alimentándose en la época contemporánea, al convertirse la ciudad y sus montañas en bastiones de la lucha armada contra la tiranía de Batista.
Ese sentimiento alcanzaría su expresión política con las guerras contra el colonialismo español, de las cuales Santiago de Cuba fue un decisivo escenario y los santiagueros actores protagónicos. Obviamente, la leyenda de la tierra rebelde y heroica continuó alimentándose en la época contemporánea, al convertirse la ciudad y sus montañas en bastiones de la lucha armada contra la tiranía de Batista.
Las
últimas obras de nuestro entrevistado:
Santiago de Cuba y África: un diálogo en el tiempo (2001), Pensar el Pasado. Ensayos sobre la historia de Santiago
de Cuba (2006) y Lo real maravilloso – santiaguero (2009) son verdaderas
revelaciones en torno al acontecer de la ciudad
y la actuación de los pobladores de una región que durante muchos
años fuera percibida como casa de los
padres fundadores, como tierra de los
mejores carnavales, de gente alegre, valiente y hospitalaria.
El
mar, las montañas, los terremotos, los ciclones y el calor, continuarán
influyendo sobre el santiaguero; su historia y su cultura seguirán siendo su
gran capital, de manera que el rostro del Santiago de Cuba del futuro dependerá
del desarrollo de las tendencias sociales que hoy marcan su presente alentador.
Y para que lo conozcan mejor el hombre y la mujer común que lo habitan y
lo enaltecen, Duharte Jiménez no se ha
quedado con los brazos cruzados, hace casi un lustro escribe y conduce el
programa de TV: La historia y sus protagonistas, bajo la dirección de Roberto
Rivero, teniendo en cuenta que en nuestro tiempo el audiovisual llega a las
grandes masas con un poder incalculable.
“Constituye una transmisión bien pensada para mostrarle al santiaguero toda la riqueza de la historia de su cultura,
avalada por el criterio de más de 300 especialistas entrevistados que han explicado al gran
público sobre la trascendencia y acervo que atesora la urbe, en 157 programas acerca
de temas históricos y personalidades”.
Está optimista el investigador, pues ahora el Canal Educativo 2 también lo
está exhibiendo los viernes a las 7:30 p.m. con lo cual se cumple otra
importante función: darle la verdadera imagen del santiaguero al país, una forma
de contrarrestar el criterio negativo del oriental del cual se han hecho eco
muchos medios de comunicación nacionales como la radio y la televisión.
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