Aída
Quintero Dip
Pienso que si pudiera hablar el reportaje
escrito al pie de la horca por el periodista y luchador antifascista
checoslovaco Julios Fucik, se ganaría una buena parte de la batalla por abrirle
los ojos a la humanidad ante el peligro que se cierne hoy mismo sobre el
planeta.
Como un canto de resguardo a la vida, resuena
todavía en los oídos su sentencia: “Hombres os amed, estad alerta”.
Parecía que el fascismo, derrotado el 9 de
mayo de 1945, era únicamente una dolorosa página del pasado; sin embargo,
hechos casi insólitos ocurridos en este mismísimo siglo XXI indican la urgencia
de estar en perenne vigilia.
Muertes provocadas por guerras injustas e
ilegales, por exponer una de las muestras más crueles, horrorizan a millones de seres
humanos, preocupados porque esa barbarie pueda resurgir como una bofetada ante
los festejos por el aniversario 70 de la victoria sobre el fascismo.
Las víctimas de ese holocausto constituyen
su más terrible huella y también la evocación de la tragedia que significó el
cruel sistema, surgido en 1922 en Italia, con Benito Mussoline, y que tuvo en
1933 su máxima expresión y desarrollo en Alemania, con Adolfo Hitler, para
extenderse después a España, Polonia, Bulgaria, y otras naciones ocupadas e influenciadas por el imperio germano.
Cortándoles las alas a la vida fue de casa en casa el fascismo
caracterizado por la supresión de las libertades democráticas, incluso las
elementales; el colapso de las organizaciones obreras y progresistas, y el
desencadenamiento de la guerra de rapiña con el fin de esclavizar a los pueblos
y conquistar su dominio mundial.
Historias espeluznantes asociadas a nombres
como Bormann, Keitel, Goering, Himmler,
Muller, Rolff y una lista grande de connotados nazis de la Alemania hitleriana dejaron
cicatrices aún abiertas en el corazón de los pueblos.
Un monumento al horror representan los campos
de concentración, como el de Auschwitz, en Cracovia, Polonia, uno de los más
famosos, al cual se le considera la personificación de las atrocidades del
siglo XX.
En ese sitio hubo un genocidio planificado u organizado,
sus víctimas fueron calcinadas y las cenizas esparcidas por los campos
colindantes. La historiografía recoge que la aberración y la infamia se dieron
cita allí como en pocos lugares para convertirlo en un verdadero infierno, que
se hizo aún más notorio por la
instalación de la primera cámara de gas, el 15 de agosto de 1940.
Ante
tales antecedentes es comprensible el
reclamo unánime de impedir holocausto como aquel, con el propósito de evitar
que una tragedia de esa magnitud se repita.
Es la ofrenda que podemos colocar a los pies
de los más de 54 millones de muertos y torturados, hoy cuando urge estar más alertas que nunca como
pidió Julios Fucik.
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