Aída Quintero Dip foto: Miguel Rubiera Jústiz
A 60 años de
Revolución triunfante todavía camina por las calles de Santiago de Cuba la
historia viva, representada en veteranos combatientes que enfrentaron a sangre
y fuego la feroz tiranía de Fulgencio Batista cuando eran jóvenes dispuestos a conquistar
la soñada alborada de la libertad.
Emociona escucharlos, conocer las vivencias de
quienes no se vanaglorian de su entrega sin límites a la causa, porque sencillamente
sienten orgullo de haber cumplido el deber, al ser protagonistas de una epopeya más grande
que nosotros mismos, que sigue siendo faro de luz para muchos pueblos del
mundo.
Uno de ellos es
César Garrido Pérez, al que, apenas siendo mozalbete, le surgieron inquietudes sobre
el monocultivo de la caña y el sistema educacional, quería cambiar condiciones de
injusticia en su natal Alto Songo, donde vio la luz el 12 de enero de 1935, influenciado
por su familia, especialmente del padre comunista.
Con ese antecedente
que le forjó para no ser solo testigo ante los males de la sufrida nación, al
mudarse en 1950 para la ciudad de Santiago de Cuba se incorporó a la lucha, primero
en manifestaciones estudiantiles en el Instituto de Segunda Enseñanza, luego en
acciones de más envergadura como sabotajes, contactos, labores de propaganda,
apoyo al Ejército Rebelde…
“Estoy orgulloso de ser parte de esa pléyade
de jóvenes como Frank País, Pepito Tey, Tony Alomá, Salvador Pascual, Félix
Pena, Héctor Pavón, mártires de la Patria, que conspiraban en La Placita, en casas
de colaboradores, en fábricas y los sitios más insospechados de una ciudad
rebelde, hospitalaria, comprometida con todo lo que oliera a revolución”,
confiesa.
“Arriesgué la vida
en varias acciones, recuerda, en ocasiones en que fui sospechoso y me
registraron, me decían: ´Si te vuelvo a ver no respondo´ o ´anoche pude haberte
matado, vete´. Era la época en que obstruíamos verbenas que organizaban para
dar la impresión de que el pueblo estaba contento con la situación del país; así, en una de estas, recibí golpes en la
cabeza, fui operado por una fractura y hasta Frank me fue a ver al hospital.
“Pero es en
diciembre, días después del levantamiento armado del 30 de noviembre de 1956, cuando
me integro oficialmente al Movimiento 26 de Julio (M-26-7) en las milicias de
acción y sabotaje, mediante Miguel Peña que mantenía vínculos estrechos con Raúl
Perozo, ya probado en la lucha, en un grupo dirigido por Emiliano Díaz, otro
mártir junto a su hermano Carlos”.
Garrido Pérez tiene
grabado en su memoria la manifestación popular por la muerte de Frank, el 30 de julio de 1957, cuando el M-26-7 se
jugó la vida en honor a su entrañable jefe y el pueblo santiaguero demostró su
apoyo a pecho descubierto a la lucha, condición puesta de relieva ya en el
acontecer nacional, pero ese día brilló por el desafío frontal a la dictadura.
El audaz combatiente
tuvo participación destacada en numerosos hechos y rememora en particular la
Huelga del 9 de Abril, como miembro de la célula obrera clandestina de la
Planta Eléctrica, donde fue a trabajar en enero de 1957 como aprendiz del
taller de mecánica, conoció a Héctor Pavón y a otros compañeros de afanes
libertarios, en un colectivo que nunca delató a nadie a pesar de conocer en lo
que andaban.
Este santiaguero se
alzó a finales de 1958 en la columna 10 René Ramos Latour del II Frente Oriental
Frank País y después pasó a la 9 Antonio Guiteras del III Frente Mario Muñoz, con
la que participó, como miembro de su tropa de choque, en el cerco a Santiago de
Cuba, en diciembre de ese año, una
arriesgada misión por la superioridad de hombres y armas de los efectivos
enemigos.
“La Operación Santiago, refiere, fue todo el
tiempo favorable para el Ejército Rebelde, desde la victoria de la batalla de
Guisa se puso en marcha y se le sumaron la toma y liberación de cuarteles
aledaños a la ciudad como El Cristo, el Cobre, El Caney, La Maya, San Luis y
Alto Songo, así como la derrota de un fuerte convoy enemigo en el Puerto de Moya”.
“Era el plan estratégico de Fidel y la
dirección del M-26-7 para tomar la segunda capital del país, y yo tuve el
privilegio de ser de las columnas que bajaron con el Comandante en Jefe hacia El Escandel, donde establece la Comandancia
General del Ejército Rebelde y se entrevista con el jefe de la plaza de
Santiago de Cuba, el coronel José M. Rego Rubido para la rendición de la
fortaleza militar.
“Y la historia del 95 no se repitió, esta vez
los mambises sí entraron en Santiago de Cuba como había vaticinado Fidel”,
subraya emocionado el veterano combatiente.
En los avatares de la lucha sintió la
pérdida de compañeros valiosos y algunos no han recibido los honores que
merecen, piensa, como Indalecio Montejo Gómez, primer teniente rebelde, hombre
valiente, que fue apresado, torturado y en todas las acciones ocupó la
vanguardia, un camagüeyano devenido santiaguero que murió en un fatal accidente.
Hoy César ostenta con orgullo las medallas de
la Lucha Clandestina y por los aniversario 30, 40, 50 y 60 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias,
muestra de su heroísmo en los tiempos en que tomar partido podía ser motivo
para perder la vida. Hoy tiene otro trofeo siempre a su lado, su fiel esposa
Josefina.
Con la Revolución
en el poder ha estado lo mismo en la trinchera del conocimiento que en la del
trabajo desde estudiante de Economía en la Universidad de Oriente, que no pudo
terminar; cursar estudios en la ex Unión Soviética, graduarse de Licenciado en
Ciencias Sociales y ser subdirector de la Refinería Hermanos Díaz.
En el campo
político su experiencia es vasta, resultó secretario general del núcleo del
Partido Unido Revolucionario Socialista en la Planta Eléctrica, para más tarde
ocupar responsabilidades en el Partido Comunista de Cuba en los municipios de
Santiago de Cuba y Guamá y a nivel provincial por más de 20 años.
La nueva y la vieja generación
santiaguera se privilegian en tenerlo cerca; a pesar de su delicado estado de
salud y a sus 84 años César Garrido Pérez siempre encuentra motivos para
dialogar y enseñar, empeñado, sobre todo, en salvaguardar la historia que ayudó
a forjar con la imprescindible presencia de Fidel como guía para actuar en cada
momento de su vida.
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