Aída Quintero
Dip
Atesoro gratísimos recuerdos de mi labor en la Agencia de Información
Nacional, primero en la corresponsalía de Santiago de Cuba, donde fui ubicada
una vez graduada en la
Universidad de La
Habana, en julio de 1977, y después en la de Ciudad de La Habana, cuando ya tenía un
poquito más de experiencia y cierto oficio en el Periodismo.
Siempre valoré la agencia -como le decimos cariñosamente- como mi
segunda gran escuela, sobre todo, en el sentido de la práctica profesional y
por el rigor y la exigencia que prevalecía en aras de la calidad del trabajo, además
de la disciplina y responsabilidad que fueron cimentando en mi formación.
Había algo bonito en la AIN: era
una agencia joven que se nutría de recién graduados, pero los más veteranos en
el trabajo nos consideraban como iguales, no había diferencia, desde el
principiante hasta el más consagrado nos alentaba el mismo objetivo de trabajar
bien, representar bien a la AIN,
y los que más sabían se esmeraban por enseñarnos.
Esa circunstancia yo la valoré mucho, y este medio de
prensa se convirtió en mi segunda universidad, mi casa grande, y su colectivo en
parte importante de mi familia.
Quienes trabajamos en la AIN, al principio, nos
molestaba un poco el anonimato, pues no nos acreditaban los despachos, pero
después solo nos interesaba el prestigio de la institución y eso nos
enorgullecía, pues en la prensa cubana había una alta estima de la seriedad y profesionalidad
de la agencia.
Cuando comencé en Santiago de Cuba me contrariaba el
hecho de que me cogían algunos errores en la redacción, funcionaba un equipo
implacable en la Central
a la hora de revisar cada despacho, y yo que me había diplomado con uno de los
mejores expedientes en la universidad no lo concebía.
Después agradecí tanto rigor porque la enseñanza fue
profunda, adquirí el hábito de ser cuidadosa, de investigar lo que escribía y
de no equivocarme, pues eso es fatal para todo el que empieza en el Periodismo.
Esa severidad me marcó mucho, y cuando años después me
desempeñé en el periódico Sierra Maestra, enseguida me seleccionaron
de correctora de estilo y luego jefa de
Redacción por casi 15 años; influyó el aval que tenía de la AIN.
También en esos años aprendí algo vital: el desempeño colectivo
es más importante que sobresalir como individualidad.
No puedo negar
que me dolía un poco porque ver su crédito es la aspiración lógica de todo
periodista y eso no ocurría en ese tipo de labor.
Mis amistades y familiares me preguntaban, dónde tú
trabajas porque no veo tu nombre por ninguna parte, así tuve muchos años de mi
vida y ahora estoy feliz porque lo que aprendí en la AIN se consolidó de tal manera que entre los reporteros
se distingue a quienes han adquirido el oficio en esa escuela de la profesión
periodística.
Tengo innumerables anécdotas, algunas muy gratas,
desde que en el cast de la AIN
salía mi nombre y mis trabajos seleccionados como los mejores a nivel de todo
el país, reconocimientos en el Consejo de Dirección por determinadas coberturas
de actividades con Fidel en la capital cubana, la selección para cubrir eventos
de nivel como el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, el centenario de la Protesta de Baraguá,
donde habló Fidel, aniversarios del 26 de Julio, congresos en el Palacio de
Convenciones, atención a delegaciones de alto nivel que viajaban a Santiago,
junto al Comandante en Jefe...
Recuerdo con mucho cariño el aniversario 20 de la
fundación del II Frente Oriental Frank
País, cuando Fidel inauguró el Mausoleo a los Mártires, encendió la Llama Eterna y habló. Yo, además
de cubrir ese importante acto, fui escogida para reflejar el recorrido del
Comandante en Jefe y sus acompañantes por las instalaciones inauguradas allí.
El fotógrafo de Granma que iba conmigo me dijo: Hoy es
un día muy grande para ti porque eres la periodista que reseñará de primera
mano este acontecimiento, y yo tenía apenas unos meses de graduada. Lo hice
todo bien y me felicitaron, fue como mi primer premio.
En otra ocasión tuve una triste experiencia
profesional, integré un equipo de trabajo nacional que visitó a Chivirico, al
sur de la Sierra Maestra,
a recoger testimonios de la familia del custodio Pedro Ortiz Cabrera que había
muerto cuando protegía la embajada de Perú, ante el ataque de un grupo de
antisociales.
Esa familia, desde su madre Luisa, estaba destrozada,
era un joven campesino muy querido y hasta los vecinos lo lloraban. En esa
ocasión tuve que subir montada en un caballo por empinadas lomas y precipicios.
Una vez pasé un
susto terrible. En una información sobre el Mausoleo a los Mártires de II
Frente yo había escrito los kilómetros cuadrados del área donde estaba enclavado;
la nota salió en Juventud Rebelde unos días antes y me dijeron que Raúl quería
saber quién la había hecho porque tenía un error, que esa cifra era demasiado grande.
Mi agenda estaba intacta con los datos que me había
dado el oficial que atendió la construcción. Como Raúl quería verme para que explicara,
yo fui primero a ver al oficial, quien me dijo tranquila que todo está
correcto. Así fue y pude respirar y seguir bien el trabajo.
Tuve oportunidad de entrevistar a personalidades
relevantes de la vida cubana, recuerdo con especial cariño al profesor y doctor
Rodrigo Álvarez Cambras, artífice de la ortopedia, quien fue mi médico, porque fui operada de la columna; al pionero de los
trasplantes de corazón en Cuba, el profesor Noel González; a Pedro Luis Ferrer,
un maestro de maestro, con una participación trascendente en la Campaña de Alfabetización
y en la obra educacional cubana.
También a la primera mujer práctico de puerto, en un
trabajo que titulé Una Orquídea en el puerto, pues ese es su nombre; a las
Heroínas del Trabajo de la República de Cuba, Gliceria del Pilar, maestra de
Palma Soriano, y Edda Iris, una obrera de la fábrica La Avispa de El Caney, y tantos otros nombres que me enaltecen.
Participé en las actividades por el 15. aniversario de
la AIN,
cuando Fidel nos sorprendió gratamente
en el círculo social José Antonio Echeverría, de La Habana, donde se
desarrollaba la celebración, y guardo
como una reliquia hasta fotos de ese feliz momento.
La AIN me educó en ser una periodista integral, debía estar
preparada para asumir con buenos resultados cualquier actividad, de cultura,
deporte, economía, ciencia o la historia,
independientemente de que atendiera algún sector, “De la nube hasta el microbio”,
decía José Martí.
Y no había
periodista de provincia, todos éramos de la Agencia de Información Nacional y como tal
debíamos actuar aunque estuviéramos en Baracoa, Tercer Frente, Pinar del Río o en la capital del país. La
diferencia la daba el talento, el olfato periodístico, la sagacidad de cada
cual.
Nos enseñaron a ser coherentes, objetivos en las informaciones, en los servicios
especiales, a dar argumentos, a ir a la
raíz de los problemas, a hacer referencias en los trabajos, no ofrecer datos fríos sino darle vida a cada
palabra, a cada hecho, a ser veraces y oportunos. Eso le dio distinción, rango
a la AIN.
En los años en que La Habana fue como un
laboratorio de la
Revolución, yo trabajaba en la Corresponsalía de
la capital. Se inauguraban obras por doquier, había muchos intercambios con
científicos, médicos de la familia,
estudiantes, trabajadores, y en ocasiones no se sabía que iba Fidel, pero él
aparecía.
A mí, si me
daba tiempo llamaba a la Oficina Central,
estoy aquí, no había que decir nada más. Ellos sabían que la AIN tendría las primicias,
había extrema confianza en cada reportero, nos habían formado en ese sentido de
la responsabilidad.
Ahora he vuelto
a la AIN, después de varios años de ausencia, no como visitante sino como dueña
y señora, y además deudora, de un órgano de prensa que amo y respeto
entrañablemente.
No vine como periodista, soy la corresponsal jefa de
la AIN en Santiago de Cuba desde julio del 2013 y como tal representé al colectivo
en las celebraciones por el aniversario
40 de la agencia, este 21 de mayo.
Me sentí estimulada y feliz por reencontrarme con
varios colegas, homenajear a Martí ante el Mausoleo capitalino, participar en
una finísima gala cultural, cual regalo de los artistas; recorrer la zona de desarrollo
de Mariel, de gran perspectiva para la economía cubana, y visitar el Mausoleo a los mártires de Artemisa.
Estar en ese sagrado sitio fue la realización de un
viejo sueño, como vivo en la tierra del Moncada siempre admiré la osadía de los
28 jóvenes de ese pedacito de Cuba que vinieron hasta Santiago, el 26 de julio
de 1953, para no dejar morir al Apóstol de la independencia de Cuba en el año de su centenario.
Como dijo el poeta Naborí: Hay sangre de Artemisa en
la bandera.
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