Marta Gómez Ferrals
La vida de María de la Luz Vázquez y Moreno, inspiradora de la canción trovadoresca La bayamesa, de Céspedes, Fornaris y del Castillo (27 de marzo de 1851), fue real, aunque parezca salida de las páginas de una novela de amor en un siglo XIX que, aun en el recoleto pero pujante Bayamo, vivía la apoteosis del romanticismo irradiado desde Europa.
Los historiadores locales consignan 1831 como el año de su nacimiento. Pocos o ningún dato, recogidos en documentación oficial, existen para verificar las fechas exactas del día y mes natal, casamiento y muerte de esta mujer, proveniente de una familia de abolengo y conocida ya por sus coetáneos sencillamente como Luz. Pero en su ciudad natal hay toda una tradición oral y relatoría escrita que da cuenta de su vida ejemplar y nada anodina.
La destrucción de valiosos archivos de los fondos civiles y religiosos acompañó a la pérdida de cuantiosos bienes materiales provocados por la quema de la ciudad de Bayamo, de mano de sus propios habitantes, el 12 de enero de 1869. Los españoles solo encontraron las ruinas humeantes de la gloriosa urbe que había sido capital de la República en Armas desde el 20 de octubre de 1868.
Esto y los acontecimientos patrióticos en los que tomó parte activa junto a su familia, explican también la ausencia de alguna foto de Luz, al menos hasta el momento. Solo hay una pintura cuyo rostro se atribuye a la joven.
Volvamos a la madrugada del 27 de marzo de 1851 y a la mágica ventana de la casa señorial de la muy bella Luz Vázquez. Los amores contrariados entre ella y Francisco del Castillo Moreno, joven abogado y muy amigo de Carlos Manuel de Céspedes y del poeta bayamés José Fornaris, quienes, entre otros bisoños cultos como Perucho Figueredo, ya por entonces eran el alma de la Sociedad Filarmónica de la villa.
Se ha hablado de un relato escrito por Céspedes, al recordar cómo se creó la canción, que cita a Pancho Castillo como “el novio” desesperado por reconquistar el amor de Luz. Pero investigaciones acuciosas sobre el nacimiento de los hijos del matrimonio, que fueron siete, sugieren la posibilidad de que para esa fecha ellos estuvieran casados, aunque distanciados, pues la esposa se negaba a perdonar un desliz de su cónyuge.
Sea cual fuera su estado civil, el amante acude a sus amigos y les pide hacer una canción lo suficientemente hermosa y conmovedora para recibir el definitivo perdón. Fornaris se encargó del texto, Céspedes influye en este y pone la línea melódica y el tenor Carlos Pérez la canta finalmente, al compás de una guitarra, en la prodigiosa madrugada antes mentada.
No solo la bella y enamorada Luz, que perdonó arrobada sin remedio, sino todo el vecindario quedó pasmado ante la belleza e esa composición musical, posiblemente la más primorosa obra, junto a Longina, dedicada por la trova tradicional cubana a mujer alguna.
¿”No recuerdas, gentil bayamea/ que tú fuiste mi sol refulgente…?” comienza diciendo. Considerada la primera composición trovadoresca romántica cubana, rápidamente se popularizó en la villa y más tarde en el resto del país. Se sabe que los posteriores sucesos históricos de los cuales fue centro Bayamo, cambiaron su letra y nació un alter ego de contenido revolucionario, muy conocido entonces. La obra genuina, empero, se quedó.
¿Pero, qué fue de la vida de Luz? Suponen bien. En su casa creció, con la influencia de los amigos y correligionarios de su esposo, el sentimiento patriótico más acendrado y la voluntad de conspirar por la independencia. Muchos años después, abocados al grito y alzamiento por la independencia, su hija mayor, Adriana del Castillo, fue una ferviente activista de la causa emancipadora.
Adriana, la hija de Luz, es otra de las mujeres legendarias de esa ciudad. Dicen que su fervor revolucionario era casi místico y su osadía no conocía límites. Se atrevía a conspirar casi en las narices de las autoridades y hacía una labor proselitista incansable, entre los jóvenes, para sumarlos a la causa.
Francisco del Castillo murió un año antes del alzamiento. Cuando los insurrectos tomaron victoriosamente la ciudad el 20 de octubre de 1868, Luz abrió las puertas de su hogar a la revolución.
Desde su casa una orquesta tocaba las notas de la marcha patriótica que después fuera el Himno Nacional. Luz era hermana de Isabel Vázquez y Moreno, la esposa de Perucho Figueredo, autor de la música y letra.
Sus hijas Adriana, Lucila y Atala trabajaron como enfermeras durante la estancia del Ejército Libertador en la ciudad, junto a otras patriotas.
Cuando era inminente la caída de la ciudad en manos de los españoles nuevamente, Luz inició el incendio en su magnífica vivienda y marchó con sus hijos a la Sierra Maestra. Ya había perdido a dos varones antes de ese suceso.
Estuvo escondida junto a su familia en una humilde choza de madera y techo de ramas, en un intrincado punto de las montañas de Guisa. El 22 de enero de 1870 fueron capturadas por una patrulla española y llevadas a Bayamo.
Las penurias, la mala alimentación, el frío, la humedad, los vectores, había minado seriamente la salud de Adriana, que padecía tifus, y de Lucila, quien estaba tuberculosa. Fueron confinadas a las ruinas de su antigua vivienda y las obligaron a permanecer entre los restos carbonizados en la caballeriza, lo único que quedaba en pie. Adriana estaba muy grave y por ello las autoridades autorizaron la atención médica.
A la primera visita del galeno español, la joven se negó de plano a ser asistida y al segundo intento, la moribunda lo esperó de pie, junto a su lecho, cantando con sus últimas fuerzas las notas del Himno Nacional. Poco después, falleció. La moral inquebrantable de la hija no salió del aire.
Luz Vázquez y Moreno no la sobrevivió mucho tiempo. Dicen que ante un desmayo pasajero de su hija Lucila, también muy enferma, al pensar que ya había muerto, desesperada se quitó la vida. Los quebrantos y el dolor acabaron con su existencia, sin embargo, la gentil bayamesa sigue hoy más que nunca en el imaginario popular y en la inmortalidad de su canción.
Pero en tiempos en que jóvenes artistas como Annie Garcés, Diana Fuentes, David Blanco y Buena Fe han hecho magistrales y actualizadas interpretaciones del perdurable canto, lleno de valores como obra patrimonial, se sugiere también buscar la verdad sobre quién fue esta valerosa mujer de carne y hueso, más que bella y gentil. Luz lo merece.
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