Yasel Toledo Garnache
Hay lugares que
son fuentes de emoción y provocan sensaciones indescriptibles. Algunos sitios
abarcan un simbolismo más allá de lo físico y lo expresable mediante palabras.
Cuba tiene la
suerte infinita de incluir en su geografía diversos puntos de ese tipo, altares
sagrados de la Patria, que crecen con la historia más reciente, de la cual
formamos parte los habitantes actuales, incluidos los jóvenes.
Hace poco,
estaba otra vez en la Plaza de la Revolución de Bayamo, uno de mis preferidos,
un espacio en el cual el corazón suele latir con más fuerza y la mente
incontrolable, como casi siempre, viaja en el tiempo y pasa imágenes de
aquellos mambises, guiados por Carlos Manuel de Céspedes, el Iniciador, el
Padre…
En la ocasión,
una representación del pueblo participaba en el acto por el aniversario 59 de
la llegada a la ciudad de la Caravana de la Libertad, liderada por Fidel
Castro, después del triunfo revolucionario. Muy cerca del balcón de donde se
dirigió al pueblo, se levantaban versos, canciones y palabras de reafirmación
revolucionaria.
Yo pensaba: por
aquí caminaban los niños Carlos Manuel y Francisco Vicente Aguilera, llamado
por José Martí el Millonario Heroico, el Caballero Intachable, aquí firmaron el
acta de capitulación de las tropas españolas, cuando los mambises tomaron la
ciudad el 20 de octubre de 1868; allá, a unos metros, fueron estrenadas las
notas del Himno Nacional, allí comenzó el incendio glorioso de la urbe por sus pobladores
el 12 de enero de 1869.
Imaginaba las
llamas consumiendo el lugar, los habitantes hacia el monte, el asombro de los
españoles colonialistas...
Luego, gracias a
la imaginación, veía llegar a los barbudos, el entusiasmo de los pobladores…,
al gigante vestido con uniforme de color verdeolivo hablando de sueños desde lo
alto y despertando aplausos.
Las nuevas
generaciones también somos parte de la historia de este lugar, pues el dos de
diciembre del 2016, esperamos el cortejo fúnebre con las cenizas del Comandante
en Jefe, un mar de personas lo recibió entonando el Himno. Aquí hubo lágrimas
de tristeza, velas, confirmación de fidelidad y mucho amor y agradecimiento.
Aquí hemos
vivido diversos momentos trascendentales de la provincia de Granma. Miro la
estatua de El Padre, en el centro de la plaza, y voy al interior de su casa
natal. Salgo y camino, un frío-caliente recorre mi cuerpo, algo indefinible,
pero agradable.
En Demajagua (en el municipio de Manzanillo), en
Dos Ríos (Jiguaní), en la Loma de Braulio (Guisa), en la Comandancia General
del Ejército Rebelde en La Plata (Bartolomé Masó), en la Comandancia del Che en
Pata de La Mesa (Buey Arriba), en Las Coloradas (Niquero), en Cinco Palmas
(Media Luna) y en muchos otros dominios de esta provincia y la nación, las
esencias palpitan con fuerza enorme.
Debemos lograr
que esos sitios permanezcan siempre como seres vivos, relucientes y hermosos en
todos los aspectos, capaces de cautivar e incrementar la pasión y el orgullo
por ser cubanos, aunque para lograrlo lo primero es conseguir que todos
conozcan con profundidad los acontecimientos y sus protagonistas.
Sin saber su
simbolismo, resulta imposible respetar, amar y comprender la dimensión real de
cada lugar. Los sitios históricos jamás se deben reducir a un espacio físico.
Siempre será
favorable incrementar las iniciativas para que las personas se sientan cerca de
la placa, el obelisco…, pero sobre todo de quienes nacieron, pelearon o
murieron ahí. La responsabilidad es de todos.
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