Les regalo
esta crónica en la que una gran amiga le rinde homenaje a su madre, que se
parece tanto a la mía y seguramente a la de muchas otras hijas porque ellas tienen
el don de ser casi iguales en esa virtud de ser sacrificadas y dar amor y
comprensión a manos llenas.
Miriam
Prieto
Mi madre se decía millonaria. Hablaba de
millones que atesoraba en un lugar que siempre mantuvo en secreto.
Pocos entendían de qué se trataba. Quizás la
tildaban de loca y decían: Tan humilde y hablando de tanta riqueza.
Negra, pobre, guajira y familia de
tabaqueros, era lo que conocían de ella a través de aquellas historias contadas
entre hermanos, hijos, nietos y amigos.
Tenía los estudios mínimos, pero su sabiduría
era infinita. Una sabiduría sin libros, suficiente para enrumbar a sus crías
por el camino del buen ser y el buen hacer.
Menuda de cuerpo, pocos imaginaban cuánta
fuerza, valor y entereza derrochaba en defensa de su hogar.
Era una artista sin pincel que pintaba de
color los más críticos momentos de escasez. Entonces, desbordada de iniciativas, ponía olor en el
fogón, brillo en uniformes y zapatos escolares y risas en los cumpleaños
infantiles.
Siempre serena y tranquila, presta a la
comprensión, a perdones y consejos, escuchaba y luego, con palabras sencillas,
daba lecciones de vida.
Este es un retrato de mi madre, pero todas las que tuvieron la hermosa
posibilidad de traer a la luz a los frutos de sus amores, pueden posar para la
misma fotografía, como valioso horcón de la familia.
Otros muchos atributos las adornan. Están las
que combinan trabajo con hogar, las que portan fusiles, las que labran la
tierra, las artilleras, las constructoras, todas poniendo dulzor en tan duras
tareas. Otras tienen el poder de moldear las almas, como se considera una vieja
maestra amiga; dar placer con la danza,
la música, el arte, o vida en su función de médica o enfermera.
Hay muchas que arrancaron pedazos a su alma
para aportar hijos a las guerras justas, a la de esta tierra o en aquellas en
las que se hicieron presentes cubanos por solidaridad y altruismo. Como
Marianas de estos tiempos.
Menudas o robustas, tranquilas o impacientes,
bulliciosas o pausadas, las madres son siempre fieras leonas, abejas
laboriosas, delicadas mariposas, pájaros que cantan…
Todas sabias, quién lo duda, y la naturaleza
las dotó de millones para repartir en forma de razones para vivir, consejos
para crecer, fuerzas para vencer,
ternura para abrigar.
Ahí está el secreto de las humildes madres
millonarias: en el corazón guardan su tesoro, el más codiciado, el más anhelado
y el más grande.
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