domingo, 1 de enero de 2017

Un Primero de Enero desde Santiago y con Fidel



Leydis Tassé Magaña
El reloj no se detiene, el 2016 ya casi será un recuerdo, para muchos de logros y alegrías, para otros de tristezas solo curables con el tiempo, pero independientemente de las circunstancias, los cubanos no se estancan, menos los santiagueros que, con sabor humano único, hacen de cada fin de año una oportunidad para comenzar la vida.


Amanece en esta oriental ciudad y no se frena el ir de venir de la gente con los habituales “Felicidades”, “Salud” y “Prosperidad” entre sus labios, acompañados de una sonrisa.
Muchos ultiman los preparativos para que el aroma a lechón asado –ya sea entero o en un suculento pernil- no falte en casa, otros preparan la ropa con la que recibirán el 2017, y algunos, quizás, aseguran el coco que tirarán marcadas las 12 de la noche del 31 de diciembre para “romper lo malo” y “abrir los caminos”.
No obstante, más allá de las costumbres en cada hogar, un punto en común es la espera del año nuevo con optimismo, esperanza y fe en el futuro.
Pero como mismo hay alegrías compartidas, hay también tristezas, Cuba lo sabe, y al igual que en tantos puntos de la ínsula, aún en la ciudad de Santiago de Cuba se siente un vacío este fin de año, porque Fidel ya no está.
Cuando desde la radio o la televisión se escuche el Himno Nacional marcando la medianoche, y todo lo alegórico al aniversario 58 del triunfo de la Revolución, innumerables pensamientos en esos primeros segundos del Primero de Enero serán para el Comandante en Jefe.
Resultará la primera celebración de la fecha sin él, pero no menos emotiva, porque ese triunfo lleva su nombre y el de tantos héroes conocidos y anónimos cuya ofrenda para conquistar ese precioso sueño fue la sangre misma.
En el parque Céspedes, al festejar por 115 ocasión la Fiesta de la Bandera, no pocas miradas apuntarán hacia el balcón del Ayuntamiento donde la noche de aquella primera jornada de 1959, luego de los intentos del dictador Fulgencio Batista para sabotear el triunfo, Fidel dijo: ¡Al fin hemos llegado a Santiago!, y más tarde exclamó: ¡Ni ladrones, ni traidores, ni intervencionistas, esta vez sí que es una Revolución!
Y así ha sido durante este más de medio siglo: un torbellino de anhelos hechos realidad, un tsunami de humanismo, un terremoto de amor que ha removido el odio de quienes, a 90 millas y allende los mares, no conciben que una Isla pobre en recursos, pero con una riqueza moral y humana extraordinaria, sea dueña de sudestino.
Llegará el momento esperado la noche del día 31 para despedir el 2016 y Fidel estará en las casas de Cuba, en los ojos lacrimosos de quienes en ese instante recordarán su ausencia, en la nostalgia de los ancianos que una vez lo escucharon hablar en los predios del Ayuntamiento, en la risa de los pequeños que gracias a su obra tendrán un porvenir seguro y que mañana contarán a sus hijos las hazañas del líder.
El minutero no se detiene, se irá este año y la gente se abrazará, abrirá la botella de vino, cidra o del más puro ron cubano, y se deseará las mejores cosas.
Entonces, en medio de la algarabía, los besos y apretones de quienes amamos, en ese júbilo por abrazar un año más de existencia sobre este  planeta bendecido y a la vez convulso, en el cementerio Santa Ifigenia, cual natural cobertura para sagradas cenizas, resplandecerá la roca que desde el pasado cuatro de diciembre   -como alguien dijo por aquellos días-, parece que late.
Sé que desde allí, en silencio, pero en diálogo con la historia, Fidel recibirá junto a los cubanos esta nueva alborada de enero.
Advierto que desde las primeras horas del 2017 no faltará siquiera un revolucionario de Cuba o de cualquier pedacito del mundo para llevarle una flor.
Seguramente me equivoque, puede ser que en esa jornada, como ha sido desde que fue sembrado en Santiago, las visitas para Fidel, sean miles.
No será diferente con las flores. Yo, por lo menos, llevaré mi corazón y una rosa blanca. 

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