jueves, 2 de mayo de 2013

“Lo real maravilloso santiaguero”


Con varios ensayos sobre el devenir histórico de Santiago de Cuba, el profesor e investigador Rafael Duharte Jiménez se ha convertido en un singular cronista y defensor de la ciudad y sus pobladores



Aída Quintero Dip  

No fue difícil provocarlo a revelar aspectos de un tópico apasionante en el que hace gala de perseverancia, cristalizada en una enjundiosa obra de 12 libros publicados, en algunos de los cuales enfatiza en los rasgos que definen al santiaguero: un  hombre a quien la geografía, el clima y la historia regional han delineado una identidad que desde el siglo pasado se destaca con contornos muy firmes dentro del contexto de la cultura cubana.
Él mismo me animó a descubrir el misterio y a enfrentar el desafío, dada su disposición de hurgar respecto a un asunto del que se confiesa en deuda, en el sentido de que el hombre o la mujer común tal vez no se percata, no tiene conciencia de que es fruto de esa mezcla y circunstancia, de interés más bien de investigadores y especialistas en el ámbito académico e intelectual.
Si más dilación, comenzó el fuego graneado y su primera respuesta: “La peculiar geografía local ha influido sobre el santiaguero, pues la extraña circulación del mar y la montaña ha determinado ciertas especificidades en un hombre que resulta ser mitad montañez y mitad marinero; acostumbrado a caminar  por calles empinadas que terminan en montañas cubiertas de verde vegetación o en el mar Caribe; un hombre urbano que pasa el tiempo subiendo y bajando lomas, ejercicio que quizás ha desarrollado en él una fuerte voluntad de vencer obstáculos; que cuando el verano se torna irresistible, se va a los balnearios de la bahía o a las playas de Siboney, Daiquirí, Juraguá o Caletón a sumergirse en el mar”.
Duharte Jiménez argumenta su criterio explicando que el hecho de que Santiago de Cuba, con casi 500 años de fundada, se formara entre mar y montañas la dotan de una extraña combinación y a la vez de un encanto muy especial, influyendo en la idiosincrasia de sus pobladores.
El abrasador calor del verano sobre sus habitantes también tiene su cuota en esa definición, de acuerdo con la consideración del Máster en Estudios  Cubanos y del Caribe. “Tal vez, una temperatura promedio de 35-36 grados centígrados a la sombra no ha estimulado su laboriosidad, constancia y disciplina. Cuando llega la sofocación de la etapa estival se sumergen  en una larga siesta y se abre paso una fuerte tendencia al relajamiento, que permean todas las esferas de su vida cotidiana”.
Otro elemento que definitivamente ha marcado la identidad del santiaguero es el carácter sísmico de la región. La inestabilidad del suelo quizás ponga un cierto tono de inseguridad en personas que han sentido los quejidos que brotan de tarde en tarde de la Fosa de Batler y nunca se han acostumbrado a ver temblar sus viviendas, y que solo recientemente, y no sin esfuerzo, se han habituado a vivir en edificios altos.
“La sociedad santiaguera ha vivido siempre atrapada entre la libertad que le ofrece el mar y la inmovilidad a que la condenan las montañas; entre el miedo a los terremotos, a los ciclones y el calor. De suerte, que cada año, en el mes de julio, cuando Santiago de Cuba parece que está a punto de estallar, rompe el carnaval, que exorciza los demonios locales, y luego retorna la armonía a la ciudad”.
Realmente su fiesta emblemática con fama nacional, el carnaval, en sus orígenes del siglo XVII y todo el siglo XVIII es de blancos y predomina la música española, luego la guitarra española es sustituida por el tambor africano a finales del XVIII y primera mitad  del XIX hasta nuestros días, pues toda la percusión todavía hoy es africana, el ritmo, la conga como elementos definitivos de la cultura.
“El  ‘ajiaco santiaguero’ siguió las pautas generales que el etnólogo, antropólogo, jurista y periodista Fernando Ortiz  Fernández observó para toda la cultura cubana, pero aquí incluyó algunos ingredientes específicos que lo distinguen, mientras otros estuvieron en proporciones diferentes en relación con estos mismos procesos en el centro y occidente de la isla.
”Las culturas indígenas asentadas en esta región de Cuba durante miles de años antes del arribo de Diego Velázquez, dejaron su impronta en la toponimia, la dieta, la música y las creencias religiosas locales; hasta la Virgen de la Caridad de El Cobre pudo tener su primera versión aborigen antes de españolizarse y finalmente amulatarse. El poblado de El Caney, reserva indígena desde principios del siglo XVII, mantuvo un intenso intercambio cultural con Santiago durante más de 200 años, que aún está por estudiarse”.
Duharte Jiménez asevera que el peso de la cultura indígena es más alto en Santiago de Cuba y en general en el oriente que lo que puede apreciarse en el occidente. Siguiendo la expresión de Fernando Ortiz la “vianda indígena” está en una proporción mayor que en otras regiones cubanas, confirmado con más de 130 sitios arqueológicos y muestras de sentamientos hasta en el reparto Sueño y en el Caso Histórico de la urbe.
“El  ‘ajiaco santiaguero’ absorbió el legado extraordinariamente rico de las culturas ibéricas. El núcleo hispano fundacional sentó las bases de una ciudad española  que en cuanto pudo se deshizo de las tablas de palma, el guano y el casabe; una ciudad  abierta al mestizaje, pero con una clara voluntad, demostrada a lo largo de su historia, de no africanizarse ni afrancesarse. La naturaleza hispana de Santiago solo cedió ante el empuje de lo criollo”, destaca el  investigador.
“Cuando la ciudad recibió en las primeras décadas del siglo XX una gran oleada de inmigrantes hispanos, los acogió con hospitalidad, pero sin añoranzas. Los bodegueros españoles animaron el comercio, y se llenó de boinas la industria y el transporte; mientras, los vendedores ambulantes gallegos, con sus pregones cargados de zetas, ponían una nota pintoresca en las calles. La herencia de Santiago es irreversible y apenas si hay alguna zona de su patrimonio material y espiritual donde no esté esa huella”.
Apunta asimismo Duharte Jiménez que la emigración catalana fue predominante, con una gran influencia en la música coral de cuyas raíces bebieron nuestros maestros y  de mucho arraigo aquí.
“África, por otra parte, hizo un aporte definitivo, desde Juan Cortés, el negro esclavo de Hernán Cortés, que posiblemente haya participado en la fundación de la villa, hasta los miles de africanos que introdujeron los dueños de hatos, corrales y trapiches; los concesionarios de la mina de cobre de Santiago del Prado y los dueños de las plantaciones de café y azúcar. Este diálogo entre África y Santiago durante aproximadamente 358 años, explica la existencia en la ciudad de una significativa población negra y mulata; así como el aliento africano de su folclor, el carnaval y las religiones populares”.
Valdría la pena preguntarse, sin embargo, qué es lo específico de la  contribución de esa área geográfica a la identidad cultural santiaguera, y el profesor acota: “Algunos estudios sobre las etnias africanas introducidas en la localidad  muestran un porcentaje significativo de los esclavos traídos para laborar en el café, el azúcar y el cobre, que pertenecían a la familia bantú, y dentro de esta a los congos, negros que tuvieron fama en el Caribe colonial por ser muy alegres y joviales. De suerte que quizás del congo  nos llegó un poco de la alegría de vivir que caracteriza al santiaguero, de lo proclive que es a hacer de la existencia una fiesta. La herencia conga también marca el río de misterio y magia que desde hace siglos circula por las arterias de los barrios del Santiago de Cuba profundo”.
La alegría un poco irresponsable, la escasa inquietud por el porvenir del congo, se mezcló aquí con la laboriosidad catalana y su proverbial “tacañería”, expresión de una sobredimensionada preocupación por el futuro. Esta curiosa fusión pudiera ser garante de algunos rasgos importantes de la personalidad cultural del santiaguero, según subraya quien ha dedicado parte de su vida a desentrañar estos asuntos y ha impartido conferencias y seminarios en universidades de México, España, Alemania, Estados Unidos, Francia, Puerto Rico y Surinán.
“Con el tiempo otros ingredientes fueron enriqueciendo el caldo cultural local. Los franceses, que arrojaron la gran  cimarronada haitiana de fines del siglo XVIII, impactaron fuertemente a Santiago de Cuba, acelerando el tránsito  de la economía hacendística a la de plantaciones, y dando un vuelco total a la región. Ellos modernizaron la ciudad e inundaron la región de esclavos africanos para trabajar en los cafetales; de hecho, puede hablarse en rigor en Santiago antes y después de su llegada”.
¿Influyeron los franceses en la personalidad del santiaguero? “La respuesta a esa pregunta no ha sido ni siquiera intentada, pero lo real es que si hubiesen  arribado cien años antes o cien años después, no podrían haber tenido una señal tan profunda en la comunidad. Penetraron precisamente en el momento en que estaba en proceso de cristalización la identidad local, lo cual hace probable que exista alguna nota  francesa en la sinfonía santiaguera.
“Su presencia  es prácticamente única; ocuparon barrios como El Tivolí y desarrollaron un papel importante en la cultura hasta  en la manera de vestir, introdujeron por primera vez el teatro y nuevas formas de recreación con el café concert, influyeron en los modales, en la educación, en la alimentación”.
Otras circunstancias específicas de la historia local pudieran haber influido en la concreción de ciertos rasgos de la personalidad del santiaguero: La legendaria imagen de este como valiente luchador, que muchos suponen  en las hazañas de la División Cuba, las glorias de la familia Maceo-Grajales o la célebre invasión a occidente.
Ese sentimiento alcanzaría su expresión política con las guerras contra el colonialismo español, de las cuales Santiago de Cuba fue un decisivo escenario y los santiagueros actores protagónicos. Obviamente, la leyenda de la tierra rebelde y heroica continuó alimentándose en la época contemporánea, al convertirse la ciudad y sus montañas en bastiones de la lucha armada contra la tiranía de Batista.
Las  últimas obras de nuestro entrevistado: Santiago de Cuba y África: un diálogo en el tiempo (2001), Pensar el Pasado. Ensayos sobre la historia de Santiago de Cuba (2006) y Lo real maravilloso – santiaguero (2009) son verdaderas revelaciones en torno al acontecer de la ciudad  y la actuación de los pobladores de una región que durante muchos años  fuera percibida como casa de los padres fundadores,  como tierra de los mejores carnavales, de gente alegre, valiente y hospitalaria.
El mar, las montañas, los terremotos, los ciclones y el calor, continuarán influyendo sobre el santiaguero; su historia y su cultura seguirán siendo su gran capital, de manera que el rostro del Santiago de Cuba del futuro dependerá del desarrollo de las tendencias sociales que hoy marcan su presente alentador.
Y para que lo conozcan mejor el hombre y la mujer común que lo habitan y lo enaltecen,  Duharte Jiménez no se ha quedado con los brazos cruzados, hace casi un lustro escribe y conduce el programa de TV: La historia y sus protagonistas, bajo la dirección de Roberto Rivero, teniendo en cuenta que en nuestro tiempo el audiovisual llega a las grandes masas con un poder incalculable.
“Constituye una transmisión bien pensada para mostrarle al santiaguero  toda la riqueza de la historia de su cultura, avalada por el criterio de más de 300 especialistas  entrevistados que han explicado al gran público sobre la trascendencia y acervo que atesora la urbe, en 157 programas acerca de temas históricos y personalidades”.
Está optimista el investigador, pues ahora el Canal Educativo 2 también lo está exhibiendo los viernes a las 7:30 p.m. con lo cual se cumple otra importante función: darle la verdadera imagen del santiaguero al país, una forma de contrarrestar el criterio negativo del oriental del cual se han hecho eco muchos medios de comunicación nacionales como la radio y la televisión.



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