Aída Quintero Dip
El paso por la vida
de Antonio Maceo Grajales tiene elementos de leyenda, más su recuerdo rechaza
el mito que muchas veces deforma y aleja. Él no es un hombre para las urnas, se
le ha de redescubrir en la plenitud de
su extraordinaria dimensión humana y en la intransigencia revolucionaria que
legó a los cubanos.
Santiago de Cuba
fue la cuna del Héroe, donde nació el
14 de junio de 1845 en la otrora calle Providencia No 16, hoy calle Los Maceos
No 207; hijo de Marcos Maceo y Mariana Grajales , quien se convirtió en una
estoica mambisa, ejemplo de las madres que lo ofrendaron todo por la Patria.
Llegó a ser Mayor
General del Ejército Libertador, considerado un artífice en el empleo de la
táctica militar, combatiente de notoriedad y jefe de gran prestigio. Como
guerrero tenaz, se calcula que intervino en más de 600 acciones belicosas, con
su cuerpo marcado por 26 cicatrices, cual trofeos de guerra.
Como el Titán de
Bronce es conocido en la historia, gracias al ímpetu y arresto con que enfrentó
al enemigo, y por su talla como hombre integral. Elevó su celebridad en febrero de 1878 cuando dio respuesta
categórica a quienes gestaban el Pacto del Zanjón, al librar los victoriosos
combates de Llanada de Juan Mulato y San Ulpiano.
El 15 de marzo de
1878 se entrevistó con el general español Arsenio Martínez Campos, para
escenificar la viril Protesta de Baraguá, un hecho que colocó en lo más alto la
dignidad y decoro nacionales.
Ninguna valoración
lo retrata mejor que esta de Mariano Corona: “Fue Maceo, indudablemente, un
hombre extraordinario. Su compleja personalidad ha pasado inadvertida para
todos aquellos que, deslumbrados única y
exclusivamente por su genio guerrero, no pudieron observarlo desde otros puntos
de vista…Hombre de superior inteligencia, de un poder de asimilación
inconcebible, de cultura varia…”.
Ante la
interrogante de las virtudes más sobresalientes del Héroe, muchas personas
coincidirían en destacar su aspecto guerrero, ya que su hoja de servicio resulta impresionante en tal
sentido, en las contiendas emancipadoras.
Hay infinidad
de ejemplos de su gran arrojo en
acciones tan asombrosas como el rescate de su hermano José de las trincheras
españolas, en el cafetal La Indiana, en 1871.
Pero fue igualmente
brillante su profunda visión y acción política, que desde muy temprano en el
panorama nacional le hizo concebir la creación de un partido para organizar la
nueva guerra, en 1868.
Gesta esa que le permitió
no solo unir hombres y proyectarlos hacia el sagrado objetivo de la lucha por
la independencia de Cuba, a la vez que captar utilísimo apoyo de políticos y
estadísticos americanos a favor de la causa.
El periodista e
historiador, Joel Mourlot Mercaderes, confiesa que se siente conmovido por tan
fecunda labor en ambos campo, más ningún aspecto en su biografía le deslumbra
más que el imperio que en él tuvieron las virtudes humanas.
La voluntad y la
perseverancia, apunta, que le ayudaron a vencer defectos propios, y la
rusticidad de sus miras y pensamientos, pasando por un ejercicio perenne, un
afán inigualable de aprendizaje; el decoro, que en pocos hombres como él se ha
traducido en respeto a sí mismo, a los que se relacionaban con él, al ideal que
profesaba, a la Revolución con sus instituciones y leyes; e incluso, al
enemigo, todo lo cual le valió a ser considerado ciudadano ejemplar.
Me sobrecoge su
raigal generosidad, enfatiza, que lo mostró magnánimo hasta en medio de la
crueldad de la guerra; bondad plena,
porque fue, esposo amante y comprensible, hermano extraordinario, amigo leal,
buen hijo, patriota sin par, humanista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario