viernes, 12 de junio de 2015

Antonio Maceo, mucho más que un genio guerrero




Aída Quintero Dip
  El paso por la vida de Antonio Maceo Grajales tiene elementos de leyenda, más su recuerdo rechaza el mito que muchas veces deforma y aleja. Él no es un hombre para las urnas, se le ha de redescubrir en la plenitud  de su extraordinaria dimensión humana y en la intransigencia revolucionaria que legó a los cubanos.
  Santiago de Cuba fue   la cuna del Héroe, donde nació el 14 de junio de 1845 en la otrora calle Providencia No 16, hoy calle Los Maceos No 207; hijo de Marcos Maceo y Mariana Grajales , quien se convirtió en una estoica mambisa, ejemplo de las madres que lo ofrendaron todo por la Patria.
  Llegó a ser Mayor General del Ejército Libertador, considerado un artífice en el empleo de la táctica militar, combatiente de notoriedad y jefe de gran prestigio. Como guerrero tenaz, se calcula que intervino en más de 600 acciones belicosas, con su cuerpo marcado por 26 cicatrices, cual trofeos de guerra.
  Como el Titán de Bronce es conocido en la historia, gracias al ímpetu y arresto con que enfrentó al enemigo, y por su talla como hombre integral. Elevó su celebridad  en febrero de 1878 cuando dio respuesta categórica a quienes gestaban el Pacto del Zanjón, al librar los victoriosos combates de Llanada de Juan Mulato y San Ulpiano.
   El 15 de marzo de 1878 se entrevistó con el general español Arsenio Martínez Campos, para escenificar la viril Protesta de Baraguá, un hecho que colocó en lo más alto la dignidad y decoro nacionales.
   Ninguna valoración lo retrata mejor que esta de Mariano Corona: “Fue Maceo, indudablemente, un hombre extraordinario. Su compleja personalidad ha pasado inadvertida para todos aquellos  que, deslumbrados única y exclusivamente por su genio guerrero, no pudieron observarlo desde otros puntos de vista…Hombre de superior inteligencia, de un poder de asimilación inconcebible, de cultura varia…”.
   Ante la interrogante de las virtudes más sobresalientes del Héroe, muchas personas coincidirían en destacar su aspecto guerrero, ya que su  hoja de servicio resulta impresionante en tal sentido, en las contiendas emancipadoras.
  Hay infinidad de  ejemplos de su gran arrojo en acciones tan asombrosas como el rescate de su hermano José de las trincheras españolas, en el cafetal La Indiana, en 1871.
   Pero fue igualmente brillante su profunda visión y acción política, que desde muy temprano en el panorama nacional le hizo concebir la creación de un partido para organizar la nueva guerra, en 1868.
  Gesta esa que le permitió no solo unir hombres y proyectarlos hacia el sagrado objetivo de la lucha por la independencia de Cuba, a la vez que captar utilísimo apoyo de políticos y estadísticos americanos a favor de la causa.
  El periodista e historiador, Joel Mourlot Mercaderes, confiesa que se siente conmovido por tan fecunda labor en ambos campo, más ningún aspecto en su biografía le deslumbra más que el imperio que en él tuvieron las virtudes humanas.
  La voluntad y la perseverancia, apunta, que le ayudaron a vencer defectos propios, y la rusticidad de sus miras y pensamientos, pasando por un ejercicio perenne, un afán inigualable de aprendizaje; el decoro, que en pocos hombres como él se ha traducido en respeto a sí mismo, a los que se relacionaban con él, al ideal que profesaba, a la Revolución con sus instituciones y leyes; e incluso, al enemigo, todo lo cual le valió a ser considerado ciudadano ejemplar.
   Me sobrecoge su raigal generosidad, enfatiza, que lo mostró magnánimo hasta en medio de la crueldad de la guerra;  bondad plena, porque fue, esposo amante y comprensible, hermano extraordinario, amigo leal, buen hijo, patriota sin par, humanista.

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