María Elena Alvarez
Del bloqueo no
escapa ningún cubano. No importan edad, sexo, raza, posición social, nivel de
instrucción, credo religioso ni filiación política.
Cuba no exagera
cuando habla de genocidio. El bloqueo económico, comercial y financiero
impuesto por el gobierno de Estados Unidos desde hace más de medio siglo,
apunta implacable contra todos.
Tanto tiempo lo ha
convertido en parte de nuestras vidas. Millones no conocemos otra manera de
existir que bajo ese cerco, y más incalculables que los daños, son los
prodigios que hemos hecho para resistir y burlarlo, para abrirnos camino y
dejar al Imperio con las ganas de acabar con la Revolución, de matarnos o
rendirnos por hambre y enfermedades.
¿Efectos? Sería
imposible enumerarlos todos, pero están a la vista, a toda hora, en cualquier
parte, hasta en la psiquis del cubano, como una flagrante y sistemática
violación de cualesquiera de sus derechos, incluso los más elementales para un
ser humano, como la alimentación y la salud.
Igual, en
educación, golpes y secuelas son masivos, nadie está a salvo, y no podría ser
de otro modo.
En un país como
Cuba, con ese derecho plenamente conquistado -y donde, por demás, la enseñanza
es obligatoria hasta terminar el nivel medio-, está claro que por la escuela
pasamos todos y de la escuela jamás nos despedimos del todo, bien porque una
vez graduados seguimos superándonos, o porque tenemos siempre en las aulas a alguien
cercano y querido.
Desde la cruzada
alfabetizadora en 1961, experiencias y logros han convertido a la Antilla Mayor
en referente a nivel mundial sobre qué hacer y cómo trabajar en aras de una
educación de calidad y al alcance de todos los ciudadanos.
Muy a pesar del
bloqueo esa conquista está ahí y la compartimos con otros pueblos.
Lo que sí se
resiente y afecta es la calidad de la educación, porque sin escuela ni maestro
no se ha quedado un niño en estos años, pero cuánto más hubiese podido
invertir, adquirir y progresar el país, constituyen preguntas que
inevitablemente nos hacemos.
La gran secuela son
esas carencias cotidianas que afectan el proceso de aprendizaje, investigación
y la labor científica de alumnos y profesores, y eso consta en el Informe de
Cuba sobre la Resolución 69/5 de la Asamblea General de la ONU “Necesidad de
poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados
Unidos de América contra Cuba”.
El texto es bien
claro: “Las principales afectaciones reportadas en el sector de la Educación
están determinadas por el pago de abultadas tarifas por concepto de flete para
la transportación de los productos adquiridos en mercados lejanos, la falta o
insuficiencia de algunos medios y recursos de enseñanza para la docencia y la
investigación debido a sus costos más elevados en otros mercados, el acceso
limitado a información científica y a herramientas informáticas necesarias para
la producción de multimedias educativas, y los obstáculos para recibir los
pagos por los servicios profesionales que se brindan en el extranjero”.
Cerca de dos
millones de dólares tuvo que gastar el Ministerio de Educación solo en el
traslado de contenedores con insumos desde lejanos territorios. Poder
adquirirlos en el sur de EE.UU. hubiese reducido, no solo la distancia, sino
también el costo del flete y el monto de lo erogado por esas importaciones nada
menos que en 39,72 por ciento.
Digámoslo de modo
que se entienda. Con el dinero que hubo que desembolsar y se perdió por
concepto de lejanía y pago de fletes, era perfectamente posible dotar a 162
círculos infantiles de medios didácticos muy necesarios, pero en la vida real
solo 60 recibieron esos útiles. ¡De 162, apenas 60!
Y, en este punto,
vale recordar que, además de encarecer el pago por concepto de flete, la
distancia geográfica obliga a almacenar las mercancías, a veces durante largos
meses, con la lógica depreciación y los gastos que implica, eso sin hablar del
deterioro, las pérdidas, los pagos adicionales y otros males derivados.
He aquí
apenas un ejemplo. ¿Cuánto más podría avanzar la educación cubana sin el
bloqueo? Es una pregunta tan buena como ¿cuánto más podría avanzar Cuba? Y no
hay que ir a la universidad para saber qué es lo que sus enemigos tratan de
impedir a toda costa. Denunciar esta criminal política, enfrentar esta amenaza
de muerte colectiva, no es un capricho. Y no nos cansaremos de denunciar ni de
luchar.
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