Aida Quintero Dip
En estos días de fiesta y de conmemoración se hace mucho más
entrañable la tierra sagrada de Santiago de Cuba, testigo y protagonista
de la epopeya del Moncada y del primero de enero de 1959, cuando
triunfó la Revolución.
La ciudad muestra intacta su ancestral rebeldía y el heroísmo que la colocaron desde antaño en un alto pedestal en la historia de la Patria, porque como dijo el Héroe Nacional José Martí: “Lo que nace del fuego patriótico perdura”.
Pero lo que germina y florece por obra del trabajo creador, que como orfebres van forjando las manos de hombres y mujeres de estos tiempos, debe preservarse también, de lo contrario se estaría agraviando tanta gloria.
Las cientos de obras que se acometen en la provincia, muchas de ellas concluidas en saludo a otro aniversario de la victoria del primero de enero y otras que están en marcha rumbo a los 65 años de la gesta del Moncada, bien merecen que se fomente una cultura hacia el cuidado permanente de lo que todos disfrutarán.
El quehacer constructivo que incluyó inversiones, remodelaciones, remozamientos, ampliaciones, imprime un sello de renovación y modernidad que realzan la legendaria urbe, apreciado por quienes transitan sus calles, ya sean compatriotas o foráneos, con el criterio de que vale la pena empeñarse en preservarlo.
Por su impacto social e influencia en la calidad de vida de los santiagueros, sobresalen las obras vinculadas a los servicios y la gastronomía, de los sectores más beneficiados con la apertura de cafeterías o restaurantes que invitan a degustar exquisitos platos.
Responsable de tanto bienestar es el movimiento social Santiago arde de patriotismo, donde inversionistas, constructores y trabajadores de diversas empresas se empeñaron por la calidad y el buen gusto.
El rescate y preservación de valores patrimoniales, obras en hospitales para beneficio de la salud, así como espacios para alimentar la vida espiritual de la ciudad, como sus cines, parques infantiles y de estar, resumen ese hervidero constructivo, que debe convertirse en un ejército de guardianes por la conservación.
Hay que educar a los jóvenes y especialmente a los niños, con el propósito de enraizar en ellos una cultura que fomente costumbres y prácticas de protección de la propiedad social.
Un papel preponderante, en el sentido de salvaguardar la pertenencia colectiva, lo tienen los trabajadores y directivos de cada unidad o instalación entregada en estos días, a los cuales corresponde dar el primer ejemplo.
Como parte de la realidad cotidiana urge pensar igual que Martí, porque “En prever está todo el arte de salvar”. De esa manera aportaremos en aras de legar a quienes están por venir estas obras que nos enriquecen como seres humanos y como pueblo.
Es una deuda con todo ese regalo de la Revolución a un pueblo noble y agradecido como el de Santiago de Cuba, y la mejor manera de saldarla es cuidándolo como la niña de los ojos, para el disfrute de hoy y, sobre todo, de mañana.
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