Intelectual cubano condena desfachatado irrespeto a José Martí
La Habana, 25 mar (ACN) Luis Toledo Sande califica de desfachatado irrespeto a José Martí una de las películas concebidas para la Muestra Joven, que desde 2001 auspicia el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic).
En Facebook, la productora del filme, que no pertenece al Icaic, ha difundido palabras suyas y un diálogo de la película, afirma el destacado intelectual en su artículo Balas ominosas contra José Martí, que hoy publica el diario Juventud Rebelde.
Precisamente la Presidencia del Icaic emitió días atrás una declaración en la que expresa su total rechazo al irrespeto hacia la figura del Héroe Nacional Cubano, José Martí, y a cualquier otro símbolo patrio.
Especialmente el diálogo es de una grosería a la que no había llegado ninguno de los más enconados detractores de Martí, y si algo revela no es precisamente agudeza conceptual ni tino artístico, lo que tampoco se aprecia en las palabras de la productora, añade Toledo Sande.
Nada tienen esos textos del rigor que se requiere para acercarse por cualquier camino a una figura de la relevancia histórica y afectiva que tiene el Apóstol, a quien nadie que se respete a sí mismo, o a sí misma, ultrajaría de ninguna manera, comenta.
“El irrespeto en que incurre el referido diálogo —en cuya difusión difícilmente quiera participar alguien que se respete— merece un rechazo que nada tiene que ver con normas como las implantadas en monarquías donde, imposición de autoridad por medio, se permite ser irrespetuoso con casi todo, pero no con la Corona, urgida de tal protección para acallar las críticas y reprobaciones, a menudo graves, que merece”, comenta.
El respeto que vale exigir para el tratamiento de Martí es el que él se ganó con su entrega a la lucha emancipadora, con la altura extraordinaria de su obra escrita y en actos, con su inquebrantable coherencia ética entre pensamiento, palabra y acción, y hasta con una fineza que sigue siendo ejemplar y convoca a seguirla.
Muy mal estaría el Icaic, o cualquier otra institución cultural del país, si cediera a la supuesta libertad de expresión válida para denigrar y poner en solfa los más altos valores e ideales de la patria, asegura.
Muy mal estaría la nación si, chantajeada por maniobras de sus enemigos —que nunca le perdonarán su decisión de no acatar las presiones con que han intentado aplastarla, empeño al cual no renuncian—, se amarrara las manos para no poner freno a lo que deba ser frenado. Muy mal estaría Cuba si el concepto de juventud se confundiera con el derecho a la irreverencia y a cometer actos de lesa patria.
Enemigos de la Revolución se han dado inútilmente a urdir falsedades con que simular que Martí les pertenece —es también una forma de afrenta, y no la más leve— o para tratar de mellar su filo revolucionario, cuando no para denigrarlo abiertamente, opina Toledo Sande.
Posiciones similares las han protagonizado quienes, incluso dentro del país en uno de los casos, se han desbocado tratando de reducir a Martí a la nada —de convertirlo en aire inútil, no el aire vital que él transmite como aliento a su pueblo— o acusándolo de hipócrita, racista, antiobrero y otras «maravillas».
Los promotores de tan dolosas maniobras, condenados al fracaso, siguen criterios «posmodernos» según los cuales la historia es un mero relato o simulacro, pero cuentan con que, si lograsen borrar a Martí, minarían gravemente los pilares históricos de Cuba.
Aunque se le venera justamente no solo en este país, resulta natural que aquí la veneración por Martí sea masiva y tenga la marca de lo sagrado, no en abstracto, sino en vínculo profundo con un proyecto de salvación nacional, expresa.
Eso mismo pudiera explicar que, al parecer, los mayores y más encarnizados insultos contra él los han lanzado unos poquísimos hijos de Cuba, incapaces de identificarse con el modo de significación directa que para cubanos y cubanas tiene la continuidad entre Martí y la Revolución, advierte.
De ahí el afán de quienes intentan desconocer la altura del héroe, con lo que, si algo revelan además de miseria política y moral, y conciencia de su propia frustración, es ignorancia, no una ignorancia cualquiera, sino voluntaria, que no se explica ni por deficiencias que pueda haber habido en la enseñanza de la historia, resalta.
Si es joven la Muestra en que los realizadores de la película aludida pretendían que esta se presentara, no es nueva la saña antimartiana de algunas personas nacidas en Cuba, y de otras. Y la juventud, si de arte e ideología se trata, lo es más por razones de esencia que cronológicas. Quien, estando a la altura de los tiempos, rechazaba a los neómanos desorientados, no alababa de preferencia a la juventud en sentido etario, sino a la que viene de abrazar lo fundacional nuevo.
Para hablar del ímpetu con que debía fomentarse en su tiempo el movimiento patriótico cubano, Martí se refirió a «los racimos gozosos de los pinos nuevos» que brotan por entre los troncos de un pinar quemado que había visto en su camino hacia Tampa, y exclamó: «¡Eso somos nosotros: pinos nuevos!».
En cuanto a Martí, sigue enérgico, vigente y fundador cuando ha pasado bastante más de un siglo de su caída en combate, y así continuará siendo. Acaso lo previó él mismo cuando, libre de soberbia y vanidad, vaticinó: «Mi verso crecerá: bajo la yerba/ Yo también creceré», a lo cual añadió algo que vale recordar aquí, aunque él no estuviera pensando en su grandeza personal, sino en la del universo: «¡Cobarde y ciego/ Quien del mundo magnífico murmura!».
Tuvo toda la autoridad moral para decir de sí mismo: «Y yo pasé sereno entre los viles», destacó al destacar la trascendencia de José Martí para el mundo.
lunes, 26 de marzo de 2018
Luz Vázquez y Moreno, la gentil bayamesa
Marta Gómez Ferrals
La vida de María de la Luz Vázquez y Moreno, inspiradora de la canción trovadoresca La bayamesa, de Céspedes, Fornaris y del Castillo (27 de marzo de 1851), fue real, aunque parezca salida de las páginas de una novela de amor en un siglo XIX que, aun en el recoleto pero pujante Bayamo, vivía la apoteosis del romanticismo irradiado desde Europa.
Los historiadores locales consignan 1831 como el año de su nacimiento. Pocos o ningún dato, recogidos en documentación oficial, existen para verificar las fechas exactas del día y mes natal, casamiento y muerte de esta mujer, proveniente de una familia de abolengo y conocida ya por sus coetáneos sencillamente como Luz. Pero en su ciudad natal hay toda una tradición oral y relatoría escrita que da cuenta de su vida ejemplar y nada anodina.
La destrucción de valiosos archivos de los fondos civiles y religiosos acompañó a la pérdida de cuantiosos bienes materiales provocados por la quema de la ciudad de Bayamo, de mano de sus propios habitantes, el 12 de enero de 1869. Los españoles solo encontraron las ruinas humeantes de la gloriosa urbe que había sido capital de la República en Armas desde el 20 de octubre de 1868.
Esto y los acontecimientos patrióticos en los que tomó parte activa junto a su familia, explican también la ausencia de alguna foto de Luz, al menos hasta el momento. Solo hay una pintura cuyo rostro se atribuye a la joven.
Volvamos a la madrugada del 27 de marzo de 1851 y a la mágica ventana de la casa señorial de la muy bella Luz Vázquez. Los amores contrariados entre ella y Francisco del Castillo Moreno, joven abogado y muy amigo de Carlos Manuel de Céspedes y del poeta bayamés José Fornaris, quienes, entre otros bisoños cultos como Perucho Figueredo, ya por entonces eran el alma de la Sociedad Filarmónica de la villa.
Se ha hablado de un relato escrito por Céspedes, al recordar cómo se creó la canción, que cita a Pancho Castillo como “el novio” desesperado por reconquistar el amor de Luz. Pero investigaciones acuciosas sobre el nacimiento de los hijos del matrimonio, que fueron siete, sugieren la posibilidad de que para esa fecha ellos estuvieran casados, aunque distanciados, pues la esposa se negaba a perdonar un desliz de su cónyuge.
Sea cual fuera su estado civil, el amante acude a sus amigos y les pide hacer una canción lo suficientemente hermosa y conmovedora para recibir el definitivo perdón. Fornaris se encargó del texto, Céspedes influye en este y pone la línea melódica y el tenor Carlos Pérez la canta finalmente, al compás de una guitarra, en la prodigiosa madrugada antes mentada.
No solo la bella y enamorada Luz, que perdonó arrobada sin remedio, sino todo el vecindario quedó pasmado ante la belleza e esa composición musical, posiblemente la más primorosa obra, junto a Longina, dedicada por la trova tradicional cubana a mujer alguna.
¿”No recuerdas, gentil bayamea/ que tú fuiste mi sol refulgente…?” comienza diciendo. Considerada la primera composición trovadoresca romántica cubana, rápidamente se popularizó en la villa y más tarde en el resto del país. Se sabe que los posteriores sucesos históricos de los cuales fue centro Bayamo, cambiaron su letra y nació un alter ego de contenido revolucionario, muy conocido entonces. La obra genuina, empero, se quedó.
¿Pero, qué fue de la vida de Luz? Suponen bien. En su casa creció, con la influencia de los amigos y correligionarios de su esposo, el sentimiento patriótico más acendrado y la voluntad de conspirar por la independencia. Muchos años después, abocados al grito y alzamiento por la independencia, su hija mayor, Adriana del Castillo, fue una ferviente activista de la causa emancipadora.
Adriana, la hija de Luz, es otra de las mujeres legendarias de esa ciudad. Dicen que su fervor revolucionario era casi místico y su osadía no conocía límites. Se atrevía a conspirar casi en las narices de las autoridades y hacía una labor proselitista incansable, entre los jóvenes, para sumarlos a la causa.
Francisco del Castillo murió un año antes del alzamiento. Cuando los insurrectos tomaron victoriosamente la ciudad el 20 de octubre de 1868, Luz abrió las puertas de su hogar a la revolución.
Desde su casa una orquesta tocaba las notas de la marcha patriótica que después fuera el Himno Nacional. Luz era hermana de Isabel Vázquez y Moreno, la esposa de Perucho Figueredo, autor de la música y letra.
Sus hijas Adriana, Lucila y Atala trabajaron como enfermeras durante la estancia del Ejército Libertador en la ciudad, junto a otras patriotas.
Cuando era inminente la caída de la ciudad en manos de los españoles nuevamente, Luz inició el incendio en su magnífica vivienda y marchó con sus hijos a la Sierra Maestra. Ya había perdido a dos varones antes de ese suceso.
Estuvo escondida junto a su familia en una humilde choza de madera y techo de ramas, en un intrincado punto de las montañas de Guisa. El 22 de enero de 1870 fueron capturadas por una patrulla española y llevadas a Bayamo.
Las penurias, la mala alimentación, el frío, la humedad, los vectores, había minado seriamente la salud de Adriana, que padecía tifus, y de Lucila, quien estaba tuberculosa. Fueron confinadas a las ruinas de su antigua vivienda y las obligaron a permanecer entre los restos carbonizados en la caballeriza, lo único que quedaba en pie. Adriana estaba muy grave y por ello las autoridades autorizaron la atención médica.
A la primera visita del galeno español, la joven se negó de plano a ser asistida y al segundo intento, la moribunda lo esperó de pie, junto a su lecho, cantando con sus últimas fuerzas las notas del Himno Nacional. Poco después, falleció. La moral inquebrantable de la hija no salió del aire.
Luz Vázquez y Moreno no la sobrevivió mucho tiempo. Dicen que ante un desmayo pasajero de su hija Lucila, también muy enferma, al pensar que ya había muerto, desesperada se quitó la vida. Los quebrantos y el dolor acabaron con su existencia, sin embargo, la gentil bayamesa sigue hoy más que nunca en el imaginario popular y en la inmortalidad de su canción.
Pero en tiempos en que jóvenes artistas como Annie Garcés, Diana Fuentes, David Blanco y Buena Fe han hecho magistrales y actualizadas interpretaciones del perdurable canto, lleno de valores como obra patrimonial, se sugiere también buscar la verdad sobre quién fue esta valerosa mujer de carne y hueso, más que bella y gentil. Luz lo merece.
La vida de María de la Luz Vázquez y Moreno, inspiradora de la canción trovadoresca La bayamesa, de Céspedes, Fornaris y del Castillo (27 de marzo de 1851), fue real, aunque parezca salida de las páginas de una novela de amor en un siglo XIX que, aun en el recoleto pero pujante Bayamo, vivía la apoteosis del romanticismo irradiado desde Europa.
Los historiadores locales consignan 1831 como el año de su nacimiento. Pocos o ningún dato, recogidos en documentación oficial, existen para verificar las fechas exactas del día y mes natal, casamiento y muerte de esta mujer, proveniente de una familia de abolengo y conocida ya por sus coetáneos sencillamente como Luz. Pero en su ciudad natal hay toda una tradición oral y relatoría escrita que da cuenta de su vida ejemplar y nada anodina.
La destrucción de valiosos archivos de los fondos civiles y religiosos acompañó a la pérdida de cuantiosos bienes materiales provocados por la quema de la ciudad de Bayamo, de mano de sus propios habitantes, el 12 de enero de 1869. Los españoles solo encontraron las ruinas humeantes de la gloriosa urbe que había sido capital de la República en Armas desde el 20 de octubre de 1868.
Esto y los acontecimientos patrióticos en los que tomó parte activa junto a su familia, explican también la ausencia de alguna foto de Luz, al menos hasta el momento. Solo hay una pintura cuyo rostro se atribuye a la joven.
Volvamos a la madrugada del 27 de marzo de 1851 y a la mágica ventana de la casa señorial de la muy bella Luz Vázquez. Los amores contrariados entre ella y Francisco del Castillo Moreno, joven abogado y muy amigo de Carlos Manuel de Céspedes y del poeta bayamés José Fornaris, quienes, entre otros bisoños cultos como Perucho Figueredo, ya por entonces eran el alma de la Sociedad Filarmónica de la villa.
Se ha hablado de un relato escrito por Céspedes, al recordar cómo se creó la canción, que cita a Pancho Castillo como “el novio” desesperado por reconquistar el amor de Luz. Pero investigaciones acuciosas sobre el nacimiento de los hijos del matrimonio, que fueron siete, sugieren la posibilidad de que para esa fecha ellos estuvieran casados, aunque distanciados, pues la esposa se negaba a perdonar un desliz de su cónyuge.
Sea cual fuera su estado civil, el amante acude a sus amigos y les pide hacer una canción lo suficientemente hermosa y conmovedora para recibir el definitivo perdón. Fornaris se encargó del texto, Céspedes influye en este y pone la línea melódica y el tenor Carlos Pérez la canta finalmente, al compás de una guitarra, en la prodigiosa madrugada antes mentada.
No solo la bella y enamorada Luz, que perdonó arrobada sin remedio, sino todo el vecindario quedó pasmado ante la belleza e esa composición musical, posiblemente la más primorosa obra, junto a Longina, dedicada por la trova tradicional cubana a mujer alguna.
¿”No recuerdas, gentil bayamea/ que tú fuiste mi sol refulgente…?” comienza diciendo. Considerada la primera composición trovadoresca romántica cubana, rápidamente se popularizó en la villa y más tarde en el resto del país. Se sabe que los posteriores sucesos históricos de los cuales fue centro Bayamo, cambiaron su letra y nació un alter ego de contenido revolucionario, muy conocido entonces. La obra genuina, empero, se quedó.
¿Pero, qué fue de la vida de Luz? Suponen bien. En su casa creció, con la influencia de los amigos y correligionarios de su esposo, el sentimiento patriótico más acendrado y la voluntad de conspirar por la independencia. Muchos años después, abocados al grito y alzamiento por la independencia, su hija mayor, Adriana del Castillo, fue una ferviente activista de la causa emancipadora.
Adriana, la hija de Luz, es otra de las mujeres legendarias de esa ciudad. Dicen que su fervor revolucionario era casi místico y su osadía no conocía límites. Se atrevía a conspirar casi en las narices de las autoridades y hacía una labor proselitista incansable, entre los jóvenes, para sumarlos a la causa.
Francisco del Castillo murió un año antes del alzamiento. Cuando los insurrectos tomaron victoriosamente la ciudad el 20 de octubre de 1868, Luz abrió las puertas de su hogar a la revolución.
Desde su casa una orquesta tocaba las notas de la marcha patriótica que después fuera el Himno Nacional. Luz era hermana de Isabel Vázquez y Moreno, la esposa de Perucho Figueredo, autor de la música y letra.
Sus hijas Adriana, Lucila y Atala trabajaron como enfermeras durante la estancia del Ejército Libertador en la ciudad, junto a otras patriotas.
Cuando era inminente la caída de la ciudad en manos de los españoles nuevamente, Luz inició el incendio en su magnífica vivienda y marchó con sus hijos a la Sierra Maestra. Ya había perdido a dos varones antes de ese suceso.
Estuvo escondida junto a su familia en una humilde choza de madera y techo de ramas, en un intrincado punto de las montañas de Guisa. El 22 de enero de 1870 fueron capturadas por una patrulla española y llevadas a Bayamo.
Las penurias, la mala alimentación, el frío, la humedad, los vectores, había minado seriamente la salud de Adriana, que padecía tifus, y de Lucila, quien estaba tuberculosa. Fueron confinadas a las ruinas de su antigua vivienda y las obligaron a permanecer entre los restos carbonizados en la caballeriza, lo único que quedaba en pie. Adriana estaba muy grave y por ello las autoridades autorizaron la atención médica.
A la primera visita del galeno español, la joven se negó de plano a ser asistida y al segundo intento, la moribunda lo esperó de pie, junto a su lecho, cantando con sus últimas fuerzas las notas del Himno Nacional. Poco después, falleció. La moral inquebrantable de la hija no salió del aire.
Luz Vázquez y Moreno no la sobrevivió mucho tiempo. Dicen que ante un desmayo pasajero de su hija Lucila, también muy enferma, al pensar que ya había muerto, desesperada se quitó la vida. Los quebrantos y el dolor acabaron con su existencia, sin embargo, la gentil bayamesa sigue hoy más que nunca en el imaginario popular y en la inmortalidad de su canción.
Pero en tiempos en que jóvenes artistas como Annie Garcés, Diana Fuentes, David Blanco y Buena Fe han hecho magistrales y actualizadas interpretaciones del perdurable canto, lleno de valores como obra patrimonial, se sugiere también buscar la verdad sobre quién fue esta valerosa mujer de carne y hueso, más que bella y gentil. Luz lo merece.
miércoles, 21 de marzo de 2018
Trabajo de ángeles
Indira Ferrer Alonso
Mientras conversaba con una doctora sobre los esfuerzos que realizan los trabajadores de la Salud para ofrecer un buen servicio, le escuché una frase que desconectó mis oídos y mi pensamiento, al punto de obviar sus siguientes palabras: “Este es un trabajo de ángeles”.
Aquella afirmación me llevó a recorrer las historias de tantas personas que he tenido la oportunidad de conocer como profesional y como paciente, y a las que he admirado por su entrega, su competencia y sobre todo por la capacidad de querer y respetar a los demás. Profesionales que no solo son buenos por lo que saben, sino porque no olvidan que nadie necesita tanta ayuda como el que sufre de una enfermedad.
Recordé entonces al urólogo aquejado de cáncer que no abandonó su consulta, a pesar de que urgía operarlo; a la gastroenteróloga septuagenaria que se mantiene trabajando a pesar de que cada vez tiene más dificultades para caminar; al neurocirujano que no se ha conformado nunca con las carencias y ha vivido impulsando soluciones científicas; y a la ginecobstetra que sin ser amiga, ni pariente, con desvelo de madre cuidó mi embarazo gemelar, y me apoyó incondicionalmente cuando parecía que no tendría un feliz término.
¿No son manos de ángeles, esas que extraen a la madre un riñón, lo colocan en el vientre de la hija nefrótica y logran que ambas se recuperen? ¿Acaso no son manos de ángeles, las que abren el pecho para corregir cardiopatías; las que hacen que un niño con parálisis cerebral pueda caminar o las que devuelven a una anciana la visión? ¿No son manos de ángeles, también, las que inyectan, curan, vigilan la tensión arterial y los niveles de glucosa en sangre, o las que simplemente toman la mano de la gestante durante la cesárea para calmarla y disipar su miedo?
Gracias a un ejército de batas blancas, que arranca de la muerte miles de vidas, que evita sufrimientos y da esperanzas, Santiago de Cuba tiene resultados en Salud que se traducen en historias de supervivencia y de alegría familiar ante la recuperación del paciente salvado por la medicina. Decir que en esta provincia en el último año han muerto menos niños al nacer y que son mayores las posibilidades de sobrevivir para aquellos que padecen cardiopatías congénitas; que hubo más personas salvadas por trasplante de órganos, incluso con donantes vivos; y que fue mejor la calidad de servicios como Cuidados Intensivos y Neonatología, es hablar del esfuerzo y la consagración de más de 51 mil santiagueros que trabajan por el bienestar del pueblo.
El sistema de Salud es una legión de hombres y mujeres que están muy lejos de ser perfectos y forman parte de mecanismos que no siempre funcionan bien; sin embargo, a fuerza de talento y humanismo, a veces obran como ángeles y hacen verdaderos milagros.
jueves, 15 de marzo de 2018
Baraguá sigue latiendo en el alma de Cuba
Aída Quintero Dip
La voz de Antonio
Maceo, el insigne hijo de Santiago de Cuba que el 15 de marzo de 1878 habló por
todos los cubanos dignos, se ha multiplicado de siglo en siglo para mantener la
intransigencia revolucionaria enarbolada como bandera aquel día en que nació su
viril protesta.
Ese entrañable
pedazo de suelo patrio escogido para tan gallardo episodio, Mangos de Baraguá,
enaltece su gloria y su honra cada día íntimamente relacionado con un hecho
político trascendental en la historia Patria.
Simboliza el arraigado
sentimiento patriótico del pueblo que juró no ponerse nunca de rodillas, tras
las huellas de las tropas mambisas y del Titán de Bronce, quien supo erguirse y
adoptar una posición que salvó moralmente la Revolución.
En esta página
importantísima del bregar revolucionario resalta la figura de Maceo no solo
como militar, antiesclavista y luchador tenaz por la libertad de la Isla, sino
también como el político brillante en que se convirtió, el hombre que tenía
tanta fuerza en la mente como en el brazo.
Al entrevistarse el
Mayor General del Ejército Libertador con el General español Arsenio Martínez
Campos, máxima autoridad colonial en la ínsula, le manifestó su inconformidad
con deponer las armas sin alcanzar la independencia y la erradicación de la esclavitud,
dos sagrados objetivos por los que tanto
se había guerreado.
Gracias a tan
altruista postura y a ese suceso valiente, oportuno y firme se consolidó el
pensamiento revolucionario cubano y reafirmó la decisión y el compromiso de
volver al campo de batalla para conquistar la libertad con el filo del machete.
Han transcurrido 140
años de la Protesta de Baraguá, “lo más glorioso de la historia de Cuba”, como
la calificó José Martí, y su herencia tiene plena vigencia como única respuesta
posible ante el bochornoso Pacto del Zanjón en aquel momento, que hoy sería
ante cualquier injerencia que intente menoscabar la soberanía nacional.
No queremos paz sin
independencia, fue la sabia advertencia de Antonio Maceo, quien dejó un legado
imperecedero para las nuevas generaciones de cómo hay que defenderse para ser
verdaderamente dueños de su destino.
Los genuinos cubanos
han aprendido bien esa útil lección que precisa ser asimilada por quienes se
someten, socavan su soberanía, vulneran los principios y claudican ante las
presiones del imperio.
Por eso Mangos de
Baraguá volvió a ser protagonista en la historia el 19 de febrero del 2000,
cuando, en el mismo escenario escogido en el siglo XIX por Maceo y sus huestes
mambisas, miles de compatriotas exigieron la devolución al seno de su familia
del niño Elián González, secuestrado en las entrañas del monstruo.
Entonces con la
presencia aleccionadora del Comandante en Jefe Fidel Castro, en la Tribuna
Abierta realizada con tal motivo, volvió a vibrar el clamor soberano en un
lugar convertido en parte decisiva de la Batalla de Ideas, que se hizo
juramento para todos los tiempos como arma invencible, contra la que no pueden
las armas nucleares, tecnológicas, militares o científicas.
Allí los cubanos
prometieron defender, bajo cualquier circunstancia, su derecho a la paz, el
respeto a la soberanía y a sus intereses más sagrados, y por su cumplimiento
han obrado sin tregua y con inteligencia.
Han sido
consecuentes con el juramento de luchar contra las agresiones y amenazas a la
seguridad del país, y los actos de terrorismo, el bloqueo económico, comercial
y financiero de los Estados Unidos y la guerra económica, y los planes de
subversión.
Como resultado de lo jurado ante la gloria
inmortal del Titán de Bronce, desde el mismo sitio de donde partió, el 22 de
octubre de 1895, la invasión de Oriente a Occidente, se ha profundizado en una
sólida conciencia revolucionaria.
Para Rolando Núñez
Pichardo, especialista del Centro de Estudios Antonio Maceo, de Santiago de Cuba, Baraguá es la esencia de la
nación y un referente de cómo proceder ante determinadas circunstancias que
puedan poner en riesgo la seguridad e integridad nacionales.
Líderes y héroes que
actuaron en otros tiempos también enaltecedores y definitorios de la Patria,
como el Comandante en Jefe Fidel Castro y el Comandante Ernesto Che Guevara
fueron consecuentes con la memorable lección de Mangos de Baraguá, consideró
Núñez Pichardo.
Por ejemplo, dijo,
el Che haciendo alusión a este hecho notable de la historia de Cuba, plantea en
diciembre de 1962, cuando concluye la Crisis de Octubre, que el pueblo entero
fue un eterno Baraguá.
Mientras, en el
centenario de la Protesta de Baraguá, en 1978, Fidel reafirmó ante el mundo la
posición inclaudicable de la Revolución cubana y la firmeza de un pueblo que
nunca se pondría de rodillas ante el criminal bloqueo de los Estados Unidos
contra la Antilla Mayor.
Esta es una página
singular que sigue latiendo en el alma de Cuba, continúa vibrando como hace 140
años, concluyó el especialista.
viernes, 9 de marzo de 2018
Segundo Frente en el regazo de la Sierra Maestra
Aída Quintero Dip
Amor patrio y exuberante vegetación hacen una simbiosis perfecta en Segundo Frente, un pedacito de Cuba expresión de los cambios ocurridos tras el triunfo del Primero de Enero de 1959 y donde se levanta un monumento a la Revolución.
Es el nombre de uno
de los nueve municipios de la provincia santiaguera que rinde honores al frente
guerrillero fundado en esas tierras orientales, el 11 de marzo de 1958, por el
entonces Comandante Raúl Castro para extender la lucha armada, bajo el influjo
de su hermano de sangre e ideales, Fidel Castro.
Allí, en el regazo
histórico de la Sierra Maestra, a 59 kilómetros
de la ciudad de Santiago de Cuba resalta, como prueba irrefutable de la hermosa obra edificada en la Isla, el
joven municipio, cimentado con el sudor de sus mejores hijos.
Precisamente el
mausoleo a los héroes y mártires del II Frente Oriental Frank País García es
uno de los sitios emblemáticos de la localidad, donde conmueve contemplar los nichos de los combatientes caídos bajo el
fulgor de la llama eterna que los venera y acompaña.
Para resguardar
tanto patrimonio está el Complejo Histórico del II Frente Oriental Frank País,
dedicado a preservar la memoria de los acontecimientos que protagonizaron las
fuerzas del Ejército Rebelde y que honra con su nombre al avezado jefe y
combatiente clandestino santiaguero.
Protagonista
singular de la lucha por la
definitiva soberanía de la Patria, se
descubre al sur de la Sierra Cristal, entre las montañas de Mícara, ese sitio
pródigo de hazañas laborales y virtudes revolucionarias.
Conocer y compartir con su gente franca y patriótica
es impregnarse de un legado ancestralmente rebelde, que se transpira en los
535.96 kilómetros cuadrados de extensión
territorial de su hermosa geografía.
Igualmente, es inyectarse
del espíritu emprendedor que caracteriza a los más de 40 mil habitantes de esa
serranía, quienes pintan sus mañanas, atardeceres y noches con los colores más
sublimes de la vida nueva que le nació en 1959.
Casas confortables,
establecimientos públicos, unidades de producción y servicios, y hasta una moderna heladería están a la
vista para complementar un paisaje donde abundan las cubanísimas palmeras,
robustos árboles y el verdor genuino de los campos de la ínsula.
En el primer
intercambio con cualquiera de sus pobladores, se percibe cómo late en sus
corazones el orgullo de que todo cuanto se ha creado en más de medio siglo de
victorias, ciento por ciento obra de la Revolución.
Casi 60 años atrás
cuán diferente era la imagen de aquel desolador poblado, con habitantes presos
de la ignorancia, la insalubridad y el dolor, devenidos en valientes guerreros
en la lucha por salvar la Patria.
Al triunfo de la
Revolución Mayarí Arriba se caracterizaba por un pobre desarrollo, solo los
cultivos de tabaco y café ocupaban un lugar importante, pero muy limitado para
los campesinos que vivían un panorama deprimente y propio de la pobreza que
abatía al país antes de 1959.
Un solo médico
instalado en el barrio de la Prueba, apenas cinco panaderías particulares,
ningún medio de transporte público, un hospital en Soledad de Mayarí Arriba, un
viejo centro telefónico, cinco escuelas,
ausencia casi total de expresiones artísticas y casi nulo desarrollo de la ciencia y el deporte.
Allí están las
huellas de José Martí, Máximo Gómez y Antonio Maceo, los excelsos guerreros que
dieron lecciones de valor y dignidad en el combate por la independencia de
Cuba, y de otros muchos seguidores que alzaron sus voces y machetes para acuñar
el propósito de libertad o muerte.
Los hombres y
mujeres de Segundo Frente bebieron de la
savia de esos tres insignes patriotas y
asumieron como propia la herencia dejada tras su paso, en 1895, por estas tierras indomables, luego del
desembarco por Playita de Cajobabo y Duaba.
Hoy esas legendarias
serranías constituyen un baluarte seguro en defensa de la Revolución que
ayudaron a fraguar.
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