Leydis Tassé Magaña
Cuando en la década de 1980 se creó la Casa del Caribe en la ciudad de Santiago de Cuba, no imaginaba el escritor, ensayista e historiador Joel James Figarola, su promotor y director por varios años, la trascendencia de aquel hecho para los pueblos de la región.
Tampoco sospechaban otros de sus fundadores -en su mayoría artistas e intelectuales- el alcance de esa institución, que ha legitimado y exaltado desde fundamentos académicos las prácticas de gente valiosa y humilde a lo largo y ancho de un área geográfica históricamente marginada.
Y es que con eventos, publicaciones periódicas y otras acciones, la Casa del Caribe ha enaltecido las vivencias cotidianas de hermanos de otras naciones, experiencias que van desde un baile y canto típicos, toques de tambor, hasta la invocación a los santos a los que una vez rogaron sus abuelos.
Ese sitio es único de su tipo en Cuba, al integrar proyectos de investigación que promueven los valores autóctonos de la Cultura Popular Tradicional (CPT) y los Sistemas Mágicos Religiosos, e incentivar el estudio de la historia y la cultura caribeñas, además de las formas de manifestarse en la Isla.
Diversas son las actividades que cada año desarrolla el centro, pero el foro de mayor convocatoria es el Festival del Caribe, surgido en abril de 1981 como Primer Festival de las Artes Escénicas de Origen Caribeño y celebrado ininterrumpidamente durante 35 años.
Conocido también como Fiesta del Fuego, la cita reúne cada año, en la primera semana de julio, a delegaciones de artistas, investigadores y grupos portadores de la región y otras zonas, quienes dan vida a uno de los eventos de CPT más reconocidos en el orbe.
Ha contado con la participación de grandes figuras del Caribe hispano parlante, de lengua inglesa y francófona, como el literato colombiano Gabriel García Márquez, el escritor barbadense George Lamming, el político dominicano Juan Bosch y la actriz británico-estadounidense Geraldine Chaplin.
El respeto a las creaciones populares y la exaltación de los valores de los hombres y mujeres comunes como dueños legítimos de su patrimonio, han sido principios de esa fiesta, que ha tenido asistentes de lugares tan lejanos al Caribe como Dinamarca, Japón, Australia, Holanda, Israel y Hungría.
Según sus organizadores, la cifra promedio de participación es de 600 artistas caribeños junto a más de un millar de artistas cubanos, cuantías que se multiplicaron cuando del tres al nueve de julio de 2007, durante la edición 27, llegaron a la urbe indómita unos mil foráneos procedentes de 25 países.
Estaba entonces dedicado el festival a la Cultura Popular Dominicana.
En la edición 36, de este año en igual fecha, la celebración estará consagrada a la CPT de la República de Ecuador.
Orlando Vergés, actual director de la Casa del Caribe, señaló la importancia del homenaje a un Estado multicultural y plurinacional, con reconocidos aportes a la identidad caribeña a partir de su mestizaje, al tiempo que expresó la solidaridad del Comité Organizador por el terremoto de abril pasado.
La labor de la Casa del Caribe y su festival trascienden sus objetivos fundacionales, pues han devenido herramientas de descolonización cultural y política, y espacios en contra de la hegemonía disfrazada de las “buenas intenciones” de países poderosos para los más desfavorecidos.
Apelando al martiano axioma de la cultura como fundamento de la libertad, podría decirse que ambos nos han hecho un poco más libres.
Libres de quienes pretenden apagar el espíritu indomable de los caribeños, que con o sin religión, se levantan cada día pidiendo que llegue todo lo mejor a una zona geográfica no pocas veces invisibilizada, que para beneplácito de quienes la aman, tiene y mantendrá su Casa y su festival en Santiago de Cuba.
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