Reinaldo Cedeño Pineda Radio Siboney
¿Cuántas vidas vivió José Martí que parece haber escrito
de todo? ¿Por qué su obra ha resistido tantos años y nos sigue tocando?
Aunque
abarcó todos los géneros literarios, aunque poeta de excepción; José Julián
Martí Pérez (1853-1895) fue sobre todo un periodista. En esa hoguera
ardió su vida. Más de una palabra de sus manuscritos, no ha podido ser
descifrada. Era un alambre vivo. Su pensamiento iba por delante de su mano.
La Edad de
Oro no fue solamente una revista, sino que fue escrita íntegramente por él. No
se repara demasiado en una hazaña pocas veces asumida, en la que artículos de
la altura de “El Padre Las Casas” o “La Exposición de París” aparecen al lado
de poemas y cuentos.
¿Quién no
recuerda al viajero que sin sacudirse el polvo del camino llegó un día a
Caracas, y pidió ver la estatura de Bolívar? Era él mismo. ¿Y al
niño travieso cazando mariposas, a la mora loca detrás de su perla, al
sabichoso Meñique, al hijo del rey y al hijo del pastor: a los dos príncipes?
“Dígase la
verdad que se siente, con el mayor arte con que se puede decirla”, era su
prédica. Y su práctica. A ello se apegó hasta el último latido, sin rebajar
jamás la forma por la idea que encarnara en ella.
Es difícil
escoger un árbol en el bosque de su obra, pero hay algunas piezas que restallan
su luz diamantina. Tal es el caso de “Mariana Maceo”, escrita en 1893 en el
periódico Patria. Es un artículo breve, un homenaje a la madre de titanes, que
no dudó en echarse al monte de la patria, con una rama de árbol como bastón.
“ ¡Y si
alguno temblaba, cuando iba a venirle al frente el enemigo de su país, veía a
la madre de Maceo con su pañuelo a la cabeza, y se le acababa el temblor!”.
¿Acaso se
necesita decir más?
Tu alma es tu seda
En lo que se
ha considerado su testamento íntimo: la carta a María Mantilla del 9 de abril
de 1895, escribe a su hijita querida. Se envuelve en sus ideas, como coraza:
“Mucha
tienda, poca alma. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro y quiere
disimular lo poco (…) Esa es la elegancia verdadera: que el vaso no sea más que
la flor”. Y unas líneas más adelante, apuntala: “Pasa, callada, por entre
la gente vanidosa. Tu alma es tu seda”.
Estremece
volver a otra pieza breve escrita por el genio de Paula: “Sobre los oficios de
la alabanza”, también aparecida en Patria. En esos pocos párrafos está
contenida la tríada que presidió la obra martiana: verdad, belleza y virtud.
¿A quién
alabar? ¿Por qué? Martí nos esclarece: “A quien todo el mundo alaba, se
puede dejar de alabar; que de turiferarios está lleno el mundo, y no hay como
tener autoridad o riqueza para que la tierra en torno se cubra de
rodillas”.
“Pero es
cobarde quien ve el mérito humilde, y no lo alaba (…) A puerta sorda hay que
dar martillazo mayor (…) El corazón virtuoso se enciende con el
reconocimiento, y se apaga sin él”.
Hay que
despertar las conciencias dormidas o torcidas. Las de ayer y las de hoy. Hay
que dar el martillazo. Aquel que quiso echar su suerte con los pobres de la
tierra, aquel cubano enorme, siempre nos está llamando.
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