Martha Gómez Ferrals
“ ¡Condenadme, no
importa, la historia me absolverá!”, fue el aserto del joven líder y abogado
Fidel Castro en su alegato de autodefensa el 16 de octubre de 1953, desde las
mazmorras de la tiranía de Fulgencio Batista, donde se le juzgaba por su
participación y dirigencia en el ataque a los cuarteles Moncada, en Santiago de
Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo.
La convicción de la
justeza de la causa inspiradora de sus acciones quedó impresa en aquella
valiente y célebre proclama de un revolucionario. Resonó para siempre en la
sala de estudios de la Escuela de Enfermeras del Hospital Civil Saturnino Lora,
en el territorio santiaguero.
Pero su alegato era
algo más que el desafío noble de la juventud revolucionaria cubana y de quien
más tarde probaría que se trataba de un ser extraordinario. Su contenido, bien
documentado, con los requerimientos técnicos que su profesión le ofrecía
convirtió al acusado en acusador.
Contenía la denuncia
más contundente a la situación político, social y económica imperante, causante
de la extrema pobreza de la mayoría del pueblo, la desigualdad social, y el
entreguismo a monopolios y gobierno foráneo (Estados Unidos), asesor por
entonces de los torturadores y asesinos del dictador Fulgencio Batista, ciego y
sordo a sus monstruosos desmanes.
Cifras puntuales y
porcentajes, ilustradoras de sus argumentos, eran irrefutables.
Al mismo tiempo ese
proyecto daba a conocer la voluntad de aquella hornada combativa,
autodenominada Generación del Centenario, en homenaje a los 100 años de los
natales del Apóstol de la Independencia, José Martí, de acabar con tanta
ignominia, cuando triunfara su lucha, tarde o temprano.
También esbozaba
planes y sueños, y tuvo el nombre de
Programa del Moncada, porque trazó a su vez la luz larga que sabía darle Fidel
a su visión de futuro y el profundo compromiso que desde entonces estaba
asumiendo.
Y aunque muchos
años después el líder de la Revolución dijera que lo logrado por el pueblo
había superado con creces los sueños de entonces, los cubanos se han apegado a
La Historia me Absolverá -su nombre más
conocido e internacional- como el documento-ideario precursor que marcó la
pauta desde diversos ángulos y hacia múltiples directrices.
De nada valieron
los intentos del tirano de aislar a Fidel e impedir que hablara. El 21 de
septiembre, él estuvo en la primera vista del proceso junto al resto de los
asaltantes, en el Palacio de Justicia, pero una maniobra lo excluyó del grupo,
a fin de juzgarlo por separado, pensando que esto le añadiría indefensión ante
el proceso.
A pesar de los
obstáculos interpuestos, denunciados valientemente por Melba Hernández, Fidel
pudo aparecer en el juicio investido con su toga de graduado. El tiro les salió
por la culata a sus mañosos y en su mayoría asesinos carceleros. Y la vida, la
transparencia de su causa y sobre todo su obra inmensa, dieron oportunidad a la
Historia para que lo absolviera. Eso ya lo
sabe hace mucho tiempo el pueblo cubano.
La Historia me
Absolverá fue impresa y distribuida con sacrificios y celo, de manera clandestina por compañeros
del movimiento 26 de Julio posteriormente.
Inmediatamente se
comprendió que la estatura moral y política, las agallas y las capacidad de
aglutinar a su alrededor a lo mejor de la juventud y el pueblo cubano, lo
señalaban como el hombre que la Patria dolida estaba necesitando.
El autor de
semejante alegato y protagonista de la acción del Moncada no defraudó nunca a
los que depositaron su confianza en él y a partir de entonces lo siguieron.
Después de su
condena a la prisión de Isla de Pinos, junto a otros combatientes, no dejó de
estudiar, ni de prepararse. La fuerte presión popular obligó al dictador a
liberarlo, pero tuvo que marchar al exilio. Fue a México, como es conocido y
desde allí organizó una expedición audaz de 82 combatientes, que lo haría
fundar el Ejército Rebelde, en las montañas orientales de la Sierra Maestra.
El combate,
iniciado a fines de 1956, obtuvo su triunfo militar general en enero de 1959 y
empezó entonces el proceso difícil, telúrico y hermoso, jubiloso y a veces
doloroso, de hacer la Revolución Con
todos y para todos. En cada paso, la Historia le dio la razón.
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