sábado, 29 de diciembre de 2018

El fuego de Camilo y el Che alumbra todavía



Aída Quintero Dip
  Qué cubano no recuerda las hazañas de los legendarios Comandantes Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara durante la contienda insurreccional, como soldados, guerrilleros o jefes ambos simbolizan osadía y valor en el combate contra la dictadura de Fulgencio Batista que hundía al país en la  miseria, la  injusticia y la represión.
  La proximidad del aniversario 60 del triunfo de la Revolución cubana es propicia para acercarnos a la vida y obra de esos héroes que protagonizaron la lucha en la Sierra Maestra y la victoria del Primero de Enero y nunca se vanagloriaron de su contribución, por considerarla sencillamente el cumplimiento del deber.
  Su ejemplo, su entrega desinteresada a una causa tan noble constituye acicate para ser mejores revolucionarios y mejores patriotas cada día en la batalla por engrandecer y perfeccionar la Revolución que ellos forjaron al precio de su propia sangre o de su vida.
  Razones sobran para evocar a Camilo y al Che, formados en las trincheras y en el trabajo, estandarte y estímulo para hallar las fuerzas necesarias y nunca flaquear ante la adversidad ni los infortunios.
  Si de cada una de sus lecciones no aprendimos, de muy poco nos serviría haber tenido el privilegio de tenerlos entre nosotros o ser simplemente sus contemporáneos,  en un país que es faro y guía en defensa de las mejores causas del mundo de hoy.
  Bastaría la hazaña protagonizada por Camilo Cienfuegos y sus compañeros de armas en el combate de Yaguajay para  que este hombre corajudo ocupe un sitio en la historia de Cuba, en la que tejió una página de gloria en la epopeya por la libertad como para perpetuar su propia leyenda.
  Una de las batallas más complejas durante la insurrección nacional, que duró 10 largos días, lo elevó a la condición de Héroe, si bien ya esa valoración la había ganado tácitamente en otros tantos episodios en los que se distinguió gracias a su arrojo y brilló por su puntería ante el enemigo.
  Su audacia fue probada y se hizo temeraria cuando lideró la columna invasora  con el nombre de Antonio Maceo, a quien él veneraba desde los años infantiles pues las ansias de independencia del patriota, conmovió su estirpe guerrera.
  Una vez alcanzada la victoria de 1959, otra de las proezas que encumbró a Camilo fue su participación como jefe del Ejército ante la situación creada en Camagüey por la traición de Hubert Matos, en octubre de 1959, misión confiada por Fidel en la que demostró el carácter, integridad y lealtad del guerrillero devenido Comandante del Ejército Rebelde.
   Del Héroe de Yaguajay o Héroe de Cuba, según expresó Fidel, hay mil anécdotas que revelan su carácter jaranero y jovial, de cubano típico que supo ser verdadero amigo y hermano, sobre todo del Che Guevara, al que lo unió una amistad entrañable identificado por ideales más allá de cualquier geografía.
  Íntegro paladín de la justicia y la libertad, pudiera sintetizar las virtudes de ese ser humano que fue Ernesto Guevara de la Serna, nacido en Argentina, pero apreciado como ciudadano cubano y del mundo,  porque los afanes por los cuales vivió y luchó no tuvieron fronteras.
   Desde niño enunciaba la madera del guerrillero y el conductor político en que se convirtió,  quien encarnó el modelo más reconocido y universal de un hombre nuevo, paradigma de una ética revolucionaria y humanista inédita para muchos en el orbe, que conjugó espíritu creador, talento, arrojo y el anhelo por cumplir el deber en bien de la humanidad.
 Testimonios de quienes estuvieron a su lado permiten  puntualizar los perfiles excepcionales del hombre en los rasgos distintivos de su carácter: una voluntad férrea ante todos los obstáculos y una búsqueda afanosa de la verdad y la justicia.
  Ribetes de leyenda acumula su vida, desde el viaje en moto con su amigo Alberto Granados por países de Latinoamérica, en la rebelde Sierra Maestra empeñado en liberar a Cuba, en El Congo o en las selvas bolivianas, en defensa del negro, del indio, del pobre, rechazando el mito y mostrando al héroe de carne y hueso.
   Cuando ocupó la tribuna de la Organización de las Naciones Unidas frente a cancilleres que se inclinaban ante el amo, acostumbrados a los debates estériles, asombraba la audacia, rigor y profundidad del diplomático sui géneris, quien decía al pan pan y al vino vino.
  El Guerrillero Heroico no es un ser para el pedestal, se le ha de descubrir cotidianamente en la plenitud de su extraordinaria dimensión humana y revolucionaria y en su estrecho vínculo con el pueblo.
  Camilo y el Che no han muerto para Cuba, continúan guiándonos en los nuevos caminos y los nuevos desafíos, porque la luz de su propio fuego, la de su estrella, sigue ardiendo, sigue alumbrando todavía.

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