Marta Gómez Ferrals
Cuando entró en La Habana, el ocho de enero de
1959, más de mil kilómetros había recorrido de manera triunfal la Caravana de
la Libertad, liderada por el joven Comandante en Jefe Fidel Castro, tras su
partida de Santiago de Cuba en la madrugada del día dos del propio mes.
Fue por la barriada
popular del Cotorro por donde se produjo el primer contacto con los
capitalinos. Allí lo esperaban su hijo Fidelito, con quien Fidel se fundió en
un abrazo, y el Comandante Juan Almeida.
A la altura de la
afamada Virgen del Camino se incorporó al recorrido Camilo Cienfuegos, quien,
al igual que el Che Guevara, había adelantado su entrada a La Habana, por
órdenes de Fidel, tras la exitosa campaña de Oriente a Occidente, decisiva en
el curso de la guerra liberadora.
Los combatientes
rebeldes movilizados con Fidel, entre ellos unos tres mil guajiros fogueados en
la lucha, recibieron en la gran ciudad las masivas muestras de cariño y alegría
que en el resto de las localidades y poblados del país por donde habían pasado
en días anteriores.
Pasaron frente al
Castillo de Atarés, los elevados del ferrocarril y la planta eléctrica de
Tallapiedra.
Un momento de
singular impacto se produjo cerca de la
sede de la Marina de Guerra, porque cuando apareció el yate Granma,
atado al muelle, Fidel bajó del vehículo en el cual iba y subió a la
embarcación, en medio de un enjambre de combatientes rebeldes.
Después de ese
punto la caravana se desvió por la
Avenida de Las Misiones, rumbo al Palacio Presidencial, desde donde habló al
pueblo en la terraza del ala norte de la edificación.
Pero la ruta de la
Libertad continuó por el Malecón y enfiló hacia la céntrica Calle 23, en la
cual se detuvo Fidel en Radiocentro para dialogar con algunos artistas, y luego
prosiguió con rumbo oeste hacia Marianao.
Por la noche, y hasta horas de la madrugada
del día nueve de enero, el líder de la Revolución cubana volvió a hablar al
pueblo en los predios del antiguo campamento militar de Columbia, convertido
después en Ciudad Escolar Libertad.
"Se ha andado
un trecho, quizás un paso de avance considerable. Aquí estamos en la capital,
aquí estamos en Columbia, parecen victoriosas las fuerzas revolucionarias; el
gobierno está constituido, reconocido por numerosos países del mundo, al
parecer se ha conquistado la paz; y, sin embargo, no debemos estar optimistas.
“Mientras el pueblo
reía hoy, mientras el pueblo se alegraba, nosotros nos preocupábamos; y
mientras más extraordinaria era la multitud que acudía a recibirnos, y mientras
más extraordinario era el júbilo del pueblo, más grande era nuestra
preocupación, porque más grande era también nuestra responsabilidad ante la
historia y ante el pueblo de Cuba".
La estatura moral del líder revolucionario,
su excepcional visión política y estratégica, lo llamaron a hablar como siempre
le hablaría al pueblo, desde la verdad y el compromiso.
Así alertó a los
buenos cubanos congratulados con el triunfo, con inmensa alegría y esperanza
acerca de lo mucho por hacer todavía y sobre lo cierto de que, lo más difícil,
seguramente estaría por venir a partir de entonces.
El ya conocía bien
a los poderosos enemigos de los pueblos, la equidad y la justicia social en el
continente y en el planeta.
Desde fines de la
guerra liberadora que tras la ofensiva final del Ejército Rebelde - encabezado por él-
derrotó a las huestes batistianas, había deshecho una conjura enemiga que
intentó frustrar a última hora el éxito de la Revolución.
El acuerdo
entablado entre el Ejército Rebelde, a punto de vencer, y el general batistiano
Eulogio Cantillo, de deponer las armas y entregar a Batista y los criminales de
guerra, fue burlado por el militar en contubernio con el gobierno
estadounidense.
Fue entonces cuando el primero de enero de 1959
Fidel lanzó la consigna de “Revolución sí, golpe de Estado no”, al comprobar
las verdaderas intenciones del general, y se finalizaron los pasos decisivos
que concretaron la victoria.
De modo que Fidel
sabía muy bien de lo que hablaba cuando se refería a las dificultades y
peligros en ciernes. También, cuando insistió en la necesaria unidad de las
organizaciones revolucionarias, y en el reconocimiento de la enorme fuerza y
potencial latentes en el pueblo, más invencible que el mejor de los ejércitos.
Fue una noche casi
mágica, que muchos de los presentes vieron llena de buenas señales, como la de
las palomas blancas posadas en su hombro y el surgimiento de la entrañable
frase de: “¿Voy bien, Camilo”?, tan recordada.
Los buenos augurios
se cumplieron con los logros y momentos luminosos y de gloria vividos en 58
años.
Pero la premonición
dicha también aquella noche de la Revolución temprana, y recordada por el
presidente Raúl Castro en la pasada sesión de la Asamblea Nacional, hoy también
sobrecoge.
Fue cuando dijo que
una muchedumbre tan inmensa como aquella solo volvería ocurrir el día de sus
exequias, cuando lo llevaran a la tumba, y ello sería porque nunca defraudaría
al pueblo.
Tuvo razón, como
siempre, el Comandante.
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