Wilkie Delgado Correa
En este enero del 2012 desfilarán recuerdos e ilusiones como en los días del primer enero.
El primero de enero de 1959 triunfó la Revolución cubana ante el derrumbe estrepitoso de una dictadura feroz y sangrienta. Nada pudo el apuntalamiento económico y militar del régimen por el gobierno yanqui ante el empuje armado del pueblo liderado por Fidel. Fue entonces que un mar de pueblo, festejando la libertad conquistada, recorrió en fiesta multitudinaria el país de oriente a occidente.
A partir de entonces aquel enero significó un alba de las bellas cosas, en la que ha brotado el fruto de los sueños acumulados durante siglos, aunque en un proceso naturalmente difícil, pero convertido en mil veces más difícil por el vecino gigante de las siete leguas.
Ha pasado el tiempo, tal vez moroso o apresurado, según la percepción de cada uno, y al cabo se han llenado las manos colectivas del fuego de la tierra y se ha realizado el reparto entre nosotros, este acto sublime de endulzarnos con sencillez la vida.
Así que debemos decir que en este enero del 2012 desfilarán recuerdos e ilusiones como en los días del primer enero que inauguró nuestra fiesta de victorias con las manos armadas de fusiles. Todavía se preserva con orgullo aquellos fulgores de un estallido súbito y grandioso de una humanidad que se redime y alcanza con sus manos su destino.
En este enero se recuerda todo: desde la tarde de la arremetida con piedra para así dar respuesta a una ofensa y atropello e iniciar otros actos clandestinos, hasta el sol que se perdía en las lomas para alzarse también y ser un símbolo del derrumbe tremendo de la noche que fue la tiranía.
Por eso en este enero de las barbas guerrilleras está presente un largo desfile de gestos y memorias, en el que las palabras han sido consecuentes con los actos, en el que la lucha y la sangre derramada no lo ha sido en vano, en el que la libertad y la justicia han ido de las manos de una solidaridad compartida, en las buenas y en las malas, con otros pueblos y en el que sueños y realidades han ido abrazados como hermanos salidos de un mismo vientre. Y sobre todo, en el que se ha sabido defender el todo y las partes, y se ha desterrado el arrepentimiento, la genuflexión, el arriado o el cambio de banderas y el coqueteo ante el enemigo de carácter novedoso o inveterado.
Los niños despertarán en este enero con el júbilo pueril de un horizonte apacible, a pesar del mundo borrascoso que amenaza con tormentas sucesivas de uno a otro confín. Los hombres y mujeres partirán hacia el trabajo para afrontar la vida fácil o difícil de cada uno, con la risa y la broma a flor de labios, cualidad innata del cubano, y la alegría inmensa que habita este país de siempre. Y aún habrá reservas de energías para afrontar inconformidades, carencias y entuertos, manteniendo la dignidad tan alta como las palmas y preservarla como un culto heredado que nunca estará en venta ni se dejará arrebatar por fuerza alguna.
Y es que la revolución no es solamente palabra para los labios airados de las rebeliones ni para llenar las paredes de la historia en la noche de la ciudad con letreros nerviosos, prohibidos, apresurados, que quieren inscribir la primavera en los muros encalados de los solares yermos y en los límites geométricos de los edificios.
Cuánto de anuncio hay en la palabra, de agitación de puños a los cuatro vientos, de convocadas rebeldías de siglos, de asaltos y caídas y de renovados pasos hacia el futuro.
La Revolución es también el germen de los cambios, la voluntad de las voces preteridas con un dogal a lo largo de toda la existencia, la sangre que perfila los contornos, la dimensión y esencia de las cosas rescatadas de la sombra y del olvido en un amanecer de la violencia o la paz necesarias. Es la posibilidad de la grandeza ejercitada sencillamente, con fiebre, por la gente común, las multitudes, por encima de las estatuas descabezadas del pasado.
La Revolución es también el fruto de adelantar la aurora a puros empujones y arremetidas; el día de las jornadas largas, de las metas; la hora de acorralar a las alimañas y proteger la vida, la verde hierba, la semilla, la espiga y el tesoro del rocío.
Y también el cambio del paisaje, la profusión de las alegrías, la liberación de voces y palabras nuevas. Es vislumbre del mundo soñado y presentido que se hace, de repente, real, palpable y evidente.
Pero también la condición humana al fin recuperada, poseída, incorporada al hombre victorioso y la poesía del trabajo estallando bajo la presencia bienhechora del sol en una patria nueva.
Nosotros conversamos de estos temas en ocasión del nuevo año mientras cae la tarde y el escarlata del horizonte se torna llamarada en cualquier palmo de tierra del planeta. Y no dejo de pensar en este enero en que todo es posible como en una primavera mágica. Y noto que mi escritura se transforma y que la música acompaña a las palabras porque sé que es maravilloso este momento de sentir a un corazón emocionado y ver a un pueblo liberado de cadenas.
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