Magaly Zamora Morejón
Corrupción, palabra maldita que algunos
prefieren pronunciar en voz baja o sustituir por otras de menor fetidez moral
como indisciplina, negligencia o descontrol.
Actitud indecorosa
que como la lava ardiente va cubriendo
todo a su paso y se cuela por debajo de la puerta de climatizadas
oficinas, sube en elevadores hasta los pisos más altos de encumbrados
edificios, viaja en autos de lujo, se hospeda en hoteles de alta categoría y no
distingue esferas, sectores, ni avales personales.
Punta de un iceberg
que se sustenta en la falta de exigencia, el egoísmo, el afán de lucro, de poseer y ostentar por encima de los demás
y sobre todo de la pérdida de valores como
la honestidad y la honradez.
La historia recoge
numerosos ejemplos del daño que puede ocasionar
un jefe militar, un político, un empresario o hasta el más simple de los
individuos cuando es capaz de vender su alma al diablo y traicionar la confianza y la responsabilidad que le han sido
asignadas.
Cuba no escapa a
tales hechos, a pesar de la educación impartida, desde edades tempranas a sus
ciudadanos, basada en principios de integridad moral.
Resaltaron en su
momento casos como el de la empresa niquelífera, el de Cubana de Aviación y las
comunicaciones, reflejados en la prensa
y que envolvieron también, en casi todos los casos a empresarios extranjeros
como principales agentes de soborno.
Más recientemente,
el Noticiero de la Televisión se hizo eco de los hechos ocurridos en las
actividades relacionadas con la perforación y extracción de petróleo y los
cuantiosos daños ocasionados a la economía.
Habría que
preguntarse por qué fallan tan a menudo los sistemas de control y supervisión a
nivel de empresas y organismos y hasta incluso pasan inadvertidos para las
auditorias los desvíos de recursos, las apropiaciones indebidas y la venta
ilícita de propiedades estatales.
Este mal parece
extenderse cual metástasis a las más diversas esferas, pero más que hacer la
autopsia de los expedientes ya cerrados,
vale la pena analizar qué condiciones propician la proliferación de actitudes
negativas en el comportamiento de los cuadros administrativos y qué hacer para
prevenir tales desafueros.
Un país bloqueado,
que ha sobrevivido a extraordinarias presiones internacionales y a incontables
pruebas internas, no ha vendido uno sólo de sus principios y ha sabido cortar
de raíz cualquier atisbo de corrupción a precios extremadamente dolorosos.
Sin embargo, ¿de
qué serviría todo eso si dejara que ahora, el delito económico carcomiera como
el comején, el tronco que sostiene el sistema político de la nación?
¿Qué ejemplo
estaremos dando si tiramos por la borda tantos años de igualdad social para
terminar asumiendo posiciones liberales, donde tengamos que ofrecer por la
izquierda alguna prebenda para recibir algo que por derecho nos
corresponde?
¿Cuál será el
futuro que nos espera si cada quien dispone de los recursos de su empresa para su
uso particular o para venderlos y engrosar su capital?
No vivimos en una
burbuja y las influencias del mundo exterior son asimiladas de maneras
diferentes por los ciudadanos, que en muchos casos no se resignan a vivir de
manera sencilla y tratan de solventar sus desmedidas ambiciones a costa del
Estado.
Solamente una
sólida formación moral unida al control y fiscalización adecuada en cada puesto
laboral puede prevenirnos de caer en la tentación o ponerle freno a tiempo a lo
que a veces comienza para satisfacer una
necesidad perentoria y termina en la actitud desfachatada del que se cree
intocable y por encima de los demás.
Hay que tener valor
para conformarse con las escasas opciones que permite el salario y explicarle a
la familia que los recursos que manejamos no nos pertenecen, mientras el vecino que apenas acaba de ocupar un cargo
comienza rápidamente a cambiar su modo de vida y su conducta .
No hay mayor gloria
que el alma que está contenta de sí, dijo José Martí, el más universal de los
cubanos, que con los zapatos raidos, fue
incapaz de tocar un centavo de las contribuciones recogidas para organizar la
Revolución.
Preservar esa
gloria que se ha vivido es un compromiso de cada cubano tanto con los héroes
que labraron el camino hasta aquí como con las generaciones que vendrán. Está
en juego el prestigio y la existencia misma de la Revolución y no se trata de
sálvese quien pueda, sino de salvarnos todos de la deshonra y de la condena de
la Historia.
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