Yasel Toledo Garnache
Era 11 de enero de
1980. La tristeza iba de un extremo a otro de Cuba. Una palabra retumbaba en
las entrañas de muchos: muerte. ¡No puede ser! ¡Eso es imposible!, decían
algunos tras un manto de incredulidad o resistencia ante la noticia, el dolor.
Celia, la Heroína,
la amiga, la guerrillera, la joven inquieta que caminó por los actuales
municipios de Media Luna, Pilón, Manzanillo…, que puso la escultura de José
Martí casi entre las nubes, en la cima del Turquino.
La joven que más
tarde volvió a las montañas para vestirse de guerrillera, la mujer amorosa, con
importantes cargos después de 1959, la Norma, Carmen, Liliana y Caridad de la
lucha clandestina, falleció a las 11: 50 de la mañana de aquel viernes.
El cáncer en los
pulmones, detectado tres años antes, fue su más difícil enemigo.
La estirpe de ella,
el compromiso con los humildes, travesuras infantiles y singularidad espiritual
perduran con la sensación de inmortal presencia.
Recuerdo mis
primeras visitas a su casa natal, actual museo, en Media Luna. Me detenía ante
cada foto y otros objetos, algunos de los cuales pertenecieron a ella.
Imaginaba a la
niña, a la bella joven, a la mujer excepcional y me sentía más orgulloso por
haber nacido en el mismo territorio donde ella en 1920.
Mi mamá, admiradora
de Sánchez Manduley, una de las más fieles ayudantes de Fidel Castro, me
contaba que ella tenía la esperanza de que yo naciera en la misma fecha de la
heroína, nueve de mayo, aunque con una diferencia de 70 años, y casi el deseo
se convirtió en realidad, pero salí a la luz apenas unas horas antes, la noche
anterior.
Cuando niño, muchas
personas mayores me hablaban de ella y su amabilidad, de su interés en ayudar
siempre al pueblo, como una hermana grande o una madre que deseaba siempre el
bien.
Casi todas las
mañanas, cuando yo iba hacia la escuela secundaria básica, pasaba frente al
museo, lo miraba, y seguía.
Escuché anécdotas,
leí artículos y libros sobre ella, y así me formé como mejor revolucionario,
uno que será siempre fiel a su ejemplo y a las esencias de la nación.
La sede
universitaria donde estudié, en Holguín, tiene su nombre y ese era y es otro
motivo de orgullo, por eso me esforzaba más en el aula, en los eventos
estudiantiles, en la Radio Base… y en cualquier tarea, algo que todavía hago
con pasión.
Celia era también
hermosa y juguetona, amante del cigarro y el café, del mamoncillo, la ciruela
criolla, el tamarindo y el mango.
En Granma, provincia
de gran historia, donde vivió y soñó, gravitan su imagen y acciones como
símbolos de valor, inteligencia y capacidad organizativa.
Ella vive como flor
autóctona que crece con cada triunfo, reto y gesto solidario. Su ejemplo de
mujer, cubana, luchadora, martiana, fidelista y comunista camina en la
eternidad.
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