Aída Quintero Dip
La santiaguera Ana Martínez Fuentes parecía una virgen vestida de blanco el día que celebró sus 106 años de vivir en esta tierra hermosa, su terruño, el cual, según confesiones, le da fuerzas para seguir recibiendo el cariño de tantas personas que la respetan y la miman.
Durante una linda mañana del pasado septiembre de 2015, y bajo los influjos de un sol ardiente, festejó el cumpleaños en su casita de la calle Pizarro número 203, en el reparto Flores, de la ciudad de Santiago de Cuba, donde hay otros centenarios como ella que gozan de una existencia plena.
Nació en 1909 esta enérgica mujer y sus padres la nombraron Ana. Todos la llaman así, excepto Celia, otra dulce santiaguera que explica con mucho orgullo que es ella la mejor amiga de “Nena”, como prefiere decirle.
“De joven Nena siempre fue cariñosa, y ahora también, alegre, muy activa y conversaba todas las noches conmigo hasta que su esposo regresaba del trabajo. Adora los danzones, que antes escuchaba en una radio grande que él le regaló.
“Ella es mi madrina y amiga, aunque yo la amo como a una madre y sé que ella también me quiere como a una hija”.
Entre el grupo de amigos, familiares y vecinos que le regalaron una fiesta de cariño inolvidable, para festejar sus 106 años, Ana sonríe para expresar que lo único que le molesta es la pierna, pues ya no le permite caminar como antes.
Su sobrina-nieta, Lidia, refiere: “Mi tía fue una mujer muy elegante y vestía con pamelas, finas carteras y tacones altos. También siente adoración por los niños y recuerdo que con frecuencia hacía arroz con leche y helados, y cada Día de la Santa Ana nos ofrecía unas celebraciones divinas.
“Siempre estaba alegre, cuidando de sus plantas que eran parte de sus distracciones favoritas, aunque se duele de la mata de mango que ya no pare mucho; siempre alegre, hasta aquella triste desgracia…”, rememora Lidia.
Para la longeva, el golpe más intenso de su vida lo tuvo en 1979 con la pérdida de su única hija Ana Caridad, quien se convirtió en mártir de la nación cubana, mientras cumplía misión internacionalista como profesora en la República de Angola, al morir, junto a otros cuatro compatriotas, en un jeep que contactó suelo minado.
“Yo no sabía cómo darle la noticia a Nena, recuerda Celia. Fue muy doloroso, ya que ellas eran muy apegadas. Se complacía en compartir los ideales de su hija, quien fue combatiente de la Revolución Cubana… y por eso Nena cosía los brazaletes del Movimiento 26 de Julio para entregárselos a Anita que estaba ligada a la causa.
Ana sufrió esa gran pérdida, es cierto, más hoy tiene el privilegio de estar rodeada de personas que le ofrecen amor, la cuidan y le proporcionan una vejez tranquila y plena, realidad que no es exclusiva, porque se va arraigando en torno a los ancianos que honran la geografía santiaguera.
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