martes, 18 de junio de 2013

“Lo embrujé cantando”


Hace hoy seis años que Cuba perdió físicamente a la combatiente revolucionaria Vilma Espín, esa cubana extraordinaria que fundó y creó en la Revolución como una virtud excepcional, que sigue viva en el recuerdo y en el corazón del pueblo y, especialmente, en su tierra natal Santiago de Cuba donde su impronta está a cada paso. Para homenajearla no hay más que ser fieles herederos de su legado y que las nuevas generaciones conozcan de su ejemplar vida y fecunda obra. Les regalo este testimonio que forma parte de una entrevista a la Heroína, de Nirma Acosta.

En el Segundo Frente, la neblina era espesa desde el atardecer hasta las nueve de la mañana del otro día; eso les facilitaba moverse. Hasta los árboles y los bichos del monte cooperaban. Cuando el jeep de los rebeldes se acercaba, los curujeyes enviaban mensajes en las alas de las mariposas; ellas les acompañaban hasta el final del camino en señal de buen augurio. El trino de los pájaros interpretaba una de esas canciones que solo se saben las avecillas de la Sierra. El sol tallaba los árboles. Déborah tenía 28 y aún no conocía el amor.
“A esa edad no había tenido novio; puede que los más jóvenes no me crean, pero fue así. Era muy seria. Mis compañeros me protegían mucho y con el tiempo me convertí en la chaperona de algunos de ellos. Los mismos que antes me cuidaban demasiado empezaron a sugerir que me apurara, no fuera a ser que quedara soltera, pero siempre pensé que eso no era cosa de apuro. Algunos decían que estaba esperando a un príncipe azul montado en un caballo blanco”.
Y llegó, con su traje verdeolivo y un puñado de sueños para compartir aquella guerra y todo lo que vino después.
“Raúl dice que lo embrujé cantando. Yo interpretaba viejas canciones cubanas que a él le gustaban mucho. Recuerdo que prefería aquella que dice: ‘dame un beso y olvida que me has besado; yo te ofrezco la vida si me la pides; que si llego a besarte como he soñado ha de ser imposible que tú me olvides…’ A él le encantaba esa canción.”
“Como yo nunca me había enamorado, no sabía qué era estar enamorada. Además me preocupaba que podía hacerle daño a Raúl, pues todos se daban cuenta de lo que él sentía, pero yo no estaba segura. Aunque era jaranero, conmigo siempre fue muy correcto, y serio. Mi mamá estuvo una vez con nosotros en el campamento y me preguntaba si no había alguien… Ella estaba loca porque yo me casara, para tener nietos pronto, pero no me decidía. Además, pensé: ¿bebés en medio de la lucha? ¡Qué va!”
La incertidumbre no duró mucho tiempo; era la etapa final de aquella cruzada. Déborah y Raúl seguían compartiendo las tensiones de la guerra. No tenía sentido esperar al triunfo. Todos se daban cuenta de la similitud de aquellas almas, de la necesidad de trabajar, conversar, cantar y hasta reír juntos. Todos menos ellos, hasta un día…
“Entró a mi cuarto, allá en la comandancia del Segundo Frente, y recuerdo que conversamos sobre un cargamento de armas y ropas que habíamos recibido. De pronto, recostó su cabeza a mi hombro… yo, extrañada, indagué:
- ¿Qué pasa?
- Nosotros estamos enamorados, dijo.
- ¿Y tú cómo lo sabes?
- ¡Ah! Pero, ¿tú no lo sabes?
- Yo, no.
“Nos reímos; conversamos y desde entonces, comenzó el noviazgo. La Revolución triunfó el primero de enero de 1959 y el 26 de ese mismo mes y año nos casamos en el Rancho Club de Santiago de Cuba; a los dos días nos mandaron a buscar de La Habana.”
Pero ella siguió pensando en su querida ciudad, guardó para siempre aquellos recuerdos de su casa de San Gerónimo donde nadie se atrevía a faltar al almuerzo del domingo cuando los Espín Guillois reunían a la familia. Cualquier momento era bueno para conversar de todos los temas. Así crió a sus hijos y enseñó a sus nietos. “Raúl dice que son míos… y está bien, son míos, y de él, pero son míos.”
No dejó de ser tierna e intrépida. Ella misma comentaba sobre el placer que le producían el retorno a las viejas canciones cubanas cada vez que el trabajo le daba un resquicio, o los olores de la naturaleza, o disfrutar del verde de un jardín o un huerto escolar. Prometió dejar para otro momento anécdotas de aquellos tiempos en los que, a veces, jugarse la vida parecía una fiesta; pero aquella muchacha de cabellera lacia, dulce y enérgica como sus compañeros la recuerdan, se despidió esta tarde de lunes 18 de junio en La Habana. Le acompañaron su familia y el cariño de la gente común y corriente de su pueblo. Le seguirán siendo fieles las batallas cotidianas, los zunzunes de la montaña y el manto de florecillas rojas del Segundo Frente; allí, donde se jugó la vida y conoció el amor en plena lucha guerrillera, volverá a reunirse con sus camaradas de entonces. Hasta el último instante conservó para todos los que le conocieron el rostro feliz y sereno como el mejor trofeo de una vida que también le obsequió cuatro hijos y ocho nietos. Cuando miraba atrás, agradecía el privilegio que le concedió este tiempo: “A pesar de los que no están, de los momentos más difíciles y de todo lo que nos queda aún por emprender, me siento satisfecha”.

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